Realeza
El centenario de Felipe de Edimburgo: así fue su paso por Colombia en 1962
El esposo de Isabel II, quien cumple 100 años este 10 de junio, llegó empapado por la lluvia al palacio de San Carlos, habló con un gamincito bogotano, rompió el protocolo, puso los codos sobre la mesa y soltó una de sus habituales perlas en los tres días que estuvo en el país.
La Guerra Fría estaba en furor y se anunciaba que la Cuba socialista era formalmente expulsada de la OEA, mientras que a Robert Kennedy lo atacaban con huevos podridos en Yakarta. Pero en la primera plana de diarios como El Tiempo ninguna noticia mereció tanto despliegue como la llegada al país del príncipe Felipe, duque de Edimburgo.
Era el personaje de la realeza más importante que jamás había pisado el país y por eso tanto revuelo. A la 1 y 50 minutos de la tarde, el avión de la BOAC que lo trajo aterrizó en El Dorado. El piloto era el capitán Peter Middleton, abuelo de Kate Middleton, la esposa del príncipe William, nieto de Felipe. En ese momento ninguno de los dos imaginaba cómo los habría de emparentar el destino.
Cuando el duque, que vino con un séquito de 14 integrantes, apareció en la portezuela de la aeronave, una multitud emocionada lo ovacionó. Tras saludar a los dignatarios colombianos, se colocó en la tribuna desde donde recibió honores militares. Al pasar revista a las tropas, rompió el protocolo para acercarse a uno de los oficiales y felicitarlo. No sería la única vez que lo haría.
Decenas de miles de bogotanos se lanzaron a las calles a aclamarlo a su paso en un Mercedes-Benz descapotado. A la altura de la calle 34 empezó a llover y cuando uno de sus asistentes intentó subir la capota para protegerlo del agua, él se negó, pues quería seguir saludando con la mano izquierda, mientras que con la derecha sostenía su sombrero tipo fedora.
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La multitud crecía a medida que se iba acercando al centro de la ciudad y a pesar de que el aguacero se hacía más fuerte, él insistió en seguir con el paseo. Incluso, dos veces pidió detener el auto, para corresponder mejor a la bienvenida de los espontáneos. En la carrera séptima ya no hubo lluvia de agua sino de confetis y las emociones crecían: “Las gentes prorrumpieron en vítores que fueron respondidos por el príncipe haciendo inclinaciones con la cabeza. El rubio y alto esposo de la reina de Inglaterra “se robó” las simpatías de los bogotanos en menos de quince minutos”, dijo El Tiempo.
En la Plaza de Bolívar, donde debía depositar una ofrenda floral ante la estatua del Libertador siguió aguantando los embates de la lluvia con la firmeza del soldado que era.
“El príncipe pasó en medio de una calle de honor formada por el Batallón Guardia Presidencial al pie del monumento. La tropa presentó armas al personaje real y cuando este llegó al pedestal de la estatua, la banda empezó a interpretar el himno de la Gran Bretaña”, continuó el diario capitalino.
Lo acompañaban, entre otros, el embajador colombiano en Londres, Virgilio Barco, futuro presidente de la República.
Pasado este acto pausado, la visita se convirtió en una verdadera maratón.
Al palacio de San Carlos, que era entonces la sede presidencial, Felipe llegó empapado. Allí fue recibido por Alberto Lleras Camargo, en el mismo salón de audiencias donde hacía escasos dos meses se había reunido con su homólogo estadounidense, John F. Kennedy.
De regalo, Felipe le dio a Lleras un libro con documentos sobre la Independencia de Colombia y un mapa antiguo del país, reliquias rescatadas de la Foreign Office y la Royal Collection.
En adelante, la visita se tornó en una real maratón, siempre en medio de la multitud y los honores militares, a sitios como el Museo del Oro y el Club Militar, entre otros.
En la noche, volvió a San Carlos para el banquete que le ofreció el presidente. En tan elegante cita, la revista Cromos contó que puso los codos sobre la mesa y se pasó las manos por la cara, gestos proscritos por los buenos modales.
En últimas, dijo además la publicación, dejó una buena impresión, pese a su fama de odiar a los periodistas.
La gala fue cubierta para El Tiempo por la periodista Gloria Pachón Castro, futura esposa de Luis Carlos Galán, quien además de comentar lo reluciente que estaba el antiguo palacio de Bolívar, dijo de Felipe: “La figura gallarda del príncipe, su traje sencillo pero de indudable elegancia, su sombrero carmelita oscuro, todo hacía de él una persona de extraordinaria simpatía”.
Al día siguiente, la agenda fue frenética. A los alumnos del colegio Anglo Colombiano, según una vieja costumbre inglesa ante la visita de un personaje de la realeza, les dio el día libre luego de recibir su bienvenida.
Estuvo además en las fábricas Glaxo y Colmotores, en un garden-party en la embajada británica, a cuyas puertas volvió a saltarse las rígidas normas para hablar con un gamín, como se llamaba entonces a los niños de la calle, que se le acercó. En su español algo rudimentario le dijo: “¿No vas a la escuela? ¡Debes hacerlo!”. Además, fue gentil con un obrero de la construcción que al verlo se quitó su humilde sombrero para cumplimentarlo.
En el aristocrático centro social, jugó polo con Eduardo Puyana, el suegro del expresidente Andrés Pastrana.
En la segunda noche, el presidente le ofreció otra comida, en el Club Militar, de la cual se retiró temprano.
En el tercer día, viajó por la mañana a Cartagena, pilotando él mismo el avión. El diario “El Universal”, tituló “Cartagena aclama al príncipe Felipe, e informó que allí también hubo paseo en auto descapotable, un convertible, y honores militares por parte de los oficiales de la Base Naval, donde almorzó.
Como lo revelan los archivos del periódico, conoció el castillo de San Felipe de Barajas y hacia las tres de la tarde se devolvió a Bogotá, de donde partió a Quito, para seguir con su gira por el continente.