Opinión

Ser demasiado: el costo emocional de encajar

El liderazgo que transforma no es el que endurece, sino el que se permite sentir con los demás. Que no teme lo incómodo. Que se atreve a traer el alma a la sala de juntas. Esta no es una frase romántica, es una tesis organizacional; y si no lo vemos hoy, lo lamentaremos mañana.

Silvia Aristizábal
5 de junio de 2025, 5:40 p. m.
No hay cultura organizacional sólida que se construya sobre el exilio emocional de sus integrantes.
No hay cultura organizacional sólida que se construya sobre el exilio emocional de sus integrantes. | Foto: 123RF

Vivimos tiempos de transformación radical. El liderazgo se redefine. Las culturas empresariales se descentralizan. El trabajo remoto borra fronteras, pero también exige vínculos más humanos.

¿Y qué hemos hecho como líderes frente a esta complejidad? Hemos llenado de procesos la emoción, de protocolos la empatía y de silencios el miedo.

Pero hay algo que no logramos contener: lo humano. Porque lo humano insiste. Y lo humano siente.

Lo que se castiga no es sentir, es sentir como mujer

Esta semana, en una reunión con el equipo del CDI Jardín Empresarial Amiguitos de Lio, el proyecto de impacto social de Permoda, hablábamos sobre cómo se enseña a los niños a reconocer sus emociones. A través del cuerpo, del juego, del vínculo. No se les da un manual, se les da permiso.

Y entonces me pregunté: ¿cuándo dejamos de tener permiso para sentir?

Nosotras, las mujeres, hemos sido históricamente entrenadas para la vigilancia emocional: para medir, contener, corregir lo que sentimos. Aún hoy, en espacios corporativos, seguimos enfrentando una doble vara: si sentimos, somos irracionales. Si no sentimos, somos frías. Si lloramos, estamos desequilibradas. Si hablamos fuerte, estamos fuera de control.

La emocionalidad femenina ha sido caricaturizada, silenciada y diagnosticada desde hace siglos. En el siglo XIX nos encerraban con el rótulo de “histeria”. Hoy, nos retiran silenciosamente de mesas de decisión cuando “parecemos muy emocionales”.

Una investigación del Well-being of Working Women Report (2016) muestra que el 78 por ciento de las mujeres ha moderado alguna vez su expresión emocional por temor a consecuencias laborales. No hablamos de “sensaciones”. Hablamos de datos. De decisiones de carrera. De oportunidades perdidas por no encajar en el molde emocional que se espera de una líder.

En muchos espacios corporativos, se nos sigue exigiendo una neutralidad emocional que en realidad no es otra cosa que desconexión forzada. Pero el mundo cambió, las personas no quieren trabajar para líderes que operan como máquinas. Quieren trabajar con seres humanos y sin embargo, seguimos pidiéndoles a las mujeres que regulen su tono, que suavicen su expresión, que controlen su entusiasmo.

A las mujeres se les exige no incomodar. Ser visibles, pero no demasiado. Ser apasionadas, pero sin levantar sospechas. Ser líderes, sin dejar de ser agradables. ¿El costo? Un liderazgo amputado. Una cultura organizacional que anestesia lo que podría ser su mayor ventaja: la autenticidad emocional.

Pero la emoción no es fragilidad. Es dirección. Las emociones no son una amenaza para el pensamiento estratégico. Son su complemento más poderoso. El neurocientífico Antonio Damasio lo demostró: las emociones son datos. Información que el cuerpo y el cerebro procesan para tomar decisiones. Ignorarlas no es madurez: es ceguera operativa.

No me refiero a que estamos pidiendo permiso para llorar en las reuniones. Estamos pidiendo un liderazgo que entienda que lo emocional no es antónimo de lo profesional. Que no se puede hablar de cultura, bienestar ni inclusión si el precio es el silencio emocional de quienes componen la organización.

Cuando hablo de este tema, ¿a quién le estoy hablando? A quienes diseñan el sistema. Les hablo a quienes lo habitan y les hablo, sobre todo, a las mujeres que han tenido que volverse expertas en contenerse para sobrevivir profesionalmente.

Si estás en un comité ejecutivo, en una junta directiva, en un rol de liderazgo: mira a tu alrededor. ¿Cuántas personas en tu organización sienten que tienen que esconder quiénes son para encajar?

¿Cuánta energía está usando tu equipo para reprimir lo que siente, en lugar de canalizarlo para innovar, colaborar o liderar con propósito? No se trata de permitir emociones. Se trata de rediseñar el lugar que les damos en la cultura.

Y si eres una mujer que alguna vez ha sido llamada ”demasiado emocional, demasiado sensible, demasiado intensa”, escucha esto: Tu emoción no estorba. Tu voz no es un ruido. Tu sensibilidad no es debilidad. Es sabiduría no entrenada. Es radar estratégico. Es lenguaje del futuro.

No estamos pidiendo comprensión. Estamos proponiendo una nueva forma de habitar el poder.

Donde liderar no implique dejar partes de nosotras en la entrada. Donde el llanto no sea una amenaza. Donde la alegría no se minimice. Donde el silencio no sea impuesto, sino elegido.

Porque no hay cultura organizacional sólida que se construya sobre el exilio emocional de sus integrantes.

Porque el liderazgo que viene no usará guantes. Vendrá con manos abiertas, alma expuesta y el corazón al frente. Será más humano. Más honesto. Más valiente. Y para lograrlo, hay algo que ya no puede ser negociable: que sentir no sea sinónimo de fallar.

Silvia Aristizábal, vicepresidente de Recursos Humanos de Permoda