Opinión
Sobre el arte de conectar lo obvio y lo que la creatividad puede (aún) enseñarnos
La innovación no comienza con una respuesta, sino con una pregunta incómoda. Y aunque hoy tenemos inteligencia artificial, biotecnología, blockchains, satélites y sensores en la muñeca, seguimos arrastrando maletas sin ruedas mentales.

La rueda ya existía. La maleta también. Pero nadie las presentó.
La historia cuenta que Bernard Sadow, atrapado entre un dolor de espalda y un aeropuerto interminable, miró un carrito de carga y tuvo una epifanía: “¿Y si la maleta tenía ruedas?” No inventó la rueda. No inventó la maleta. Solo hizo la pregunta correcta.
Ese momento, tan mundano como revolucionario, encapsula lo que más olvidamos sobre la innovación: no siempre se trata de crear lo nuevo, sino de ver lo viejo con nuevos ojos.
Vivimos obsesionados con la disrupción, pero los grandes saltos nacen muchas veces del arte de la recombinación. Como diría John Kao, la creatividad no es un don, es una competencia. Como predicaba Sir Ken Robinson, no estamos educando para innovar, sino domesticando la curiosidad. Nos enseñarán a memorizar, pero no a mezclar. A repetir, pero no a conectar.
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Porque sí: la innovación no comienza con una respuesta, sino con una pregunta incómoda.
Y no con la tecnología más avanzada, sino con un “¿y si…?” que nadie se atrevió a decir en voz alta.
Hoy tenemos inteligencia artificial, biotecnología, blockchains, satélites y sensores en la muñeca. Pero seguimos arrastrando maletas sin ruedas mentales. Sistemas educativos que castigan el error. Empresas que confunden KPIs con visión. Gobiernos que hablan de futuro sin entender el presente.
La próxima gran idea no será más compleja. Será más obvio.
Pero para verla, hay que salirse del carril.
Porque el futuro no será de quienes lo predicen.
Será de quienes se atrevan a combinar lo que todos daban por separado.
Natalia Jiménez Aristizábal, cofundadora de Lulo X