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Brendan Fraser | Las conmovedoras palabras del ganador del Óscar con SEMANA: “Hollywood me quitó todo”
De ser un galán de Hollywood en los años noventa, pasó al olvido por un caso de acoso sexual. El actor narra cómo fue su resurrección con ‘La ballena’, que lo hizo ganar el más codiciado premio del cine.
Brendan Fraser selló un inesperado regreso a Hollywood al ganar este domingo 12 de marzo el Premio Óscar a mejor actor por su poderosa interpretación en el drama La ballena. El actor, que deleitó a millones en los años 1990 con La momia y George de la selva, conquistó a los votantes de la Academia al encarnar a un profesor obeso que, atormentado por el duelo, come de forma compulsiva.
“Empecé en este negocio hace 30 años y las cosas no me resultaron fáciles”, afirmó al borde de las lágrimas al recibir la estatuilla. “Gracias por este reconocimiento”, dijo.
La ballena, de Darren Aronofsky, marca el retorno del actor de 54 años que pausó su carrera en la década del 2000 en medio de una crisis personal y tras haber acusado a una figura de la industria de acoso sexual.
En la cinta, adaptación de una obra de teatro de Samuel D. Hunter, Fraser reaparece irreconocible en la piel de Charlie, un profesor de inglés de 270 kilos que enseña por videollamada, que solo tiene contacto personal con su enfermera y amiga Liz (Hong Chau) y que apenas se levanta del sofá.
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El drama muestra los intentos de Charlie por reconectarse con su rebelde y distante hija adolescente Ellie, interpretada por Sadie Sink, la joven estrella de la serie Stranger Things.
El actor, envuelto en prótesis para simular el sobrepeso, recurre a su voz y a expresiones faciales para transmitir la agonía y la resignación de un ser humano que se siente perdido, pero que tiene explosiones de pasión y esperanza.
“Charlie es, de lejos, el hombre más heroico que he interpretado”, dijo Fraser en el estreno mundial de la película en Venecia el año pasado. “Su superpoder es ver lo bueno en los demás y sacarlo”, comentó entonces el actor.
SEMANA habló con Brendan Fraser días antes de ganar el Óscar. Este es el texto con sus declaraciones:
El pasado 15 de enero, en la ceremonia de los Critics Choice Awards, que entrega la Asociación de Críticos de Estados Unidos y Canadá, un emocionado Brendan Fraser recibía, entre lágrimas, la estatuilla que lo acreditaba como mejor actor por su monumental interpretación de Charles.
A sus 54 años, con la voz temblorosa, Freiser confesó que antes de que el director Darren Aronofsky tocara a su puerta con el guion de la película The Whale, “estaba perdido en el desierto”. “Pero me encontraste y, como los mejores directores, me mostraste a dónde ir para llegar a donde necesitaba estar”, afirmó.
Todos los presentes en el Fairmont Century Plaza Hotel de Los Ángeles entendieron al instante a qué hacía referencia: a mediados de los años noventa, Brendan Fraser era uno de los galanes de moda y más carismáticos de Hollywood. Una estrella en ascenso detrás de filmes de acción como Dioses y monstruos, Al diablo con el diablo, la trilogía de La momia (a la que dedicó nueve años de su vida) y George de la selva.
Solo La momia, en sus tres entregas, dejaría más de 1.200 millones de dólares en taquilla, todo un récord para la época.
Era el sueño cumplido de un actor que se había lanzado al estrellato con El hombre de California, de 1992, una comedia en la que interpretaba a un hombre de las cavernas que, tras quedar liberado del bloque de hielo en el que se había mantenido aprisionado durante siglos, se veía obligado a aprender a vivir en la época moderna.
Desde entonces, mostró la singular habilidad de encarnar con credibilidad a personajes que parecían descubrir el mundo por primera vez y los directores de la época sacaron provecho de esa capacidad.
También aceptó papeles más dramáticos. En 1992, por ejemplo, compartió set con Matt Damon y Ben Affleck en el drama Colegio privado, donde interpretó a un judío que quería encontrar su sitio entre la élite, en un ambiente escolar antisemita.
En lo personal, Fraser también vivía un momento excepcional. Casado con la también actriz Afton Smith, con quien tuvo tres hijos, asumió, junto con ella, la difícil tarea de criar a un niño diagnosticado con autismo, Griffin, hoy de 20 años.
“Es una época de mi vida que recuerdo con agradecimiento, pese a todo. Hollywood me quitó todo, pero no es menos cierto que a mis 20 me dio todo lo que alguien que soñara conquistar como actor pudiera lograr”, aseguró Fraser en diálogo con SEMANA.
Y con esa popularidad marchaba su carrera, hasta que en 2003 comenzó a saborear el fracaso. La película Looney Toons, de la que era protagonista, fue un fracaso en taquilla. Igual sucedió con otras cintas que tampoco tuvieron la bendición del público, pero le exigían fuertes acrobacias.
Así, mientras sus películas cada vez recaudaban menos, también le pasaban factura en lo físico. “En esa época me gustaba hacer yo mismo las escenas de riesgo, pero mi cuerpo empezó mandar señales de que las cosas no estaban bien”, cuenta.
Entonces, dice, “me deprimía pensar que estaba haciendo cosas en mi carrera actoral que no funcionaban en la pantalla y que eran además destructivas para mí. Fue cuando comencé a sufrir de una crisis como actor, sentía que ya no era lo suficientemente bueno como en algún momento pensé. Me la pasé siete años entre tratamientos y cirugías”.
The standing ovation for #TheWhale was so enthusiastic, Brendan Fraser tried to leave the theater but the crowd’s applause made him stay. #Venezia79 pic.twitter.com/ZZ0vbFX7Rl
— Ramin Setoodeh (@RaminSetoodeh) September 4, 2022
Para cuando rodó la tercera parte de La momia en China, se vio obligado a ponerse compresas de hielo bajo la ropa para poder resistir las extenuantes jornadas.
El día en que todo cambió
Sería en ese mismo 2003 cuando se cruzó en el camino con Philip Berk, integrante de la Asociación de Prensa Extranjera de Hollywood, a quien Fraser señaló de acoso sexual.
Animado por el movimiento Me Too, reveló que Berk, dos años antes de convertirse en presidente de la Asociación, se le acercó en un hotel de Beverly Hills y, con su mano izquierda, primero le agarró una de sus nalgas y, posteriormente, empleó uno de sus dedos para tocarle la zona entre los testículos y el ano.
El propio Berk contaría luego el incidente en sus memorias With Signs and Wonders, pero indicó que aquello fue simplemente una broma.
Sin embargo, Fraser insistió en su denuncia y aún lo recuerda con vergüenza: “Me hizo sentir enfermo. Me convirtió en una persona solitaria que tuvo que retirarse de la escena pública”, explica el actor, quien reconoce que en su momento le dio miedo contar lo ocurrido por la reacción de la gente y temiendo que lo acontecido fuera a marcar su carrera.
Justamente, fue lo que terminó sucediendo: Philip Berk no solo negó los hechos, sino que se encargó de cerrarle las puertas en el medio, por lo que Fraser dejó de recibir ofertas en Hollywood. “Me vetó, ya no me ofrecían grandes papeles”, recuerda.
En medio de esta crisis profesional, sin oportunidades de actuar y con una evidente desmejora física, lo sorprendió su divorcio en 2009. La mamá de sus hijos le exigió una pensión demasiado alta para él, un actor que se alejaba cada vez más de los reflectores y que no contaba con los recursos suficientes para acceder a esas peticiones. Eso lo llevó a endeudarse gravemente.
Así, la estrella en ascenso se fue apagando lentamente.
Antes de su aparición en La ballena, que se estrenó en la edición número 79 del Festival Internacional de Venecia y en donde Fraser fue ovacionado por casi siete minutos, el actor había tenido esporádicas apariciones.
Se le vio en la serie Todo el dinero del mundo, que narra la historia del secuestro de John Paul Getty III, y en la película The Affair, en la que interpretaba a un guardia de prisiones con oscuros secretos.
Tuvieron que pasar casi 20 años para que Fraser lograra su redención y, de paso, su primera nominación a un Óscar, por su interpretación de un profesor de literatura con quien la vida no había sido amable.
Quizás eso, precisamente, una historia tan parecida a la suya, fue lo que le permitió alcanzar una brillante actuación, que le implicó una impresionante transformación física y cargar una prótesis de 130 kilos para lograr los 265 kilos de peso de Charlie.
“Un papel honesto y humano —como lo define él mismo—. Si mi personaje Charlie luchaba contra la obesidad, yo luchaba contra todos esos fantasmas que me atormentaron durante tantos años en los que permanecí alejado de la industria”, dice.
Confiesa que la interpretación de ese maestro con obesidad mórbida que lo devolvió a la primera línea de Hollywood le recordó “todas las noches amargas y de soledad que viví preguntándome qué había hecho mal”.
De ahí que su discurso en los Critics Choice Awards tuviera ese aliento de catarsis: “Si tú, al igual que Charlie, estás luchando contra la obesidad o simplemente sientes que estás en un lugar oscuro, quiero decirte que tú también puedes tener la fuerza para ponerte de pie e ir a la luz, cosas buenas pasarán”.