Opinión
No era el final, era una coma
Dos historias de caída y renacimiento muestran que la resiliencia no es suerte, sino elección. A veces, lo que parece un final… es solo una coma.

Hay momentos en los que la vida parece quebrarse. Pero a veces, lo que creemos que es un punto final… solo es una coma. Así como el bambú se dobla con el viento, pero no se quiebra. Como el río que no se detiene ante la roca, sino que la rodea. Como la semilla que, aun en tierra árida, busca cómo brotar.
Así es la resiliencia: la capacidad de transformarse sin romperse. No es solo sobrevivir: es renacer, es aceptar que cada cicatriz es un mapa que nos recuerda que seguimos vivos, que seguimos adelante, que seguimos creciendo.
El hombre que volvió
Durante años, trabajé en una oficina en el Parkway, en Bogotá. Cada noche, llegaba un personaje peculiar. Nos saludaba con dulzura, vigilaba los carros, y a mí me llamaba “mi bella princesa”. Detrás de esa sonrisa había marcas de calle, drogas y abandono, pero también un esfuerzo diario por mantenerse limpio, ganarse 2.000 pesos y dormir en una cama caliente.
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Un día, Nico desapareció. Nos preocupamos. Años después, volvió con ropa limpia, ojos lúcidos y más ganas de trabajar y de vivir que nunca.
Su nombre real es Jaime López. Su historia es una muestra viva de que sí se puede renacer, aunque todo parezca perdido. Jaime nació en Bogotá en 1970. Su madre murió al darlo a luz. Fue criado por la esposa de su padre en medio de dificultades, abuso y abandono emocional. A los ocho años ya fumaba cigarrillos, a los doce consumía marihuana y alcohol. A los veinte descubrió el bazuco. A los treinta vivía en el Bronx, sin futuro ni identidad.
Pero su historia cambió. Su hermana, con toda la fuerza de su amor, decidió internarlo. Él aceptó. Cuatro meses de desintoxicación. Un año de recuperación. Y una decisión irrevocable de cambiar. Desde entonces, no ha vuelto a consumir ni una gota de alcohol. Hoy vive con su esposa, tiene un trabajo estable desde hace más de 10 años, y entrena todos los días, podría decir que es una de las personas más vitales que conozco, mi total admiración.
Mi propia tormenta
En 2018, yo también viví la noche oscura de mi alma: un divorcio, la ruina económica de mi empresa, y la pérdida de mi sobrina, mi alma gemela. Todo al mismo tiempo, mi vida se desplomó.
En medio del dolor, recordé una historia que mi padre me contaba de niña: la leyenda del trébol de cuatro hojas. Dicen que quien encuentra uno recibe un deseo. Pero comprendí que no es suerte, es determinación. Así nació mi propio método del trébol de cuatro hojas, una guía para reconstruirme:
- Romper el miedo: es una prisión, pero el fracaso no es el final: es parte del camino. Si no te arriesgas, ya perdiste.
- Creer en tu poder interior: pasé años esperando validación externa, hasta que entendí que la única persona que debe creer en mí, soy yo.
- Buscar ayuda real: nadie debería transitar el dolor en soledad. Rodearme de personas que me aman incondicionalmente salvó mi vida.
- Insistir, persistir y no desistir: el éxito no es suerte, es constancia. Como decía Einstein: “No es que sea más inteligente, es que me quedo más tiempo con los problemas”.
Ese método me permitió levantar una empresa con presencia en tres países. Pero más allá de lo profesional, me permitió volver a amar mi vida.
¿Y tú?
La historia de Jaime y la mía no podrían ser más distintas. Y, sin embargo, se cruzan. Ambos tocamos fondo. Ambos renacimos. Ambos descubrimos que no era el final, era solo una coma.
Hoy te dejo esta pregunta, con toda la fuerza de la vida que resiste: ¿Qué vas a hacer con los retos que la vida te presenta?
Yo no soy especial. Y al mismo tiempo, reconozco mis privilegios. Pero no se trata de ser especial. Se trata de elegir. Elegir levantarte. Elegir escribir tu propia historia. Elegir encontrar tu trébol. Porque todos, sin excepción, tenemos la capacidad de ser resilientes.
María del Socorro González, CEO y accionista de Digitarianos.