Especial Antioquia

Antioquia se convirtió en el departamento donde más especies se descubren al año

El departamento es un terreno fértil para la ciencia y en los jóvenes se despertó el interés por la preservación de su biodiversidad.

18 de julio de 2025, 3:03 p. m.
Echinosaura embera.
Echinosaura embera. | Foto: Archivo particular

A plena luz del día, en el corazón del campus universitario más antiguo de Medellín, florecía inadvertido un árbol único en el mundo. A diario, junto a él pasaban miles de personas, pero solo tras una revisión meticulosa de ejemplares conservados en el Herbario de la Universidad de Antioquia, dos estudiantes de maestría lograron dar con su verdadera identidad: se trataba de una especie no descrita hasta entonces, bautizada como Dahlstedtia colombiana. El hallazgo, oficializado en marzo de 2025, es apenas uno entre muchos en suelo antioqueño, que han posicionado al departamento como epicentro de descubrimientos biológicos en Colombia.

Solo en 2024, Antioquia sumó al conocimiento científico más de nueve especies nuevas de flora y fauna, un número inusual incluso para un país megadiverso. Entre 2024 y 2025 ese balance se amplió con registros de nuevas plantas, insectos, peces, reptiles, bacterias y hongos provenientes de distintos ecosistemas, desde los bosques húmedos del Urabá hasta las zonas altas del Valle de Aburrá. Pero más allá de la cantidad, lo que resulta revelador es el origen: en su mayoría, fueron descritas por investigadores formados localmente, incluidos jóvenes estudiantes.

Tigridania magdalenae.
Tigridania magdalenae. | Foto: Archivo particular

Un ejemplo emblemático es el del escarabajo Pseudocerocoma tulenapa, descrito por Sebastián Serna y Julián Alzate –entonces estudiantes de biología– luego de una salida de campo a la Reserva Natural Tulenapa, en Carepa. “Noté que era algo raro y lo capturé. Lo llevamos al laboratorio y nadie sabía qué era”, contó Serna. La profesora Marta Wolff, directora del Museo de Entomología de la UdeA, animó a sus alumnos a investigar y así nació una publicación científica indexada y el ingreso de una nueva especie al catálogo global.

La lista incluye peces como Rineloricaria atratoensis, reptiles como Echinosaura embera, plantas como Tournefortiopsis triflora, hongos con potencial educativo como Cookeina sulcipes y bacterias. Incluso se han redescubierto especies que se consideraban extintas, como la Anthurium wallisii, que encontraron investigadores del herbario de la universidad en zonas rurales.

Rineloricaria atratoensis.
Rineloricaria atratoensis. | Foto: Archivo particular

Investigación entre montañas

La clave para entender esta avalancha de hallazgos está en una combinación singular de factores geográficos, institucionales y sociales que confluyen en Antioquia, pues el departamento no solo concentra una riqueza natural extraordinaria, sino que ha consolidado las capacidades científicas para explorar con rigor.

Las condiciones geográficas son el primer pilar: conecta tres regiones biogeográficas –Caribe, Andes y Chocó biogeográfico–, lo cual genera una intersección de ecosistemas, microclimas y corredores naturales que favorecen una altísima diversidad. En muchos casos, cada cerro, cañón o fragmento de bosque encierra organismos únicos, adaptados a entornos específicos, que aún no han sido descritos.

Como no basta con que exista biodiversidad, sino que alguien debe documentarla, ha sido vital el fortalecimiento institucional. De hecho, en la última década la Universidad de Antioquia robusteció sus colecciones científicas, impulsó semilleros de investigación con presencia territorial y formó estudiantes comprometidos con el estudio de la biodiversidad. “Tenemos sedes regionales en zonas como Urabá, con jóvenes que exploran su geografía y aplican un método de observación riguroso. Esa presencia ha sido determinante”, explicó Claudia Marcela Vélez, vicerrectora de Investigación.

Pseudocerocoma tulenapa.
Pseudocerocoma tulenapa. | Foto: Archivo particular

Los museos y colecciones biológicas también cumplen un rol clave en este ecosistema científico, pues gracias a ellos es posible determinar si una especie es nueva. En el Herbario de la UdeA, por ejemplo, conservan ejemplares de hasta 170 años, y algunas especies, como Tournefortiopsis triflora, no se identificaron durante una expedición reciente, sino al revisar cuidadosamente muestras recolectadas décadas atrás.

El acceso a zonas antes vetadas por el conflicto armado ha sido fundamental. “Cuando se pacifican las regiones, se abre la puerta al conocimiento”, subrayó Vélez. Esos “momentos de ventana” han permitido ingresar a territorios como Tulenapa, donde hoy florece una nueva generación de científicos.

Conservar también es ciencia

El hallazgo de todas estas nuevas especies no es solo un triunfo académico, también una advertencia. Muchas de estas formas de vida habitan lugares que están al borde del colapso, y en Antioquia esa máxima no tiene excepción, pues la expansión urbana, la minería ilegal, los monocultivos intensivos y el uso indiscriminado de agroquímicos siguen degradando hábitats frágiles incluso antes de que puedan ser estudiados con profundidad.

Así ocurrió con Dahlstedtia colombiana, el árbol que crece en los relictos del bosque seco tropical, uno de los ecosistemas más amenazados del país. A pesar de que dos de sus ejemplares sobrevivieron por décadas en el campus de la UdeA sin ser identificados, la mayoría de su población se restringe a fragmentos degradados del valle del Magdalena y el norte del Cauca.

Un caso aún más simbólico ocurrió en Cerro Tusa, una formación geológica icónica del suroeste antioqueño, bajo presión constante por el turismo masivo. Aquí se reportó la Aphelandra montis-tusae, una planta endémica y desconocida hasta 2024, cuya restricción a una sola ladera la convierte en una de las especies más vulnerables del departamento.

“Cada descubrimiento implica una urgencia”, advirtió el herpetólogo Juan Manuel Daza, quien ha descrito especies como Pristimantis emberá, una rana endémica del nordeste del departamento que depende de la integridad de los bosques húmedos para sobrevivir. “A veces entramos a zonas por una sola temporada, porque después regresan los actores armados o avanzan los proyectos extractivos. Lo que no documentamos hoy, podría desaparecer sin dejar rastro”, advirtió.

Spathiphyllum wallisii.
Spathiphyllum wallisii. | Foto: Archivo particular

Ese riesgo es aún más alto en regiones como el Urabá, donde las fumigaciones con glifosato, la deforestación para ganadería extensiva y los conflictos socioambientales amenazan los ciclos naturales. Por eso, la vicerrectora insistió en un enfoque territorial de la conservación: “La universidad trabaja con las comunidades. Son ellas las que conocen los caminos, los silencios del bosque, las señales que indican cuando algo falta. Su participación es clave para cualquier esfuerzo sostenible”.

A pesar de los desafíos, los investigadores ven un momento histórico propicio. La reciente COP16 sobre biodiversidad que se celebró en Colombia, sumada al interés creciente de organismos internacionales, abre una puerta para fortalecer el financiamiento ambiental. Ejemplos como la guía de insectos y hongos de Porce II y III –realizada entre EPM y la Universidad de Antioquia– muestran que es posible unir ciencia, empresa y comunidad en torno a un objetivo común.

Además, existe una dimensión educativa que ya empieza a dar resultados. En varios municipios, los estudiantes de bachillerato visitan colecciones científicas o se vinculan a procesos de monitoreo participativo. “Cuando un niño ve un insecto y alguien le explica que esa especie no tiene nombre aún, se siembra algo profundo”, reflexionó la entomóloga Marta Wolff.

Así que mientras el número de especies descubiertas crece, también lo está haciendo la conciencia de su fragilidad, y de que las colecciones, los herbarios, los museos y las guías son mucho más que repositorios académicos, son herramientas para movilizar la imaginación colectiva en torno a lo que aún está por ser hallado.