Opinión
Las regiones, un activo para el desarrollo
Durante décadas, Colombia ha marginado a sus regiones, ignorando su riqueza cultural, ambiental y humana. Es urgente cerrar esas brechas históricas con inversión, presencia estatal y una visión estratégica que las entienda no como periferias, sino como el corazón del país y motor esencial de su desarrollo sostenible.

Colombia ha vivido demasiado tiempo dándole la espalda a sus regiones. Mientras el discurso del desarrollo se concentra en las grandes ciudades, millones de colombianos crecen y sobreviven en territorios ricos en recursos, cultura, biodiversidad y talento humano, pero pobres en oportunidades, conectividad y presencia institucional. Ese desequilibrio no solo es injusto: es ineficiente, miope y, sobre todo, es una amenaza para el futuro del país.
Las regiones no son “zonas apartadas”: son el alma del país. Allí se cultiva la comida, se extraen los minerales y energías vitales, se conservan saberes ancestrales, se construye cultura, se respira diversidad. Sin embargo, en pleno siglo XXI, muchas de esas regiones siguen careciendo de agua potable, acceso a internet, universidades, y empresas que las integren a la economía global. ¿Hasta cuándo vamos a seguir cometiendo este error histórico? ¿Hasta cuándo las vamos a condenar a la invisibilidad?
Tomemos como ejemplo mi pueblo natal, Tumaco, en la costa pacífica nariñense. Tierra de aguas profundas, bosques exuberantes, y una cultura afrocolombiana vibrante, donde la música, el deporte, la pesca, la poesía y la cocina preservan las tradiciones orales y los saberes ancestrales. Tumaco ha sido un puerto natural desde hace siglos. Su ubicación estratégica lo convierte en una puerta privilegiada para el comercio del Pacífico, con un inmenso potencial logístico, turístico y agroindustrial. Sin embargo, sus cifras de pobreza, violencia y desempleo contrastan fuertemente con esa riqueza.
¿Cómo es posible que una región con tan alto potencial siga marginada del desarrollo nacional? La falta de infraestructura moderna, conectividad vial y presencia estatal efectiva continúa siendo su realidad. Allí, el abandono ha sido tan profundo que sus habitantes han aprendido a resistir con dignidad, pero también con dolor. Tumaco simboliza lo que Colombia podría ser, pero aún no ha decidido construir: una nación inclusiva, conectada, diversa y justa.
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Hoy más que nunca, mirar hacia las regiones no es solo una opción, es una necesidad urgente. Desde el Pacífico hasta los Llanos, desde el Catatumbo hasta el Amazonas, las regiones tienen ventajas comparativas únicas: ubicación geoestratégica para el comercio, corredores fluviales, acceso a dos océanos, tierras fértiles, y una juventud ansiosa de aprender y emprender. Allí hay potencial, recursos, dinero y ganas. Lo que falta es voluntad política.
El reto es colosal. Requiere políticas públicas diferenciadas, inversión estratégica, alianzas público-privadas, una educación moderna y pertinente, impulso al emprendimiento rural, conectividad digital y física, y, sobre todo, una transformación cultural que supere el centralismo que aún margina. No se trata solo de llevar obras de infraestructura, sino de ofrecer dignidad, ciencia, arte, tecnología y acceso al mundo.
Las personas en las regiones tienen derecho a conocer los avances científicos, a participar en la revolución tecnológica, a disfrutar de una oferta cultural diversa, a acceder a literatura, cine y, sobre todo, a una salud de calidad. Ser de región no puede seguir siendo sinónimo de exclusión. Debe ser sinónimo de oportunidad.
Colombia no puede crecer de manera sostenida si no lo hacen sus regiones. No puede hablar de paz mientras niega oportunidades a la mitad de su población. No puede aspirar a un futuro moderno si sigue arrastrando a medio país hacia el pasado.
Es hora de reconocer que las regiones son el motor dormido del desarrollo nacional. No necesitan conmiseración; necesitan una mirada optimista y estratégica, aliados que cierren las brechas con acciones concretas. Porque las regiones no son una parte aislada del país: son el todo y reflejan la verdadera realidad del mismo.
Ana Janneth Ibarra, CEO del Grupo AXIR.