Especial Bolívar y Cartagena
Un banquete en Macondo: esta es la ruta gastronómica de García Márquez en Cartagena
Inspirada en los personajes más queridos de las novelas de García Márquez, en el centro histórico de Cartagena gana popularidad una experiencia inolvidable que reúne postres, bebidas y los fritos más típicos del Caribe.

Se dice que el primer plato que Gabriel García Márquez probó en Cartagena fue el pescado frito con arroz de coco. Era una noche solitaria de 1948 –había toque de queda– y el único restaurante abierto era un trasnochadero situado detrás del mercado público. El plato se lo cocinó un hombre con un clavel puesto en la oreja. Pasaron 28 años y García Márquez revivió ese momento en el último relato de Doce cuentos peregrinos: “Daba vueltas en la cama sin poder dormir (...). Se acordaba del sabor del pescado frito y el arroz de coco en las fondas del muelle donde atracaban las goletas de Aruba”.
En el epígrafe de Vivir para contarla, su autobiografía, escribió: “La vida no es la que uno vivió, sino la que uno recuerda y cómo la recuerda para contarla”. Y, sin duda, su universo literario lo ratifica: en cualquier rincón de su prosa hay un rastro de su vida. Pueden ser las historias que le contó su abuelo sobre la Guerra de los Mil Días, sus días en París o en Aracataca. O mejor: los sabores del Caribe que lo conquistaron para siempre.
Inspirada en los platos más emblemáticos de la literatura garciamarquiana, María Gutiérrez, fundadora de Foodies, ideó una de las rutas gastronómicas más osadas y mágicas de La Heroica: el menú literario de García Márquez. Desde 2014, las calles del centro histórico se convirtieron en escenario para esta experiencia que reúne a los personajes más queridos del realismo mágico, junto con los postres, bebidas y fritos más típicos del Caribe. Más de 10.000 turistas la han disfrutado.
“Al leer El amor en los tiempos del cólera fue tanta la emoción de encontrar alusiones a la cocina del Caribe, a Manga y a nuestros espacios, que seguí leyendo su obra y descubrí que en su literatura todos los sabores estaban asociados a nuestra cocina. Cartagena ya tenía una ruta servida por las calles y así comenzó todo”, aseguró Gutiérrez.
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Son ocho paradas y la primera comienza en el Palito de Caucho, un quiosco con más de 70 años de historia que sirve “los mejores patacones de Cartagena”. Antes, sin embargo, la ruta recorre la Torre del Reloj, la Plaza de la Paz y el Camellón de los Mártires. Todos, lugares simbólicos de la vida del escritor. “Para Gabo, el Camellón era el mejor dormidero de la ciudad. Allí se reunía con sus amigos”, explicó Gutiérrez.
Ya en el Palito de Caucho, los guías –caracterizados como Fermina Daza o Florentino Ariza, personajes de El amor en los tiempos del cólera– reproducen los fragmentos de los libros que aluden a las preparaciones y explican detalles de los platos: su historia, su tradición. Luego, la ruta conduce hasta la Plaza de los Coches. “Allí nos encontramos con Junior. Él viene de una familia de expertos limoneros: aquellos que venden limonada en peceras de vidrio. Es una limonada “al estilo Juvenal Urbino”, tal y como se la servía Fermina Daza al filo de las cuatro de la tarde antes de visitar a los enfermos”, precisó Gutiérrez.
El amor en los tiempos del cólera cuenta la historia de amor entre Fermina Daza, Florentino Ariza y Juvenal Urbino a finales del siglo XIX. Urbino, un hombre de clase, metódico y culto, desposa a Fermina Daza y destroza las ilusiones de Florentino. El tiempo pasa y cada personaje engendra una vida que, además del amor, está atravesada por las dinámicas de una ciudad idéntica a Cartagena. “Y así llegamos a la tercera parada: el Portal de los Dulces. Aquí hacemos la misma selección de dulces que hizo Fermina Daza en el Portal de los Escribanos. Servimos conservas de leche, caballitos de papaya y ladrillos de ajonjolí”, señaló Gutiérrez.

Hace más de 20 años que Mercedes Deulofeutt trabaja en el Portal de los Dulces vendiendo los mismos postres que menciona la novela. Las recetas las aprendió de su madre. “La experiencia con los extranjeros y el menú de Gabo es fenomenal. Les encanta el dulce. Y esta se convierte casi que en la segunda casa de uno. Es lo que más feliz me hace”, aseguró.
La ruta continúa en La Garza, cerca de la Plaza de la Proclamación, donde se sirve arepa de huevo con jugo de corozo. “Aquí aprovechamos para contar por qué para García Márquez la nostalgia estaba asociada a la comida y cómo Gabo sentía que la suya empezaba con una arepa de huevo”, apuntó Gutiérrez.
En la pastelería Nia, la siguiente parada, aparece la magia de Cien años de soledad y los inventos de la familia Buendía son los protagonistas. “Esto lo contamos con bombos y platillos: el helado fue un invento producido por dos hermanos Aurelianos en Macondo. Después, nos movemos a donde la “negra feliz de los trapos de color en la cabeza” para probar la piña que, en otro tiempo, le ofreció a Fermina Daza en un cuchillo”, explicó.
Finalmente, el recorrido culmina con dos paradas especiales: las carimañolas que Santiago Nasar, protagonista de Crónica de una muerte anunciada, no alcanzó a probar el día de su muerte, y el último sorbo de café que inaugura la historia de El coronel no tiene quien le escriba, la segunda novela del escritor.