Festival Iberoamericano de Teatro de Bogotá
“El teatro no puede generar conciencia. Es más, debe confundir”
El actor, dramaturgo y director colombiano Fabio Rubiano habló en el marco de los Encuentros con grandes directores de la Escuela del Festival de Teatro sobre su obra 'Labio de liebre' y el papel de las tablas a la hora de generar memoria o enseñanzas.

Fabio Rubiano, conocido tanto por sus papeles en la televisión colombiana (Vuelo secreto o La mujer del presidente) como por sus montajes como director del Teatro Petra (Mosca, Sara-dice y El vientre de la ballena, entre otras) llegó puntual al Aula Múltiple del recién inaugurado Edificio Gerardo Arango de la Universidad Javeriana, que desde el 19 de marzo ha sido el escenario de la agenda académica de entrada libre del FITB.
La primera pregunta que Rozo le formuló a Rubiano fue sobre la génesis de Labio de Liebre, considerada por muchos como una de las mejores obras de teatro colombiano en décadas. El cofundador del Teatro Petra mencionó su trabajo anterior con la compañía y explicó cómo este allanó el terreno para lo que fue Labio de Liebre. Así, por ejemplo, hizo referencia a la reflexión tan especial en torno a la violencia que se llevó a cabo en su obra Mosca, un montaje en el que no se derrama una sola gota de sangre a pesar de ser la reinterpretación de Tito Andrónico, uno de los textos más sangrientos de Shakespeare.
Pero sobre todo hizo énfasis en su lectura de Eichmann en Jerusalén, una de las obras más polémicas de la pensadora alemana Hannah Arendt. En este libro, que nació como un reportaje del juicio que se llevó a cabo contra el teniente coronel de las SS encargado de la logística de varios campos de concentración durante la Segunda Guerra Mundial, Arendt desarrolla su reflexión sobre la “banalidad del mal”, y establece una provocativa tesis: el mal no tiene otra causa más que la banalidad de pensamiento. Eichmann, a ojos de Arendt, no tenía mayores intenciones de perjudicar a los judíos. De hecho, no era un antisemita fanático. Sus acciones fueron motivadas por una intención aterradoramente simple y banal: ser un buen empleado, cumplir las órdenes al pie de la letra. De alguna manera, las escalofriantes palabras de Salvo Castello, el protagonista de Labio de Liebre, hacen eco a esta reflexión sobre la “banalidad del mal” cuando trata de explicar a los miembros de la familia Sosa que él simplemente seguía órdenes como cualquier otro empleado.
Esto nos permite comprender el espíritu de Labio de Liebre. Se trata de una reflexión y una exploración de los miedos más profundos que puede tener un hombre que (probablemente sin tener muy claro el porqué) ha cometido atrocidades inenarrables: que le exijan que lo reconozca, que lo enfrenten con lo que hizo, que se lo recuerden.
Rozo llamó la atención sobre el componente de humor que atraviesa la obra, y se preguntó por qué cuando él leyó el libreto no sonrió ni una vez, pero que en el momento de verla en escena, las actuaciones lograban que riera. “En la obra no hay chistes, salvo quizás uno”, contestó Rubiano, pero corroboró que su pretensión en el teatro es llegar a un punto en el que el público no sabe si carcajearse o derrumbarse en llanto, si sentirse culpable o recriminar. Lejos de buscar risas fáciles, lo que Labio de Liebre busca es poner al espectador frente a una manera de comprender la realidad que lo sumerja en una montaña rusa de emociones.
Es por esto que Rubiano insistió en el conversatorio en que esta obra no es una denuncia sobre las responsabilidades en el conflicto armado colombiano, y que mucho menos pretende “generar consciencia”. El teatro no debe enseñarle nada a nadie: “es más, debe confundir”, añadió entre risas. Cuando el teatro se usa para algo que no es el teatro como tal (como hacer publicidad, transmitir una enseñanza o formular una denuncia), éste pasa a un segundo plano. Para que siga siendo lo que debe ser (un espectáculo que genere placer estético y que produzca todo tipo de emociones y preguntas, según Rubiano), su fin debe ser establecer un marco de neutralidad: en la escena no hay buenos ni malos. Solo hay personajes que cargan con una historia, con un carácter, y que participan de ciertas acciones cuya moralidad solo puede ser determinada por el público. Y, como lo compartió Rubiano, los integrantes del Teatro Petra se han sorprendido con el abanico de reacciones que su más reciente producción ha suscitado.
En Guanajuato, México, una mujer peruana, en medio del llanto, les dijo que tenían que presentar Labio de Liebre en Perú, porque allí también se ha vivido el horror de un conflicto armado interno. Otra mujer, estadounidense, les dijo que su impacto había sido tan grande, que había decidido dedicarse de lleno al teatro, a lo que Rubiano le respondió: “¡no nos vaya a echar la culpa después!”. Otra mujer, colombiana pero nacionalizada mexicana, les agradeció porque le habían regalado la oportunidad de recordar a través del arte los insoportables hechos que había sufrido en Colombia. Pero la más llamativa, sin duda, se dio en una pequeña ciudad colombiana. Un hombre, como si estuviera tomando prestada una réplica del libreto de Labio de Liebre, afirmó: “Todo lo que cuentan ahí es cierto. Menos lo de la periodista. A ella no la mataron, pero de resto sí, todo eso es verdad”.
Una de las últimas preguntas, aunque formulada respetuosamente, no escondió cierto malestar de la mujer que la planteó: “¿Además de ver la obra o de escribirla, qué?” Rubiano agradeció la pregunta, pero insistió en su posición: el teatro no puede “generar consciencia”, pues eso supone que la consciencia del dramaturgo o del director es la correcta y que el público debe acogerse a ella. El teatro debe presentar, con rigor estético y precisión en los diálogos, un espectáculo que saque a la luz un punto de vista que ni los noticieros ni los documentales pueden hacer visible: una perspectiva desde la que las acciones humanas se develen como un entramado de emociones y razones, de humor y dolor, de recuerdo y perdón. Pero en ningún caso debe dar respuestas sobre qué pensar o cómo comportarse. Es así que Labio de Liebre, lejos de exigirnos que perdonemos, nos pregunta por el derecho a no perdonar. Lejos de poner en escena las masacres que hacen parte de nuestra historia, nos pregunta sobre el valor de recordarlas.
Fabio Rubiano concluyó su charla contándoles a los asistentes que, durante el proceso de creación de Labio de Liebre, el grito final de Salvo Castello fue variando de tono, pero que poco a poco este “¡Perdón!” fue encontrando la forma que le correspondía: no la del arrepentimiento ni la de la desesperación, sino la forma de una pregunta. Una pregunta que hoy está más vigente que nunca.