Especial Seguridad
Así lograron Medellín, Bogotá y Cali superar la crisis de seguridad de los noventa
La historia muestra que para reducir la violencia y la inseguridad se necesita asumir un enfoque multisectorial que va más allá del orden público y en el que la sociedad civil tiene un papel preponderante.
A finales de la década de los 80 e inicios de los 90 Colombia se encontraba “al filo del caos”. La violencia y la inseguridad marcaron la vida de los colombianos. En los grandes centros urbanos, sus habitantes tenían que convivir a diario con las bombas, los secuestros, el hurto y el homicidio. En Medellín, la escalada violenta llegó a niveles inimaginables en 1991 cuando la tasa de homicidios alcanzó 395 por cada 100.000 habitantes, equivalentes 6.809 homicidios al año, cifra que la convirtió en la ciudad más violenta e insegura del mundo.
Aunque no en la misma magnitud, Cali y Bogotá también experimentaron un deterioro de la seguridad. 1993 fue el año más violento en la capital del país con una tasa de homicidios de 85 por cada 100.000 habitantes y, en 1994 Cali alcanzó el pico de 121 homicidios por cada 100.000 habitantes.
El narcotráfico, las vendettas protagonizadas por los carteles de Cali y Medellín y el sicariato fueron las principales causas de esta escalada violenta en los grandes centros urbanos colombianos.
Una década después de que se alcanzaran estos picos, la situación cambió de manera radical, por lo menos en Medellín y Bogotá, pues a Cali le ha costado más tiempo contrarrestar ese fenómeno. En la capital antioqueña la tasa de homicidios por cada 100.000 habitantes pasó a 35 en 2005 y en la capital del país a 20 en 2006.
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¿Cómo lograron estas ciudades convertirse en ejemplos de innovación y convivencia ciudadana? La respuesta tiene varios componentes. Gerard Martin y Miguel Ceballos explican que “frente a la aguda situación y a la amenaza que representaban los grupos armados y la violencia organizada, analistas y la comunidad internacional comenzaron a ver en la inseguridad un obstáculo para el desarrollo y la estabilidad del país. El reconocimiento del carácter multidimensional de la violencia implicaba la necesidad de una respuesta multisectorial”.
Sin duda, la desarticulación de los carteles del narcotráfico y el fortalecimiento de la fuerza pública y de la inteligencia jugaron un papel en el retorno de la seguridad. Pero hubo otro factor que contribuyó de manera importante a devolver la tranquilidad ciudadana: entender la seguridad como un asunto que va más allá de lo policial y el orden público, y que abarca los ámbitos de la cultura, la educación y la recreación. No solo le competía a las autoridades, también a empresarios, ONG, organismos multilaterales y sociedad civil.
La capital antioqueña fue un caso ejemplar de esa transformación. Al referirse al “milagro de Medellín”, Carlos Felipe Jaramillo, vicepresidente del Banco Mundial para América Latina, afirmó que su receta del éxito fue adoptar una especie de “urbanismo social, una combinación inusual de trabajo social, infraestructura innovadora y desarrollo institucional”.
En esta fórmula los empresarios jugaron un papel preponderante. Para proveer de oportunidades económicas, asegurarles el disfrute de la cultura y mayor acceso a la educación, se aliaron con la Alcaldía e invirtieron millonarias sumas en infraestructura y en programas sociales.
En Bogotá la recuperación de la seguridad giró en torno a la cultura ciudadana, concepto que tomó fuerza durante la alcaldía de Antanas Mockus (1995 – 1997), un periodo en el que se concibió la lucha contra la violencia con un fuerte componente cultural. Esta fue la época de los experimentos pedagógicos y de sanciones sociales cívicas.
Además, Bogotá impulsó el cierre de brechas que en cerca de una década produjeron resultados como la reducción de las necesidades básicas insatisfechas, al pasar del 20 por ciento en la década de los 90 al 14 por ciento en 2002.