ENTREVISTA
“Para salvar la Amazonía no es suficiente con sembrar árboles”
Según Fernando Trujillo, uno de los colombianos que más conoce la Amazonía, sobre esta región existe un imaginario equivocado que impide que sus problemas se traten de manera integral.
Fernando Trujillo es uno de los colombianos que más conoce la Amazonía. Desde hace 30 años, cuando era apenas un estudiante de biología marina, se enamoró de los delfines rosados y decidió que el principal objetivo de su vida era hacer algo por ellos. Fue tanto su empeño en esa tarea, que los indígenas de la región lo bautizaron Omacha: el delfín que se transforma en gente.
Un tiempo después, Trujillo le puso ese nombre a su fundación y desde entonces se ha convertido en un referente internacional en investigación y conservación del Amazonas y el Orinoco. A propósito de los recientes anuncios sobre inversiones privadas en la reforestación de la Amazonía y el hallazgo de una carretera que está devastando el área, Semana Sostenible lo entrevistó para conocer su balance sobre la actualidad del Amazonas, el trabajo que su fundación está realizando y su opinión sobre las alianzas entre empresas, organizaciones y gobiernos para conservar esa estratégica región.
SEMANA SOSTENIBLE: ¿Qué diagnóstico hace usted de la situación actual del Amazonas?
FERNANDO TRUJILLO: Desde una perspectiva regional, la cuenca ha tenido un proceso de impacto, sobre todo en el sur de Brasil con tasas gigantescas de deforestación que ese país controló desde 2005. Sin embargo, no se habla tanto de las hidroeléctricas, que también están causando un gran daño. Eso es paradójico porque eran supuestamente una alternativa más limpia, pero fragmentan los ríos, se pierde la conectividad de los ecosistemas y desalojan comunidades indígenas para generar electricidad que no se usa en los pueblos aledaños, sino que la exportan a otros países. Otro factor clave es la sobrepesca. Es increíble que la pesca se vea mermada en un río de 6.500 kilómetros (km.) y más de 1.000 tributarios, pero es la realidad.
S.S.: ¿Y cómo está la Amazonía colombiana?
F.T.: En Colombia la parte del piedemonte andino está muy afectada con cultivos ilícitos, minería ilegal y su correspondiente contaminación de las fuentes de agua. Parques Nacionales hizo un estudio con las comunidades indígenas en el río Caquetá, que mostró que tienen niveles de mercurio bastante preocupantes. Aunque en los últimos días se han movido recursos importantes para la Amazonía en Colombia, la mayoría están enfocados en el piedemonte y se olvidan del resto de la región. Parece que estuviéramos esperando a que todas las zonas estén degradadas para intervenirlas. Se necesita urgentemente un modelo de planeación regional para prevenir que estos males se difundan por toda la Amazonía.
S.S.: ¿Por qué es tan complicado lograr ese modelo?
F.T.: Se necesita un diálogo de muchos países. A pesar de que existe la Organización del Tratado de Cooperación Amazónica (OTCA) y que los países tienen agendas binacionales, estos temas se tocan una vez cada año o cada dos. Eso es insuficiente para resolver todos los problemas. Por ejemplo, en zonas de frontera se encuentran vedas de las mismas especies de peces en diferentes épocas. La araguana en Colombia se caza para uso ornamental y en Brasil eso está prohibido porque es para el consumo. Llevamos 25 años hablando de armonizar esas políticas y no se ha podido. Falta una agenda política que entienda que es un ecosistema que está interconectado, que es una sola unidad ecológica, un bioma gigantesco que tenemos que ver como uno solo.
S.S.: En medio de ese panorama, ¿cuáles son los principales logros de Omacha?
F.T.: Sin duda uno de los más importantes es el programa de conservación de delfín rosado. La gente piensa que son muy lindos y muy simpáticos, pero la trascendencia es que los convertimos en los embajadores de la Amazonía y de la Orinoquía. Hemos logrado sensibilizar a los gobiernos sobre los problemas que enfrentan estos animales, que son los mismos que enfrentan los ecosistemas en donde ellos habitan. La sobrepesca, el mercurio, las represas, etc. Además, esa visibilización tiene impacto económico. Solo en Leticia se generan ocho millones de dólares anuales gracias a la gente que viaja con el propósito de conocer a los enigmáticos delfines. También logramos trascender este programa, que empezó en un pequeño pueblo que se llama Puerto Nariño, a toda la Amazonía. Hemos recorrido 26.000 km. de ríos y hemos trabajado con organizaciones de toda la región para hacer acuerdos de pesca, para que las comunidades organicen mejor el uso de los lagos. Tenemos organizaciones de mujeres procesadoras de pescado que le dan un valor agregado y lo comercializan. Participamos en la designación de los lagos de Tarapoto como sitio Ramsar, es un logro porque se conservarán 45.000 hectáreas de uno de los hábitats de los delfines que además genera la alimentación de 22 comunidades indígenas. En Bolivia casi no se habían hecho estudios sobre ellos y descubrimos una especie nueva de delfines. Eso los alegró mucho porque a pesar de que no tienen salida al mar, poseen una especie única y lo declararon como patrimonio de la nación.
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S.S.: ¿El imaginario que en la ciudad se tiene del Amazonas coincide con la realidad?
F.T.: Generalmente el imaginario es que el Amazonas es el gran jardín del mundo donde habitan muy pocos seres humanos y la naturaleza está en paz y equilibrio. Desafortunadamente no es tanto así. En mis charlas les pregunto a los asistentes cuánta gente vive allá y responden que un millón. La realidad es que habitan 34 millones de personas, de los cuales solo tres son indígenas. El resto vive en los bordes de los ríos. Manaos, por ejemplo, es una ciudad de cuatro millones de habitantes en medio de la selva. Eso es más grande que Barranquilla. En la ciudad tampoco nos imaginamos los problemas mencionados. Las ciudades de la Amazonía no crecen no hacia el fondo de la selva, sino a lo largo de los ríos y aumentan la deforestación. Uno viaja de Leticia a Manaos o a Belén do Pará y el paisaje es monótono: puros potreros. Todas esas ideas equivocadas hacen que no se sienta la urgencia, que se crea que no hay que actuar. Y cuando se actúa, se utiliza la inversión de la cooperación, con la que valga aclarar que estamos muy agradecidos, donde se ve el problema, cerca al piedemonte donde están las ciudades, pero al interior nadie va.
S.S.: A propósito de cooperación, la semana pasada se anunció una alianza entre una empresa petrolera y el gobierno para invertir 10 millones de dólares en reforestación. Algunos ambientalistas cuestionaron que una compañía le dé dinero a la institución que está encargada de vigilarla, ¿usted qué piensa?
F.T.: Yo pienso que es plausible recibir recursos de la empresa privada. El tema es que hay que hacer una agenda en donde el gobierno y los institutos de investigación orienten la inversión. Hay miles de millones de pesos de compensaciones ambientales que no se han podido invertir porque el manual de compensaciones es rígido, no se interpreta de manera adecuada, se cree que solo se trata de sembrar árboles, pero eso no es suficiente. Hay que construir una visión más integral para que no toda la plata se vaya en eso. Por ejemplo, en esos proyectos siempre está ausente el componente acuático, que es fundamental para sostener los bosques. Pareciera que los grupos ambientales estuvieran en orillas diferentes a las empresas y por eso las critican cuando aportan recursos para el medioambiente. Pero lo que tenemos que hacer es sentarnos con las empresas y orientar esas inversiones, apoyar a los centros de investigación y diseñar las mejores estrategias en cada caso.
S.S.: ¿Hay buenos ejemplos de ese tipo de alianzas entre empresas y organizaciones para conservar la naturaleza?
F.T.: Omacha lleva ocho años trabajando con una empresa que fabrica computadores y que está comprometida invirtiendo recursos para proteger especies en la Orinoquía, la Amazonía y el Caribe. No es una gran cantidad de dinero, pero es un arranque y un ejemplo que deberían copiar otras empresas porque es muy grande el efecto positivo que pueden generar en las regiones. Yo digo que las ONG no deberíamos existir, pero como no hay Estado en las zonas remotas, azotadas por el conflicto armado, entonces somos nosotros los que nos jugamos el cuello para trabajar con la gente que vive allí. Y para hacer ese trabajo necesitamos los recursos que puede aportar el sector privado.