PERSONAJE
El ocaso triste de Einstein
Un nuevo libro revela los tristes últimos años del físico alemán por cuenta de la misma testarudez que lo llevó a cambiar el mundo.
Como muchos niños, cuando era pequeño Albert Einstein pecaba por brusco. Pero su hermanita Maja, por fortuna, contaba con el sentido del humor necesario para soportar sus monerías. Un día, Albert le lanzó una bola de petanca, poco más grande que una de billar, pero igual de densa y dura. Maja recibió el golpe en la cabeza, pero años después, cuando contaba la anécdota, solo decía: “Hay que tener cabeza de petanca para ser hermana de un genio”.
Albert y Maja crecieron a finales del siglo XIX en Múnich en el seno de una familia judía, apenas aceptada por la comunidad. Pero ambos tenían un rasgo común: el ingenio. Albert no sacaba las mejores notas, ni siquiera se destacaba en matemáticas, y hasta un profesor de griego le dijo un día que no llegaría muy lejos. Maja, su única y verdadera amiga de infancia, siempre le dio razón al maestro, pues, en efecto, “Albert nunca se convirtió en un profesor de griego”.
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Hace 16 años, el matemático y físico estadounidense David Bodanis ya había escrito un libro sobre Einstein. Se trataba de E=mc2, un tomo sobre la teoría de la relatividad con la cual el alemán cambió el mundo y alcanzó el estatus de superestrella. Sin embargo, a Bodanis se le había quedado en el tintero contar otra historia: la vida del genio, sus vivencias personales, sus relaciones familiares, laborales y románticas y sus posturas. El resultado acaba de salir en el libro El peor error de Einstein, donde el autor explora el carácter del astrofísico y las consecuencias que su forma de ser tuvo en su vida íntima.
El libro hace énfasis en los años finales de Einstein, tan opuestos a los de su infancia. Después de disfrutar por tres décadas del estatus de figura prominente, al final de su vida vivió en las sombras, ignorado por la comunidad científica y golpeado emocionalmente, justamente por haber salido de los reflectores. Para colmo, su hermanita Maja, compañera de siempre, ya había muerto.
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Bodanis sostiene que la dramática situación de Einstein en sus últimos años se debe a “un error” particular. Y lo concluye tras haberle seguido la pista por más de dos décadas. Según él, los genios siempre empujan los límites de la percepción hasta probar o descartar una teoría. Este rasgo les sirve para sus propósitos, pero también se convierte en un problema.
El estadounidense ubica este momento en la vida de Einstein en 1917, dos años después de hacer pública su teoría general de la relatividad. Tras conocer unos hallazgos experimentales sobre esta, el alemán decidió hacerle algunos ajustes. Pero con el tiempo se dio cuenta de que no había sido necesario y nunca se lo perdonó. Él mismo llamó a esa decisión “la burrada de su vida”, y ahí, según Bodani, nació el drama de sus últimos años.
Mientras el mundo científico comenzaba a emocionarse por la física cuántica, Einstein rehusó seguir la tendencia. “Creía que la ciencia había tomado la dirección equivocada. Aseguraba que Dios no jugaba a los dados con el universo, y si los experimentalistas encontraban una naturaleza aleatoria en ciertos eventos, o los explicaban desde la probabilidad, él no consideraba concluyentes los resultados”, dijo Bodanis a SEMANA. El alemán argüía que todo se remitía a la falta de instrumentos y decía que, una vez existieran las maneras de medir mejor los fenómenos, todo sería explicable. La historia demostró que estaba errado.
Entre chiste y chanza, en esos años su amigo y rival Niels Bohr le insistió que dejara de decirle a Dios cómo comportarse. Bohr quería demostrar que el universo arrojaba cada vez más evidencia sobre el piso teórico de la mecánica cuántica (rama que para muchos se debe también a Einstein) y que el universo era menos exacto de lo que se creía en un principio: de lo que el propio Einstein se obstinaba a creer. Pero este nunca le hizo caso, y así terminó ignorado. Después de estar en lo más alto, nadie lo volvió a consultar.