Opinión
Mafalda para uribistas
No se trata de politizar a Mafalda. Maravillosa por llegar a personas de diferentes ideologías. Pero si usted va por la vida tildando de violento a quien protesta como ella, recuerde que uno de los personajes centrales de la tira se llamaba Libertad… no Seguridad.
Hace pocos días falleció Joaquín Salvador Lavado Tejón, uno de esos pocos seres terrenales que logran alcanzar la inmortalidad migrando su alma hacia sus obras.
Con su muerte, la gente recordó masivamente a través de internet, una de sus tantas caricaturas: Mafalda acercándose a un oficial de policía y preguntándole si lo que porta es el “palito para abollar ideologías”. Una genialidad publicada en 1973, y posiblemente inspirada por ‘La noche de los bastones largos’, en la que, bajo el mando del dictador Juan Carlos Onganía, cagaron a palos a la juventud estudiantil opositora. Tres años más tarde –y en medio de una sexta dictadura–, el mejor conocido como Quino se iría al exilio y el desgobierno argentino cambiaría ‘El palito para abollar ideologías’ por: ‘El fusil para silenciar ideologías’, ‘El centro clandestino para desaparecer ideologías’, ‘Los vuelos de la muerte para ahogar ideologías’ y hasta ‘Las ratas vaginales para devorarle el vientre a las portadoras de ideologías’.
Mientras las redes sociales se encienden discutiendo sobre si Quino era de derecha o de izquierda, preferiría más bien remarcar simplemente que no era un tipo conservador. Su obra máxima transitó tiempos en que la Argentina no tenía libertad de expresión, sino libertad de fiscalización. En que íconos como Charly García se cuidaban las tapas mandando mensajes encubiertos como: “No cuentes lo que hay detrás de aquel espejo, no tendrás poder; ni abogados, ni testigos” (“Canción de Alicia en el País” – Serú Girán). Precisamente, con la muerte de Joaquín, hasta en los medios de comunicación más conservadores del continente se repitieron tres adjetivos de Mafalda: Rebelde, feminista, contestataria.
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Es cierto que Quino no siempre tomó una postura de denuncia, y menos en tiempos de gobiernos de facto o en los años más derechistas del peronismo oficialista, lo que hizo que algunos seguidores lo consideraran afín a las políticas gubernamentales. El artículo de despedida que le dedicó el también conservador diario El País de España, sugiere que la razón de que la tira comenzara a referir constantemente a la paz mundial, era para evitar riesgos al criticar la situación política nacional. Eso no significa que él hubiera dejado de lado su discurso antiderechista, precisamente entre sus obras más contudentes está la de una madre que le pega a su hijo mientras en el centro de la tira aparece un onomatopéyico sonido de golpe: ¡Paz! Tres letras sin sentido para quienes imponen mano firme.
Mafalda era la nena rebelde de una familia clase media conservadora y también la principal crítica de esa familia: “Si es cuestión de títulos, yo soy tu hija ¡Y nos graduamos el mismo día!”, responde la contestataria muchachita en una de sus frases célebres. En otra, le pregunta a la madre si cuando se enamoró del padre sintió las llamas de la pasión “o apenas algo (que) se te tostaba”. Cuestionando la idea del amor romántico tradicional, ese que habla más de la fuerza del amor, que de las dificultades que debe superar ese amor para mantenerse vigente. Porque a veces pareciera que lo único que funciona en la vida de los padres de la niña, fuera ese amor que se tienen. Dos personas cansadas de trabajar (ser ama de casa también es un trabajo), a menudo amargadas y deprimidas; representando la antítesis de su hija y quizás de ellos mismos cuando eran niños.
Hace poco Margarita Rosa de Francisco trinaba que los fascistas no tienen sentido del humor, y aunque esto no se puede decir de las personas conservadoras en general, sí es cierto que para ellas la percepción del humor tiende a quedarse en un análisis más superficial. Por ejemplo, los constantes vainazos de Mafalda hacia sus padres, suelen interpretarse como simples ocurrencias de una chiquilla irreverente y no como críticas a la estructura tradicional de familia o a la trillada idea de que los hijos tienen que obedecer a los padres, sin que nos cuestionemos si se trata de una obediencia necesaria o una obediencia caprichosa. En Armenia, semanas atrás, se aplaudieron los correazos que le dieron a una amiga mía, aplausos que luego se extendieron a nivel nacional y ahora continental: la llamaron niña cuando es mayor de edad, la tildaron de vaga cuando apoya la parrilla del padre y la tildaron de vándala cuando incluso ese día había llegado arreglada como para salir de rumba y con el pelo recién planchado. No creo que exista alguien tan idiota para creer que una mujer que va a ir a tirar piedras, pierde tiempo alisándose el pelo.
Su amiguita Libertad (la de Mafalda, también la de Karime), en una de sus apariciones más brillantes de una de las mejores definiciones de capitalismo –o al menos, de la sociedad de consumo– que van a encontrar en la vida. Cuando cuenta la historia del vecino que consigue un segundo empleo para vivir, pero luego tiene que comprar un auto para llegar temprano a ambos empleos, logrando en consecuencia que al final del mes solo le quede un solo sueldo y el dinero para pagar las cuotas del auto. Luego de una enredada explicación de diez renglones, la caricatura cierra de forma brillante cuando la más bajita de la saga remata diciendo: “Con el auto llega temprano a los dos, eso sí”.
Pero tranquilo, ahora que entiende mejor a la niña consentida de Quino, no se desanime. No necesita hacer la gran Ordoñez e ir a prender fuego a su colección de libros del autor, tampoco comenzar a creer en que hay que agarrar a correazos a los niños de seis u ocho años. Mejor recuerde esta anécdota de Norma Morandini, actual senadora por la coalición derechista Juntos Por El Cambio (durante las últimas elecciones respaldó del ex presidente Mauricio Macri), quien, entusiasmada, alguna vez le preguntó a Lavado Tejón sobre cómo sería una Mafalda adulta y recibió la respuesta de que ella estaría entre los 30 mil desaparecidos. Siendo aún más sorprendente el análisis tan segmentado que Morandini hace después, al decir: “aquel día aprendí que en nuestro país, hasta el juego más inocente está teñido por nuestra tragedia pasada que nos impide pensar”.
Cuando es más bien al revés, pensar en la (no) adultez de una hija ficcionalizada y revolucionaria que no habría sobrevivido al exterminio de fines de los setenta, nos recuerda que en tiempos tiranos… no se salva ni Mafalda.
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