Religión
Javier Cercas, el escritor español que desentrañó al papa Francisco habló con SEMANA, “fue un revolucionario”
El escritor español Javier Cercas conversó con SEMANA sobre el papa Francisco y su más reciente libro, El loco de Dios en el fin del mundo.


Javier Cercas, quien se describe como ateo, anticlerical, laicista militante, racionalista contumaz y un impío riguroso, tuvo el enorme privilegio de acompañar al papa Francisco a Mongolia, en uno de los viajes papales más históricos del Vaticano. Como resultado de esa travesía de cuatro días, el español publicó su más reciente libro, El loco de Dios en el fin del mundo, el cual vio la luz solo un par de días antes del fallecimiento del sumo pontífice. El autor de Soldados de Salamina, Premio Nacional en España y miembro de la Real Academia Española, conversó con SEMANA sobre la resurrección de la carne, la vida eterna, la revolución del papa Francisco y las coincidencias divinas que rodean su libro.

SEMANA: Usted se describe en su más reciente libro como un ‘loco sin Dios’. ¿Se sigue describiendo así después de haber conocido al papa Francisco?
Javier Cercas: A esa pregunta hay dos respuestas. Para la primera respuesta tengo que citar al editor del libro, que es Lorenzo Fazzini, que es un personaje del libro y que además es el editor del Vaticano, y él me dijo: “Javier, si te conviertes, no lo digas en este libro, porque no vas a vender un puñetero ejemplar. Pero al cabo de cuatro años, cuando ya hayas vendido todo lo que tienes que vender, entonces escribes un libro contando que te has convertido y vendemos cuatro millones de copias” (risas). Esa es la primera respuesta.
La segunda respuesta a esa pregunta es más pedestre y la verdad es que no. No puedo decir que yo no sienta envidia, porque ya la sentía antes de este libro, por ejemplo, de gente como mi madre, que era una gran creyente, o de los misioneros yo sentía gran envidia. Pero la fe no es un acto de voluntad, yo no puedo decir: “¿Sabes qué? Me interesa, me sale a cuenta, voy a tener fe”. Eso no es así, tú la tienes o no la tienes. Es como una intuición poética o un don, como le llamaba el papa Francisco. Los dones se tienen o no se tienen, las intuiciones se tienen o no se tienen. Y yo tuve el don, pero lo perdí.
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SEMANA: Cuando decidió aceptar la invitación del Vaticano de escribir un libro sobre la visita del papa Francisco a Mongolia, usted además tenía una pregunta específica que quería hacerle al santo padre, ¿logró hacérsela?
J.C.: Absolutamente; es decir, el libro tiene dos finales. Para mí, el primero es la respuesta del papa, porque esto es una novela policial, como todas las que yo he escrito, y como todas las que me importan. Al menos, en la medida en que en todos hay un enigma y alguien que intenta solucionarlo y descifrarlo. Y, en este caso, el enigma es el enigma de los enigmas, es un enigma colosal que trata sobre la resurrección de la carne y la vida eterna. Entonces, ¿alcancé a hacerle la pregunta al papa? La respuesta, sí. ¿Cuál fue? No puedo decirla porque sería como contar el final de una novela policial, pero lo que sí puedo decir es que Aristóteles estaría muy contento con el final, porque Aristóteles decía que los finales ideales son al mismo tiempo inevitables y sorprendentes. Y en este final, la respuesta del papa era inevitable y, al mismo tiempo, absolutamente sorprendente, por lo menos para mí, y creo que para muchos lectores lo es también. Ese es el primer final del libro.
Luego hay un segundo final que el lector tiene que descifrar. Si yo fuera creyente, creo que lo he dicho aquí, pues pensaría que es un pequeño milagro y lo viví así.

SEMANA: ¿Cuál cree que fue esa gran revolución del papa Francisco?
J.C.: Una cosa es el papa como hombre y otra cosa es el papa como papa. Entonces, como papa, hay quienes hablan de una revolución, de que él ya ha llevado a cabo una revolución. Depende de lo que consideremos qué es una revolución. Si la entendemos como un cambio en la doctrina católica, no hay ninguna revolución porque la doctrina es la misma. Pero el papa sí se puede considerar un revolucionario. ¿En qué consiste la revolución? En volver al cristianismo primitivo, el cristianismo de Cristo, ni más ni menos, el cristianismo de la calle, de la gente, de los pobres. El cristianismo de Cristo, el real, el de este hombre que era un subversivo, era un revolucionario, que era un peligro público. Entonces, el papa Francisco fue un revolucionario en el sentido de que quería devolver a ese cristianismo primitivo. Ahora tampoco fue una revolución que él se haya inventado, porque esa revolución la propone Vaticano II, que es el gran Concilio de la Iglesia, y él, el papa Francisco, es un hijo de Vaticano II.
Entonces, lo que hace este hombre es tomarse en serio ese intento de volver al cristianismo primitivo. ¿Lo consigue? No, en parte porque no lo dejan, y en parte porque es una tarea ingente. Esa tarea no necesita un papa, sino 25 papas, 55 papas, porque la Iglesia, la historia de la Iglesia, se puede y se debe leer como la historia de una perversión, de una perversión de la Iglesia de Cristo.

Porque a lo largo de los siglos se ha convertido en una Iglesia del poder y de la riqueza. Es una Iglesia vertical, no una Iglesia horizontal, como era la Iglesia de Cristo o la Iglesia primitiva, mejor dicho. Entonces, ese intento de volver a ese cristianismo se ha quedado en un uno por ciento y en cosas que ni siquiera significan el retorno al cristianismo primitivo, pero que son indispensables.
El papa Francisco, por ejemplo, sabía que era indispensable el papel de las mujeres en la Iglesia. Por eso, el nombramiento de la primera mujer gobernadora del Vaticano es un gran logro, o el de la primera mujer prefecto. Hay gente que dice “es insuficiente”, y yo respondo “sí, es insuficiente, pero es algo”. Para la estructura de la Iglesia, estos nombramientos han sido muy disruptivos y han creado una enorme oposición. Estoy seguro de que él sintió que no podía ir más allá. El papa era un hombre en lucha consigo mismo.

SEMANA: ¿Cree que ese gran cambio que deseaba el papa algún día sea posible?
J.C.: Si no se da ese cambio, la Iglesia está perdida, está condenada. En mi opinión, si la Iglesia no va en esa dirección, se volverá irrelevante. En Latinoamérica, la Iglesia cada vez más está perdiendo presencia y la potencia que tenía. Europa ya es un continente secularizado y ya no es el centro, como lo era antes, y eso también está pasando en África.
SEMANA: ¿Cómo se siente ser el único escritor a la fecha al que el Vaticano le ha abierto las puertas?
J.C.: Me siento muy privilegiado, esa es la verdad. ¿Por qué a mí? No lo sé; honestamente, es la única pregunta que no he hecho.
SEMANA: ¿Cómo podría describir esos cuatro días en Mongolia junto al papa?
J.C.: Mongolia es un sitio muy exótico, pero el Vaticano es mucho más exótico que Mongolia. Ese viaje fue una gran experiencia, hablar con budistas, ver cómo la Iglesia allí era totalmente irrelevante, porque allí ser católico es una cosa completamente excéntrica, es una extravagancia absoluta, allí existen menos de 1.500 católicos. Todos allí sabían que el papa era un jefe de Estado y las autoridades eran muy conscientes, pero para el común de los mongoles, él era como el jefe de una secta que nadie conoce y nadie sabe quién es. Eso te da una idea muy distinta del catolicismo.
SEMANA: El lanzamiento del libro sobre el papa coincide con su fallecimiento, como si fuera una trágica coincidencia. ¿Cómo recibió esa noticia?
J.C.: Este libro está lleno de coincidencias. El papa muere el día antes del lanzamiento oficial del libro y, además, en el día de la resurrección de la carne, el día de la Pascua de Resurrección. Parece como si la realidad quisiera decirte algo, solo que aún no sé qué quiere decir, honestamente.