Lista Arcadia 2019
‘Balún Canán’ de Rosario Castellanos: uno de los trece libros más votados de la Lista Arcadia 2019
Una reseña de Andrea H. Reyes.
La niña narradora en un cruce de culturas
Las primeras obras de ficción de Castellanos –Balún Canán (1957), Ciudad Real (1960) y Oficio de tinieblas (1962)–, que representan la vida provincial en Chiapas con atención infatigable a la conflictiva relación entre indígenas y ladinos, fueron categorizadas por muchos como literatura “indigenista,” un subgénero literario poco apreciado en la época, y caracterizado, en ocasiones, por una imagen simplista de los personajes indígenas. Castellanos misma no aceptaba tal designación. En 1965, Emmanuel Carballo le preguntó si sus obras narrativas formaban parte de ese subgénero. Así respondió Castellanos: “Si me atengo a lo que he leído dentro de esta corriente, que por otra parte no me interesa, mis novelas y cuentos no encajan en ella. Uno de sus defectos principales reside en considerar el mundo indígena como un mundo exótico en que los personajes, por ser las víctimas, son poéticos y buenos. Esta simplicidad me causa risa. Los indios son seres humanos absolutamente iguales a los blancos, solo que colocados en una circunstancia especial y desfavorable. […] Ya que pretenden objetivos muy distintos, mis libros no se pueden incluir en esta corriente”.
Vale notar que en 1964 Joseph Sommers, un importante crítico para el análisis y la recuperación de la corriente indigenista, incorporó a Castellanos en el grupo de autores que él calificó como “el ciclo de Chiapas”, junto con Ricardo Pozas, Ramón Rubín, Carlo Antonio Castro, Eraclio Zepeda y María Lombardo de Caso, aunque siempre con el reconocimiento de que su manera de representar a los personajes indígenas era muy distinta de la norma: “Esquivando las trampas de idealización, sentimentalismo y naturalismo crudo, Rosario Castellanos consigue afirmar la dignidad y el valor humano en el indio –calidades que ella descubre en el respeto por la tradición, la responsabilidad cívica, la esperanza que brota eternamente en la generación juvenil–. A la inversa, ella niega que el grupo ladino puede degradar al indígena sin degradarse a sí mismo”.
Sommers consideraba a Castellanos y al peruano José María Arguedas como representantes ejemplares de un nuevo estilo en el indigenismo, por la representación de los indígenas como seres humanos complejos en sus obras de ficción. Sin embargo, la clasificación de Balún Canán como “indigenista” funcionó en su momento para minimizar el valor y la relevancia de la obra, dejándola en los márgenes del mundo de las letras mexicanas.
El discurso indígena que abre el relato pasa luego a ocupar un lugar secundario a medida que la narración se enfoca en la familia Argüello. No obstante, los epígrafes de cada una de las tres secciones de la novela –tomados de textos indígenas– recuerdan al lector que el mundo que se describe sigue inextricablemente ligado a la tradición indígena y que la relación entre blancos e indígenas solo puede entenderse en ese contexto.
Estas técnicas literarias de incluir documentos escritos por otros dentro de la historia principal de la novela, más la insistencia de Castellanos en contrastar las voces narrativas entre una niña sin ninguna autoridad social, en oposición al narrador omnisciente tradicional, son elementos significativos y contundentes para el mensaje mismo de la novela. Lejos de considerarlos fallas, la crítica más reciente las lee como elementos intencionales, y de gran riqueza estilística, en manos de una autora consumada.