Opinión

Empoderamiento económico: paso clave para la igualdad de género

Aunque en 1932 las mujeres fueron liberadas de la ‘potestad marital’ que ejercían legalmente los esposos, esa problemática persiste. Es urgente que las nuevas generaciones comprendan que el bienestar económico no debe ser una herramienta de control, sino una base para la construcción de relaciones justas y equilibradas.

Laura Victoria García Matamoros
7 de marzo de 2025, 2:48 p. m.
Mujer latinoamericana que trabaja en una fábrica de ropa con mascarilla mientras plancha ropa durante la pandemia de COVID-19
Algunas mujeres trabajadoras enfrentan comentarios que desestiman la importancia de su salario o sus decisiones financieras y esto las lleva a renunciar a su independencia económica. | Foto: Getty Images

Gracias a las luchas sociales, políticas y jurídicas de varias generaciones, Colombia ha logrado avances significativos en el reconocimiento de las violencias verbal, física y sexual a las que se ven sometidas muchas mujeres en el trabajo, en la calle y, más preocupante aún, en su entorno familiar. No obstante, a medida que la sociedad ha tomado conciencia sobre estos problemas, se han hecho evidentes otras realidades, más silenciosas, pero igualmente lesivas, como la violencia económica.

Esta forma de violencia está definida legalmente como “cualquier acción u omisión orientada al abuso económico, el control abusivo de las finanzas, recompensas o castigos monetarios a las mujeres por razón de su condición social, económica o política”.

Aunque en 1932 las mujeres fuimos liberadas de la ‘potestad marital’ que ejercían legalmente los esposos –y gracias a ello comenzamos a ser consideradas aptas para administrar nuestro patrimonio, ejercer un empleo remunerado y realizar negocios–, la realidad desde entonces no ha cambiado completamente, porque la ‘potestad marital’ ha encontrado otras maneras de expresión que todavía persisten.

En primer lugar, se trata de una problemática que a menudo es difícil de identificar, pues se camufla en dinámicas cotidianas de dependencia y control financiero. En segundo lugar, suele quedar relegada ante otras formas de violencia que implican riesgos inmediatos para la integridad física o psicológica de las mujeres. Finalmente, las acciones para prevenir y enfrentar la violencia económica son menos visibles y, por ende, menos reconocidas en las políticas públicas y en el debate social.

Ante esta realidad, es importante que le demos nombre a estas formas de relacionamiento económico y patrimonial que, pese a estar normalizadas, pueden generar perjuicios tan graves para la integridad y la autonomía de las mujeres como los demás tipos de violencia identificables. Algunos ejemplos cotidianos pueden ayudar a entender cómo estas dinámicas se insertan en la vida familiar, laboral y social, perpetuando relaciones de desigualdad.

En el entorno familiar es común que el hombre, amparado en la buena intención de cuidar la economía del hogar, tome la administración del dinero que recibe su pareja y de esta manera termine limitando su autonomía financiera, su capacidad de ahorro o simplemente la de decidir libremente sobre sus gastos.

Es también corriente que, tanto el esposo como las familias de la pareja, disuadan a la mujer de conseguir un empleo, convenciéndola de que ella es más importante en el hogar y tiene la gran fortuna de haberse conseguido un marido “proveedor”. Incluso, aquellas que trabajan pueden enfrentar comentarios que desestiman la importancia de su salario, cuestionan sus decisiones financieras o ridiculizan sus iniciativas de emprendimiento, generando desconfianza en sí mismas y llevándolas, en algunos casos, a renunciar a su independencia económica.

Además, algunas situaciones afectan directamente el patrimonio de las mujeres, como la presión para asumir deudas familiares sin su consentimiento o la sustracción fraudulenta de bienes de la sociedad conyugal con el fin de evitar su repartición en caso de disolución. Se presentan también casos en los que la mujer es despojada de su herencia o se le impide el acceso a bienes y recursos que le corresponden, perpetuando su dependencia económica.

Asimismo, algunas veces el entorno laboral favorece un ambiente de violencia económica al establecer escalas salariales diferenciales entre hombres y mujeres ante trabajos iguales o al definir condiciones de ascenso que terminan por desfavorecerlas. Esto debido a que los empleadores no tienen en cuenta su realidad de vida o porque veladamente evalúan el riesgo de que la mujer promovida a un cargo pueda quedar embarazada o no tenga el “carácter necesario” para sus nuevas responsabilidades.

En síntesis, es importante que como mujeres identifiquemos nuestros propios riesgos y los de quienes nos rodean, generemos conciencia sobre cómo la violencia económica se infiltra en las dinámicas cotidianas y cómo, en muchos casos, se disfraza de protección o cuidado. Es necesario desafiar estas prácticas y trabajar activamente en su modificación dentro de los entornos familiares, sociales y laborales.

El cambio solo puede lograrse mediante la educación y transmisión de valores que promuevan la autonomía, la equidad y el respeto por la independencia financiera. Enseñar a nuestras hijas e hijos sobre la importancia de la equidad económica es esencial para prevenir la perpetuación de estos patrones. Las nuevas generaciones deben comprender que el bienestar económico no debe ser una herramienta de control, sino una base para la construcción de relaciones justas y equilibradas.

Por: Laura Victoria García Matamoros, decana de la Facultad de Jurisprudencia, Universidad del Rosario