Adelanto
"Las mujeres son el polo a tierra de las familias colombianas”
En ‘Mujeres que dicen verdades’, el más reciente título libro de Semana Libros, seis periodistas colombianas le revelan a Alejandra de Vengoechea cómo se hicieron a sí mismas. Publicamos una parte de la entrevista con Salud Hernández-Mora.
Salud Hernández-Mora, nacida el 11 de febrero de 1957, “doce años después de la Segunda Guerra Mundial”, como suele presentarse, es española, se nacionalizó colombiana en 2002, y es conocida por ser una de las pocas mujeres periodistas que está haciendo reportería sobre el terreno, lejos de los cómodos escritorios de las redacciones. “Son dos vidas. Una con hijos y otra sin hijos y sin miedo a la muerte. Yo soy Juan sin Miedo y, además, no tengo hijos”, dijo en esta entrevista, que se hizo pocos días después de haber sido liberada tras un secuestro de seis días, en los que el gobierno de Juan Manuel Santos, a quien Salud criticó sin piedad en las columnas de El Tiempo, movilizó cientos de sus mejores hombres para buscarla y ofreció una recompensa de cien millones de pesos. Criada en medio de la posguerra, en un ambiente católico, machista, viajar por el mundo entero y leer toneladas de buena y variada literatura la determinó. “Era tan rebelde que mi mamá sólo me decía lo siguiente: tú haz lo que te dé la gana. Que te pase lo que sea, pero siempre debes estar confesada y haber ido a misa”. A su madre Dolores, Salud le reconoce una gran virtud que mucho enseña a aquellas mamás que no ponen límites y que no aplican un viejo adagio: “Tranquilidad viene de la palabra tranca”. “Si mi madre no hubiera sido una generala, yo no hubiera resultado con nada con mi vida”. Y Salud resultó con de todo: tras trabajar en política y en exitosos gabinetes de comunicación, desde 1999 es la corresponsal del diario El Mundo, cargo que alterna con los de columnista, escritora de varios libros y miembro de la Junta Directiva de País Libre, una ong especializada en secuestro. ¿Algo le falta por hacer? “Quiero armar un grupo de jockey y de esquí de puras mujeres”.
Fueron sus padres quienes le enseñaron a apreciar el arte. ¿Cómo se enamoraron ellos dos?
Mi padre, José, un hombre súper calmado e híper trabajador, tenía veintiséis años cuando vio a mi madre por primera vez en los toros. Mi madre, Dolores, era guapísima. Eso fue lo que le gustó a mi padre.
Y tuvieron siete hijos. Usted es la tercera. ¿Qué estudió su padre como para mantener a una familia tan grande?
Ingeniería de Caminos, Canales y Puertos, una carrera muy prestigiosa a la que pocos entraban. Cuando se graduó, fueron diecinueve ingenieros en toda España. Por eso enseguida fue jefe. Nunca fue empleado.
Y su madre, ¿empleada del hogar?
Mi madre, que nació en Murcia pero terminó viviendo en Madrid porque mis abuelos se trasladaron allí, estudió en un colegio interna y se quedó. Ella quería ser abogada pero no la dejaron. Estudió Enfermería. Pero tiene mente empresarial. Es que las mujeres salían del colegio y estaban en la casa. Todo estaba organizado así.No te cuestionabas nada.
Como buena enfermera ha debido tener maravillosos remedios para aliviarles dolencias a siete hijos. ¿Uno infalible?
Había que comer zanahorias a la lata porque eso iba a evitar que fuéramos miopes. Todos comimos zanahorias hasta reventar y las odiamos hasta la muerte, y todos salimos miopes.
Lo decía, también, porque sus padres vivieron etapas de la historia muy duras y ser enfermera ayudaba mucho. Una guerra civil (1936-1939), un militar, Francisco Franco, que mantuvo una dicta dura hasta 1975. ¿Qué implicaciones tuvieron esos dos hechos en su familia, en su vida?
En la Guerra Civil [como se conoce el conflicto que estalló tras un fallido golpe de Estado de un sector del Ejército contra la Segunda República Española y que concluyó con la victoria de los nacionales y la instauración de la dictadura encabezada por Franco], España se dividió. Zonas nacionales —dirigidas por Franco— y zonas rojas, simbolizadas por el Frente Popular, de izquierda. Murcia quedó en zona roja. A mi padre no le pasó nada porque su padre tenía una fábrica de harina. Eran intocables porque producían la comida, tan importante en una guerra, y más en un país donde se comíapan con cebolla. Entonces mi padre vivió una guerra civil tranquila porque comía. En cambio, el padre de mi madre era miembro importante de un partido político de la derecha. Por eso mi abuelo se la pasó casi toda la guerra escondido. Y mi abuela intentó ayudar a uno que estaba en la cárcel de Alicante llevándole unas armas entre una paella. Pero no funcionó. El recuerdo de mi madre de la guerra siempre es muy malo y el de mi padre muy bueno. Mi madre pasó mucha hambre.
¿Qué implicaciones ideológicas tuvo eso en usted?
Mi casa ni siquiera era franquista. Era de derecha. Mi padre era empresario y era apolítico. No existía la política. Cuando existía, era para echar chistes sobre Carmen Polo, la mujer de Franco a la que llamaban La Collares, por su afición a las joyas. La política no era parte de tu vida. Te importaba un pimiento. Tú estabas contento con España, eras muy patriota. Te hacías germanófilo. Alemania nos parecía lo máximo. Los conquistadores eran nuestros héroes porque eran descubridores. Te educaban para estar orgullosa de España porque en el Imperio español no se ponía el sol. Los reyes Carlos I, Carlos V, Felipe II, eran lo máximo. Recuerdo en un viaje que unos mexicanos me dijeron: «Pobrecita, vives en la dictadura». Yo los insulté, les dije hasta de qué se iban a morir. Uno era súper orgulloso de España.
Y de la Patria, el Orden.
Creo en la familia, que es el núcleo de la sociedad. Creo en una economía de mercado. Creo que la policía tiene que tener una función, una importancia. La religión, la familia, el orden. Creo en la autoridad. Eso viene de la época de Franco, en la que no había delincuencia.
¿Pero en su colegio estudiaban en Historia lo que significaron para el mundo dictadores como Adolf Hitler o Benito Mussolini?
Nunca llegabas a estudiarlos. Tampoco la Guerra Civil ni las guerras mundiales. En los colegios nos enseñaban Prehistoria, mucha Edad Media, mucha historia antigua: Mesopotamia, Egipto, los asirios. Alejandro Magno, por ejemplo, nos parecía un Dios. Cuando empezábamos la Segunda Guerra Mundial ya se acababa el curso. Como todo el mundo nos odiaba por el franquismo, tú crecías orgulloso de España. Todos nos uníamos en torno al enemigo externo. Y cada vez que nos atacaban, más nos afianzábamos. Todo se conseguía con superación personal y estudio.
¿Cómo estudiaban lo que hicieron los conquistadores aquí con los indígenas?
La manera como lo estudiabas en el colegio era así: los Reyes Católicos, Fernando II de Aragón e Isabel I de Castilla, eran unos visionarios. Hicieron la Ley de Indias para regular la vida social, política y económica entre los pobladores de la parte americana de la Monarquía Hispánica, pero no la aplicaban porque llegar de España a América era complicado, y unos cuantos cometían desmadres porque eran un puñado de conquistadores contra miles. A nosotros nos parecía normal uno que otro desmadre. Como estudiabas la Antigüedad, sabíamos que en la Antigüedad se conquistaba y quedaban esclavos, y que en la España feudal todo lo que estaba en tu perímetro era tuyo, y los dueños tenían derecho de pernada. Entonces, con los indígenas, pues igual. ¡Piensa que la Declaración de los Derechos Humanos fue hasta 1948! España estaba muy aislada. El país estaba devastado después de la Guerra Civil, que termina cuando empieza la mundial. Las cosas medio feas no las estudiabas.
¿Cómo era entonces su infancia?
A misa ibas los domingos obligada. Si no ibas era pecado, y no te preguntabas si era correcto o no. Para que te hagas una idea: el 20 de diciembre de 1973, cuando mataron al presidente Luis Carrero Blanco —quien tras acabar la Guerra Civil abandonó su dedicación a la Marina para servir lealmente a Franco en puestos políticos—, entró una monja a mi clase. «Esta mañana han matado a Luis Carrero Blanco, el presidente de España» [Franco era el Jefe de Estado pero en 1973 le cedió a Carrero Blanco la Presidencia del Gobierno]. «¿Pero acaso el presidente no es Franco?», le preguntamos a la monja. Que el grupo terrorista eta —organización independentista del País Vasco, fundada en 1958 durante la dictadura franquista— hubiera matado con un coche bomba a Carrero Blanco no nos importó. Estábamos felices porque así cerraban el colegio y nos íbamos de vacaciones. [La muerte de Carrero Blanco tuvo importantes implicaciones políticas para España. Con este atentado, eta dio un salto cualitativo en sus acciones armadas y se convirtió así en uno de los principales actores de la oposición al franquismo].
¡Pero qué oscurantismo en el que vivía! ¿Cómo se enteraba de lo que pasaba en el mundo?
En mi casa se recibía el diario abc, un diario conservador, monárquico y católico fundado en 1903. Leía sólo internacional porque no sabía que la política existía. Me encantaba leer so-
bre la Guerra de los Seis Días en Israel, ese conflicto que Israel tuvo en 1967 con la alianza de Egipto, Siria, Iraq y Jordania. Mi héroe era el político y militar egipcio Gamel Abdel Nasser, símbolo del nacionalismo árabe. Me encantaba. Era muy atractivo, fascinante.
¿A qué jugaba?
Vivíamos en un apartamento de un piso en Madrid. Todos los días jugaba con mis hermanos fútbol, canicas. Nuestros padres nos recogían en el parque. Luego almorzábamos con ellos en la mesa, sólo los niños que habíamos hecho la primera comunión. Los que no, se iban a otro comedor. No podías a hablar en la mesa. Hablabas sólo si te preguntaban cosas. Te lo tenías que comer todo. Y nadie tenía trauma. Yo no tuve ningún trauma. Todas las casas eran así. Te iba mal en el colegio, y castigado, y punto. Jamás, por ejemplo, conocí a alguien que tuviera los hijos fuera del matrimonio. Uno no se planteaba esas cosas. Uno no se preguntaba nada. Cuando se murió Franco, el único pensamiento era: «Mejor, imposible. Es 20 de noviembre de 1975, no van a abrir colegios, ¡tendremos unas largas vacaciones porque ya empalmamos con diciembre!». No sufríamos, éramos afortunadísimos. A mis padres, muy cultos, les gustaba mucho el arte, nos llevaban a excursiones. Veíamos iglesias, monumentos. Por ósmosis sabemos de romano, de gótico, de pintores, de museos. Había que ver todas las iglesias, todos los retablos. Saber que ese capitel era jónico, dórico o corintio. Si te equivocabas, te regañaban. Con mis padres todo era didáctico.
¿Ibas al zoológico?
Pues en plan didáctico porque mis padres no veían nada bonito. Veíamos un león, y de una nos explicaban dónde vive el león, qué come el león, cuál es la función del león en este mundo. ¡Nos tenían hasta el ñoño!
¿Tenías empleadas?
Teníamos una señorita que se ocupaba de nosotros.
¿Y sucede como en Colombia, que las señoritas, conocidas aquí como empleadas del servicio doméstico, se vuelven importantísimas en las vidas de los niños porque los papás no están?
En esa época, en España tenías una cocinera, una doncella, que era la que hacía la limpieza, la que servía la mesa y demás, y la señorita de los niños, la Seño, que era una nanny [niñera], más educada que las otras. Para mí fueron importantes todas. Nuestra cocinera duró en casa diecisiete años. Me parece verla viendo el aterrizaje del hombre en la Luna en 1969 y diciendo que eso era falso, que era un montaje de Hollywood. Ella me defendía, me encubría. La nanny, en cambio, era una hija de puta. Una sapa. Es que antes los papás no veían a los niños. Era un mundo muy distinto. Las madres eran generalas y uno no era amigo de las madres. Uno lo que quería es que cogieran una escoba y desaparecieran. En nuestra casa todo era estricto, y a mí no me gustaban las reglas. Ese era mi problema. Pero así era, y punto. Hoy en día los padres tienen encima a los hijos todo el tiempo. Y eso es más difícil.
Usted era bastante indisciplinada. No fue fácil como hija.
De los hijos era la peor, claramente. Los demás eran estudiosos.
¿Y cómo hizo para estudiar?
Mi madre nos mandó a un colegio muy pionero, el Instituto Veritas, dirigido por monjas modernas, que no llevaban hábito, que traían profesores de afuera y que, en lugar de aprenderte de memoria un libro, te ponían a hacer un trabajo. Era un colegio de derecha, donde iban las nietas de Franco, ministros, embajadores. Nunca hicimos cola, nunca llevábamos uniforme. En ese colegio mi único objetivo con dos amigas era ver qué se nos ocurría para reírnos. En una clase de Religión lanzamos bombas fétidas, o pintábamos en los pupitres, en los que estaba prohibido pintar. Todo me importaba un pimiento. Las clases de Hogar, Latín, Griego, Matemáticas, Geografía, las Ciencias Naturales, eran aburridísimas. Cuando entregaban notas en el colegio, tenía una amiga que era peor que yo, que se moría de la risa sabiendo la que se nos venía: un mes entero sin salir de la casa y otro mes sin salir al recreo en el colegio. Una vez tuve que escribir quinientas veces en la pizarra «adherido», con h. Y no me importaba. Mi objetivo era pasármela bien, y en eso no figuraba estudiar.
¿Se graduó?
Sí. Incluso, a los once años estuve un año en un internado de Irlanda, donde me lo pasé genial porque era más fácil tolerar a las monjas irlandesas que la disciplina de mi casa.
¿Irlanda?
Los españoles íbamos a aprender inglés a Irlanda, un país más atrasado, más oscuro, más católico. En mi colegio, en Galway, teníamos que llevar en el bolsillo un velo para cuando fuéramos a misa. Me lo pasé genial. Hice muy buenas amigas. Ahí aprendí jockey, deporte que me ha encantado toda la vida, junto con el baloncesto. Las monjas irlandesas eran, además, más tontas que las monjas españolas.
¿Cómo así?
Te ponían un examen. Te dejaban sola en el salón. Entonces obviamente uno copiaba el libro. Pero al copiar aprendía. Y sacaba buenas notas. Y uno se sentía más motivado y le daba más gusto aprender. Esas monjas tenían más mentalidad anglosajona. Irlanda lo alterné con par meses de aprendizaje de francés en París, en una residencia de monjas teresianas en Saint-Germain-des-Prés. Y al final me gradué de Veritas en 1974.
Con razón, cuando quiere enterarse sobre qué pasa en algún lugar,siempre arranca entrevistando a monjas y sacerdotes. Los conoce bien.
La gente cuando tiene un problema serio va a la Iglesia. Los curas y las monjas están muy pegados a la realidad y conocen las miserias. Son una voz creíble porque no tienen intereses, y en los pueblos remotos todos confían en ellos. Pero me fío más de las monjas.
¿Por qué?
Recuerdo un cura al que una vez le conseguí una donación de jugos para una fiesta. Y el cura, que era bueno y todo y hacía cosas por el pueblito, vendió los jugos y ¡se quedó con la plata! Las monjas nunca hacen eso. Todo lo dan. Como las mujeres.
¿Para qué servimos las mujeres?
En un país como Colombia, son el único punto de referencia de las familias. Son el tronco, el polo a tierra. Para mí son la unidad, es lo más importante. Por eso el Día de la Madre es el más importante aquí. Es como las monjas. Todo lo que ganan es para la familia, para los otros. Los hombres en cambio invierten en mozas y en trago.