Opinión

¿Y si desaparecieran los cargos en las organizaciones?

No es ciencia ficción. Ya existen organizaciones que se han atrevido a desafiar ese modelo clásico de jerarquía para que las personas asuman responsabilidades según su talento, sus ganas, el contexto y el desafío que tienen enfrente.

Jazmine Duffay Arévalo Ramírez
16 de mayo de 2025, 5:48 p. m.
Es el momento de hacer de la colaboración el eje central de la innovación y el desarrollo empresarial.
El verdadero desafío está en crear organizaciones que liberen el potencial de su gente. Que confíen más en la colaboración, en el co-liderazgo, en la co-creación, que en la autoridad formal. | Foto: 123rf

Hace rato me vienen rondando algunas preguntas sobre la manera como funcionan las organizaciones actualmente: ¿los cargos, en lugar de ayudarnos, nos están limitando? ¿Y si detrás de esa estructura tan “ordenada” que hemos defendido por años, estuviéramos dejando por fuera el verdadero potencial de nuestra gente?

Sí, los cargos han sido útiles. Dan orden, organizan, permiten cierta claridad. Pero también encasillan. Ponen a las personas dentro de cajitas: analista, asistente, coordinador, gerente... como si eso definiera lo que realmente pueden aportar. Como si el talento tuviera que ajustarse a un título.

Ahora imaginemos algo distinto. Una organización sin cargos. Sin pirámides. Sin esa obsesión por los niveles. Solo personas con capacidades, con energía, con ganas de aportar y con un propósito claro. ¿Qué pasaría si, en lugar de definirnos por un cargo, lo hiciéramos por el valor que generamos? ¿Por la energía que movilizamos? ¿Por la capacidad de transformar la realidad del negocio?

Sé que suena radical. Pero no es ciencia ficción. Ya existen organizaciones que se han atrevido a desafiar ese modelo clásico de jerarquía. Que dejaron de organizarse por cargos y empezaron a moverse por roles, por proyectos, por comunidades de práctica. Organizaciones vivas, donde las personas asumen responsabilidades según su talento, sus ganas, el contexto y el desafío que tienen enfrente.

No se trata de eliminar el orden. Se trata de reinventarlo. De hacerlo más humano, más flexible, más conectado con lo que de verdad importa: el propósito y el valor. En un mundo que cambia tan rápido, las estructuras rígidas estorban. Los manuales se vuelven obsoletos. Y los títulos, muchas veces, se convierten en muros invisibles.

¿Cuántas veces hemos visto a alguien con un cargo “bajo” tener ideas poderosas, pero quedarse callado porque “no le corresponde”? ¿Cuántas veces una buena decisión se enfría esperando la validación de quien “tiene el cargo”? ¿Cuánto talento estamos dejando ir por aferrarnos a una forma vieja de organizarnos?

Cuando las organizaciones se atreven a romper esa rigidez, el talento florece. El liderazgo ya no depende de un cargo, sino de la capacidad real de influir, de movilizar, de proponer. Las estructuras se vuelven dinámicas. Se adaptan. Se mueven con los retos del negocio. Los egos se calman. Y las personas se sienten más libres para aportar, crecer, atreverse.

Eso también cambia la forma en que gestionamos el talento. Ya no se trata de empujar a las personas a subir en una escalera de cargos, sino de acompañarlos a evolucionar. De ayudarles a desplegar lo que son capaces de hacer, incluso si eso no tiene un nombre oficial o una oficina más grande.

Ahora, entiendo lo complejo que puede sonar todo esto. Apenas se lanza la idea, la mente empieza a llenarse de preguntas: ¿cómo le pago el salario a alguien si no tiene un cargo? ¿Dónde quedan las bandas salariales? ¿Qué hacemos con toda esa estructura que hoy nos “ayuda” a decidir rápido a quién contratar, cuánto subirle el sueldo a alguien, cómo justificar un cambio? Y sí, es cierto: esos esquemas nos han dado una falsa sensación de orden, de control. Pero también nos han hecho perder de vista lo más importante: el valor real que aporta cada persona. Ese que no siempre se ve en un Excel, pero que transforma el negocio.

Seamos honestos. Todos hemos visto personas en cargos altos que no aportan ni la mitad de lo que se les paga. Y otras, en niveles más bajos, que mueven montañas con su talento, su energía, su capacidad de influir y de transformar. ¿Por qué no hablamos más de eso? ¿Por qué nos cuesta tanto reconocer que no todos los “altos cargos” generan alto valor? Tal vez el verdadero reto es empezar a desarrollar nuevas formas de medir el aporte real, de valorar el impacto más allá del título. No será fácil, pero es posible. Habrá que reinventar cómo evaluamos, cómo reconocemos, cómo compensamos. Pero hacia allá deberíamos ir: hacia modelos que premien el aporte, no la etiqueta. La contribución, no la jerarquía.

¿Está Colombia lista para esto? No lo sé. Pero lo que sí sé, es que el cambio es inevitable. La tecnología, la inteligencia artificial, los nuevos modelos de negocio, las nuevas generaciones... todo nos está diciendo que el modelo tradicional ya no da más. Necesitamos organizaciones más ágiles, más humanas, más conectadas con lo que las personas realmente pueden aportar.

El reto no es eliminar los cargos por eliminarlos. El verdadero desafío está en crear organizaciones que liberen el potencial de su gente. Que confíen más en la colaboración, en el co-liderazgo, en la co-creación, que en la autoridad formal. Porque cuando todo se vuelve así, la gente se paraliza. Espera validación. Espera autorización. Y se nos olvida que todos, en algún momento, podemos ser líderes si nos dan el espacio para hacerlo.

¿Estamos dispuestos a dejar de pensar en ascensos como el único camino? ¿A imaginar nuestras compañías no como organigramas estáticos, sino como ecosistemas vivos que evolucionan con su gente?

Esa es la verdadera conversación que necesitamos abrir. El cambio empieza por una pregunta valiente: ¿Qué haríamos si no tuviéramos que proteger un cargo, sino impulsar un propósito?

Por Jazmine Duffay Arévalo, vicepresidenta de People+ & Transformación en Soaint Colombia.