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La batalla contra las especies invasoras: un desafío sin solución a la vista
Las especies invasoras que destruyen cultivos, devastan bosques, propagan enfermedades y alteran los ecosistemas se están extendiendo cada vez más rápido en todo el mundo y la humanidad no ha logrado detenerlas, advirtió este lunes un organismo científico internacional.
Esta situación está costando más de 400.000 millones de dólares al año en daños y pérdidas de ingresos, el equivalente al PIB de Dinamarca o Tailandia, una cifra probablemente subestimada, indica la Plataforma Intergubernamental Científico-normativa sobre Diversidad Biológica y Servicios de los Ecosistemas (IPBES), auspiciada por la ONU.
Las especies invasoras van desde el jacinto de agua que está asfixiando el lago Victoria en África, hasta las ratas y serpientes marrones que eliminan especies de aves en el Pacífico, pasando por los mosquitos que llevan el Zika, la fiebre amarilla o el dengue a nuevas regiones.
En el mundo hay 37.000 especies exóticas, de las cuales algo menos del 10 % pueden considerarse “invasoras” y “dañinas” por los efectos “negativos” o incluso “irreversibles” que tienen en los ecosistemas y en la calidad de vida en la Tierra, según el informe.
El desarrollo económico, el aumento de la población y el cambio climático “aumentarán la frecuencia y el alcance de las invasiones biológicas y los impactos de las especies exóticas invasoras”, indica el informe. Solo el 17 % de los países tiene leyes o regulaciones para hacer frente a este ataque.
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Ya sea por accidente o a propósito, cuando las especies no nativas terminan en el otro lado del mundo, es siempre responsabilidad de los humanos, según los científicos.
Su propagación demuestra que la rápida expansión de la actividad humana ha alterado radicalmente los sistemas naturales y ha llevado a la Tierra a una nueva época geológica, el Antropoceno, apuntan los expertos.
Conejos en Nueva Zelanda
En África, el jacinto, que llegó a cubrir el 90 % del lago Victoria, paralizando el transporte y sofocando la vida acuática, fue introducido por funcionarios coloniales belgas en Ruanda como una flor ornamental. Pero en la década de los 1980, se abrió camino por el río Kagera.
Otro caso es el de los Everglades, en Florida (Estados Unidos), llenos de descendientes de antiguas mascotas y plantas de interior, desde pitones birmanas de cinco metros hasta helechos trepadores procedentes del Viejo Mundo. En Nueva Zelanda, los colonos ingleses trajeron conejos en el siglo XIX para cazar y comer. Cuando empezaron a multiplicarse importaron armiños, un pequeño carnívoro, para reducir su número.
Pero los armiños decidieron atacar aves endémicas, como el kiwi o el chorlito de pico tuerto (‘ngutuparore’ en maorí), que pronto fueron diezmadas. Nueva Zelanda y Australia son “casos ejemplares” de cómo es un error intentar controlar una plaga importada con otra, dijo a la AFP Elaine Murphy, científica del Departamento de Conservación de Nueva Zelanda.
Sin embargo, en muchos casos, la llegada de especies invasoras es un accidente, como en el mar Mediterráneo, lleno de peces y plantas no nativas, como el pez león y el alga asesina, que viajaron desde el mar Rojo a través del canal de Suez.
En gran parte debido a los enormes volúmenes de comercio, Europa y América del Norte tienen las mayores concentraciones mundiales de especies invasoras, definidas como aquellas que no son nativas, causan daños y aparecen debido a la actividad humana, indica el informe de IPBES.
En el archipiélago de las islas Hawái, el incendio que arrasó el mes pasado la localidad de Lahaina, en la isla de Maui, fue alimentado en parte por plantas secas de una especie importada hace décadas para alimentar al ganado que luego se extendió a las plantaciones de azúcar abandonadas.
En diciembre, fue aprobado en Montreal (Canadá) un tratado internacional para proteger la biodiversidad que incluye el objetivo de reducir a la mitad la tasa de propagación de especies exóticas invasoras para 2030.
*Con información de AFP.