Humanistas, científicos sociales colciencias
Con la vara que mides…
El 18 de marzo se realizó el encuentro ¿Por qué y para qué medir?, en el cual se pone en cuestión el espinoso tema de la medición que hace Colciencias de las ciencias humanas. El instituto dice que la protesta es minoritaria. ¿Cuál es la molestia?
Nadie duda de la importancia de la investigación en ciencia y tecnología. Como quizás es de esperarse, académicos y entes gubernamentales ven allí esperanzas reales para el mejoramiento y el desarrollo del país. Es fácil entender por qué es importante la investigación en fuentes de energía sostenible, o por qué vale la pena financiar el desarrollo de una nueva vacuna, pero es más difícil imaginar la importancia de la investigación cuando se trata de las ciencias humanas y sociales. ¿Cuál es la relevancia de un estudio sobre la literatura colombiana del siglo xix? O, ¿por qué hay que apoyar una investigación sobre el impacto cultural del grafiti? Las ciencias sociales y las humanidades son importantes –algunos dirían esenciales– para el futuro de nuestro país, pero su lugar en el panorama académico colombiano está en juego.
Colciencias, el ente gubernamental encargado de fomentar y coordinar la investigación académica en el país, fue creado en 1968 y en 1996 empezó a medir la calidad y la pertinencia de los grupos de investigación en el país. En 2009, a partir de la Ley 1286, se convirtió en Departamento Administrativo de Ciencia, Tecnología e Innovación. Una de sus labores actuales más importantes es la de llevar un inventario de la producción académica en el país. Así, un investigador de cualquier campo registra todas sus publicaciones con Colciencias, quien le otorga un puntaje según una serie de factores que incluyen el número de publicaciones, el lugar en el que fueron publicadas y el impacto que tuvieron en el campo. De esta manera, Colciencias clasifica a los académicos del país y la validez de sus producciones. Dependiendo de dónde trabaje un investigador, este puntaje puede afectar los recursos que sus departamentos reciben de la universidad, la cantidad y calidad de becas para sus estudiantes o, en algunas universidades públicas, su salario.
Desde la creación del organismo, investigadores en las ciencias sociales y humanas han expresado descontento con la manera en la que Colciencias evalúa su trabajo, pero solo hasta ahora sintieron la necesidad de boicotear, en masa, una convocatoria. Para estos académicos, la Convocatoria Nacional para el Reconocimiento y Medición de Grupos de Investigación, Desarrollo Tecnológico o de Innovación y para el Reconocimiento de Investigadores desconoce las particularidades de la producción académica en sus campos y exige una cantidad innecesaria y onerosa de papeleo para participar.
El pasado mes de diciembre un grupo de académicos e investigadores de las ciencias sociales y las humanidades de algunas de las universidades más importantes del país recientemente decidió no participar en la última convocatoria de Colciencias abierta a grupos de investigación, conocida como la convocatoria 693. Los profesores del Departamento de Literatura de la Universidad Nacional fueron los primeros en enviar una carta a Colciencias, que poco tiempo después fue apoyada por una del Departamento de Literatura de la Universidad de los Andes. Grupos de otros departamentos de la Nacional, y de la Universidad Javeriana y la Universidad de Antioquia, entre otras, se han unido a la protesta. Según Alejandro Olaya, subdirector de Colciencias, se trata de un grupo muy pequeño, que representa menos del 2 % de los investigadores del país. “Esta convocatoria recibió 3.898 grupos, 1.198 de las ciencias sociales y 289 de las humanidades”, dice.
“El florero de Llorente –explica William Díaz, profesor del Departamento de Literatura de la Universidad Nacional– fue la última convocatoria. Esa indignó a muchos profesores. Y la primera indignación fue práctica”. Para ser admitidos, todos los académicos tenían que adjuntar soportes de cada una de las publicaciones de los últimos siete años, una tarea gigantesca para los más activos en publicación. Imágenes de carátulas y los conceptos de los editores (que muchas revistas y editoriales académicas no entregan) debían acompañar formatos firmados en los que certifican que las publicaciones, incluso las que Colciencias había admitido en el pasado, son reales.
Para Alejandra Jaramillo, directora del mismo departamento, “es una cantidad de trabajo engorrosísimo para demostrar que algo que ya está publicado sí es válido. Parte de un principio de mala fe con los investigadores y además es una violación de la ley antitrámites”. La cantidad de papeleo necesaria para presentarse a la convocatoria era tal que la Vicedecanatura de Investigación de la Facultad de Ciencias Humanas de la Universidad Nacional asumió el papeleo de los 43 grupos que sí decidieron presentarse. “Significó el trabajo de dos personas, 16 horas diarias, durante dos semanas y media”, explica Marta Zambrano, la vicedecana. “Lo considero una pérdida total de tiempo. La pregunta es –dice Zambrano– si Colciencias está ahí para el fomento de la investigación o para el control”. Para Alejandro Olaya, subdirector de Colciencias, la solicitud de evidencia de cada artículo está ahí para defender la integridad de la investigación en Colombia. “Había una mala práctica en la que muchos libros que no eran el resultado de una investigación se estaban presentando como si lo fueran, y no está bien que Colciencias acepte libros que no se aceptarían en cualquier otro país –explica–. Es una práctica común en muchos países del mundo”.
Pero el asunto del papeleo rápidamente llevó a una discusión más profunda. Llamó la atención sobre problemas que los humanistas y científicos sociales consideran estructurales en Colciencias. “Decidimos que la convocatoria no nos convoca –dice William Díaz–. Es una convocatoria de ciencia y tecnología, con criterios de ciencia y tecnología”. Y a primera vista es fácil entender el descontento. Del nombre de la entidad y el título de la convocatoria en adelante, es claro que su interés principal está en las ciencias exactas y que hay poco espacio y consideración para las ciencias sociales y humanas. Según Olaya, sin embargo, Colciencias ha consultado con miembros prominentes de todos los campos a la hora de crear estas modelos de medición. Se puede revisar la ficha técnica de la convocatoria, disponible en la página web de Colciencias, para ver quiénes fueron consultados. De doce profesores que conforman el comité de expertos y el equipo técnico de la creación de la convocatoria, dos antropólogos representan las ciencias sociales. No hay humanistas en la lista.
A este problema estructural se le suman una serie de factores técnicos de la convocatoria y los modelos de medición de Colciencias que, según los académicos descontentos, desfavorecen de manera injusta a las ciencias humanas y sociales. El modelo con el que se miden todos los productos académicos es el mismo y está pensado para medir la producción en las ciencias duras. Así, el modelo le otorga un puntaje más alto a artículos y papers, los formatos más comunes en las ciencias exactas, que al libro, el estándar de producción en las ciencias sociales y humanas que rara vez se hace en las exactas. En las ciencias duras es común publicar artículos muy breves, a veces incluso de dos o tres páginas, en los que se da cuenta de los últimos avances en un campo. En las humanidades, por otro lado, los artículos suelen ser más largos y casi siempre contienen reflexiones completas sobre un tema. Por la naturaleza misma de su quehacer, los humanistas publican mucho menos, casi siempre artículos largos o libros que toman tiempo, pero a los ojos de Colciencias, eso los hace automáticamente merecedores de calificaciones más bajas que las de sus pares en las ciencias duras.
Otra de las críticas de los humanistas que decidieron boicotear a Colciencias es que esta institución premia también el trabajo en grupo, de nuevo práctica común en las ciencias exactas, pero excepción en las humanidades y las ciencias sociales. Según María Mercedes Andrade, profesora asociada del Departamento de Literatura de la Universidad de los Andes, el problema radica en tratar de imponer un modelo de un tipo de conocimiento a otro muy diferente. “Por esa razón, a nuestro trabajo se le suelen asignar categorías inferiores porque obviamente no puede competir con la manera como funcionan los científicos. Pero no deberíamos tener que competir, tendríamos que entender que son dos cosas diferentes”, dice.
Así las cosas, los humanistas y científicos sociales concuerdan en que las convocatorias de Colciencias deberían ser mucho menos engorrosas y deberían partir de un principio de buena fe que considere igualmente la producción académica en todos los campos del conocimiento. En otras cuestiones, los académicos tienen diferentes puntos de vista. María Mercedes Andrade propone la creación de modelos de medición más inclusivos, o quizá modelos diferenciados según los diferentes campos. Otros profesores, como William Díaz o Marta Zambrano, cuestionan la necesidad de Colciencias en las humanidades y las ciencias sociales y creen que tal vez es necesario replantear la entidad completamente. Son cosas que deben discutirse, así que el pasado 18 de marzo se llevó a cabo en la Universidad Nacional el encuentro “Cultura e investigación: por qué y para qué medir”. Allí, académicos de la Nacional, Los Andes, la Central y el Observatorio Colombiano de Ciencia y Tecnología se reunieron, sin la presencia oficial de Colciencias, para hablar sobre los impactos que la medición tiene sobre sus diferentes campos y las maneras en las que pueden modificarse. “La idea es seguir reuniéndonos hasta llegar a una propuesta sólida y podamos invitar a Colciencias a la mesa”, dice Alejandra Jaramillo, quien moderó la presentación “¿Por qué y para qué medir los grupos de investigación en Ciencias Sociales y Humanidades?” en el encuentro.
Para Alejandro Olaya, de Colciencias, lo que hay que hacer es seguir refinando un modelo necesariamente imperfecto. “Todos los modelos son simplificaciones de la realidad –dice– y es inevitable que algunos investigadores sientan que sus trabajos o sus productos se quedan por fuera. Y esto no es una cuestión solo de Colciencias, esto es un debate que está pasando en todo el mundo”.
Esta es una querella extremadamente técnica que a primera vista afecta solamente a unas cuantas personas dedicadas a la investigación dentro de una universidad. Y sí, en cierta medida, lo es. Pero la actual discusión con Colciencias apunta a un problema mayor, uno que se está discutiendo de diferentes maneras en diferentes lugares del mundo y no tiene nada que ver con la medición: ¿cuál es el valor de las humanidades, de cuyos productos culturales, por ejemplo, se ocupa mes tras mes esta revista? Más que cualquier otra área del conocimiento, las humanidades tienen que defender su validez en la universidad moderna, cada vez más preocupada por ofrecer una educación práctica. La importancia que Colciencias les dé en el futuro cercano será una respuesta oficial a la pregunta de fondo: ¿sirven de algo las humanidades?