ESTRENO EN SALAS EN COLOMBIA: 15 DE AGOSTO
‘Monos’: la película más opcionada para representar a Colombia en los Óscar (incluso antes de su estreno)
Algunos críticos norteamericanos la comparan con ‘Apocalypse Now’ y ‘El señor de las moscas’. ¿Cómo se aproxima esta película técnica y conceptualmente a la guerra?
El orden de la selva
Grandes éxitos y elogiosas críticas ha cosechado el tercer largometraje del director colombo-ecuatoriano, nacido en Brasil, Alejandro Landes. En su estreno mundial en la competencia World Cinema Dramatic de Sundance, una terna de la que formó parte el director colombiano Ciro Guerra le otorgó a Monos el premio especial del jurado. Tan solo unas semanas después, la película celebró su estreno en Europa en la sección Panorama de la 69 Berlinale, donde además optó por el Teddy Award, el reconocimiento más antiguo del mundo dirigido a los filmes con personajes y temáticas LGBTIQ. En marzo, la cinta fue invitada como central piece de la prestigiosa muestra New Directors/New Films, que organiza anualmente la Film Society of Lincoln Center y el MoMA en Nueva York, y, en el Festival Internacional de Cine de Cartagena de Indias (Ficci), recibió el premio del público de su categoría.
En los últimos meses, Landes también inauguró con esta película dos de los festivales con mayor exposición local en Colombia y Ecuador: la quinta edición del Festival de Cine Independiente de Bogotá (IndieBo) y el Festival Latinoamericano de Cine de Quito (FLACQ).
Como es natural, a lo largo de este recorrido, medios cinematográficos influyentes como The Guardian, IndieWire, The Hollywood Reporter, Screendaily y Variety han publicado amplias reseñas que insisten en señalar la influencia de obras literarias como El señor de las moscas, de William Golding, y El corazón de las tinieblas, de Joseph Conrad, e incluso han llegado a comparar la arrolladora potencia audiovisual de Monos con la de grandes hitos cinematográficos como Apocalypse Now, de Francis Ford Coppola (1979), y la delirante Aguirre, la ira de Dios, de Werner Herzog (1972).
Por eso no es difícil imaginar que otros escenarios como Toronto, San Sebastián o la Piazza Grande de Locarno se sumen en el segundo semestre a esta larga lista de festivales. E incluso un mes antes de su estreno comercial en Colombia, Monos aparece como la más firme candidata para postular en representación del país a los Premios Óscar, ya que recientemente confirmó su distribución comercial en Estados Unidos, a partir del 13 de septiembre, de la mano de Participant Media (Green Book, Roma, Spotlight) y Neon (Yo, Tonya).
No hago este ejercicio de recapitulación por un mero propósito informativo, sino buscando evidenciar el aparente consenso que ha provocado esta producción colombiana multinacional –Argentina, Países Bajos, Alemania, Suecia y Uruguay son los otros cinco países involucrados–, pues pocas veces sucede algo como esto: el público, la crítica y los festivales en sorprendente sintonía. Así que valdría la pena detenerse y preguntarse por los factores que han dado lugar a un fenómeno como este, que seguramente aquí se intensificará cuando salga a cartelera el próximo 15 de agosto en las salas comerciales y alternativas de Colombia.
Los méritos sonoros y visuales de la cinta –que muchos insisten en separar del discurso– parecen conducir a una nueva lista: la de las experimentadas y reconocidas figuras de la industria internacional que participaron en esta producción en sus diferentes etapas: el holandés Jasper Wolf y el estadounidense Peter Zuccarini (Piratas del Caribe, La vida de Pi) en la dirección de fotografía y la dirección de fotografía subacuática, respectivamente; los montajistas Yorgos Mavropsaridis (La favorita, The Lobster, El sacrificio del ciervo sagrado), Ted Guard y Santiago Otheguy (Temblores); la diseñadora de sonido Lena Esquenazi (habitual colaboradora de Landes, Tatiana Huezo y Fernando Eimbcke), la compositora británica Mica Levi (Jackie, Under Skin), la actriz Julianne Nicholson (August: Osage County) y el actor colombiano Moisés Arias (Disney Channel), acompañados por un notable reparto de actores no profesionales.
No han sido pocas veces las que, quizás por esas figuras, sobre este filme he oído como un elogio la frase “no parece una película colombiana”, y cuando he querido recordar el contexto al que hace referencia, tal deslumbramiento parece pretender anular cualquier posibilidad de una lectura local. Pero Monos no aparece de forma repentina ni es el resultado de una mirada extranjera sobre el conflicto armado en Colombia.
A esa frase, que desprecia su origen, parece seguirle la idea de que al abstraerse del contexto político y social específico de donde emerge una obra periférica, como pretende hacerlo esta cinta, dicha obra se convierte inmediatamente en un objeto universal y a partir de ahí la guerra, o cualquiera que sea su asunto central, debe ser leída en términos globales y teóricos, desligándose de sus propias coordenadas culturales. Esto tan solo pone de manifiesto, una vez más, las posibilidades y limitaciones (definidas externamente) que recaen sobre cines como el nuestro.
Los Monos son un grupo de adolescentes pertenecientes a una organización armada rebelde (e indefinida en la cinta): Patagrande, Rambo, Leidi, Sueca, Pitufo, Lobo, Perro y Bum Bum están separados de esa agrupación, mientras esperan órdenes y vigilan a una mujer extranjera que mantienen en cautiverio. Los altos mandos se manifiestan ocasionalmente en breves intercambios por radio y las visitas de control de su comandante, un hombre de baja estatura completamente inflexible, que pondrá a su cargo el cuidado de una vaca lechera. Al incumplir su misión, el grupo se siente en peligro y, de manera abrupta, la anarquía y la violencia irrumpen.
En la pasada edición del Ficci fueron reconocidas por el público y el equipo de programación del festival otros dos filmes que también se interesan por retratar la vida dentro de grupos armados ilegales en el país, aunque desde una aproximación documental, estéticamente opuesta: La paz, de Tomás Pinzón Lucena, y el cortometraje La última marcha, de Ivo Aichenbaum. Las dinámicas internas –que en Monos aparecen con un ritmo vertiginoso y dramático– en estos dos trabajos –que observan pacientemente las expectativas que despertó (y defraudó) el acuerdo de paz en los combatientes rasos de las Farc en 2016– aparecen con una simpleza menos excitante. Y es entonces cuando cabe advertir sobre los efectos que producen el diseño narrativo y la maestría técnica de esta película.
Si bien Porfirio (2012) ya se desligaba en alguna medida de su primer largometraje documental, Cocalero (2007), este tercer trabajo de Landes, marca un cambio estético radical en su filmografía: cierto tempo y cierto interés por buscar la expresión inmediata de la realidad han sido reemplazados aquí por el cálculo y una espectacularidad artificial abrumadora. La vitalidad y el color de las imágenes, las complejas secuencias narrativas, el ritmo del montaje, la expresividad del diseño sonoro y la música, la multiplicidad de personajes (el protagonismo coral del escuadrón, como un conjunto de personajes con características, en mayor y menor medida, diferenciables y atractivas) conducen al espectador a vivir una experiencia contundente en la sala de cine, lo cual, hay que decirlo, es un gran mérito.
Sin embargo, el potencial del cine no es meramente técnico y emocional; el cine también propicia el encuentro con una construcción particular del discurso (argumental o documental) que eluda las estrategias utilizadas habitualmente por los medios de comunicación y, mediante una reflexión en los procesos creativos, den lugar a otras representaciones posibles de los hechos y los individuos por los que se interesa.
Un cine así ilumina matices desconocidos y revela sus propias contradicciones; su propia humanidad. Es una forma de leer el mundo. Y, en este caso, el artificio es un distractor que consigue distanciar al espectador de las experiencias de estos personajes: la guerra se transforma en espectáculo.
¿De qué habla Monos? ¿Sobre qué aspecto oculto dirige su atención Landes? ¿Qué encuentra en la violencia y en la vida de estos jóvenes soldados, despojados de pasado y del futuro? Al reparar en la manera en que representa el único enfrentamiento armado en pantalla, me pregunto si los estragos de la guerra son su verdadero interés. La humanidad de los soldados en combate desaparece, y ellos se transforman en simple información física, en una silueta sin rostro, en manchas de colores en medio de la oscuridad. Como sus alias, la imagen abstracta de estos soldados marca una distancia, una ruptura entre el combatiente y su historia previa. ¿Qué queda entonces? ¿Qué está en juego? El presente, que en este caso se traduce en la transmisión de una experiencia corporal inmediata.
Quizás sea esto lo que encuentra una continuidad después de Porfirio. Landes afirmaba ver en Porfirio Ramírez Aldana una expresión del cuerpo como prisión del espíritu, un encierro que se extendía a su vez a la vida de aquel hombre, condenado por la violencia a una silla de ruedas. En esta nueva cinta, la misma violencia aparece con una cara opuesta: Landes sospecha que, lejos de la “supervisión adulta”, la guerra parece el escenario propicio para explorar libremente estos cuerpos en transición y constante efervescencia.
Sin embargo, esta idea se contradice rotundamente con la estructura vertical que rige a la organización que él mismo ha retratado: las vidas sexuales y afectivas de estos jóvenes son reguladas por un mando superior, los castigos existen y se aplican, y las relaciones de poder inciden profundamente en la intimidad de sus personajes.
Así que en la guerra sí hay un orden, uno solo posible, el de la misma guerra, y en él las libertades privadas y la capacidad de pensarse como individuo se suspenden indefinidamente.