Ser coherente y auténtico no es un acto de marketing emocional ni una estrategia para agradar.

Opinión

De impostora a infiltrada: la voz que sabotea tu liderazgo

En esta columna, una reflexión sobre cómo el síndrome del impostor opera como un “infiltrado” emocional que sabotea la confianza y la ambición de muchas mujeres líderes, y propone la integración emocional del propio valor como camino para recuperar legitimidad, visibilidad y un liderazgo más auténtico.

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Por: Luchy Mejía
15 de diciembre de 2025

En un mundo corporativo que habla de meritocracia, diversidad y liderazgo consciente, persiste un fenómeno silencioso que debilita la seguridad de miles de mujeres: el síndrome del impostor. No es un concepto nuevo, pero hoy tiene especial relevancia por su impacto en el bienestar emocional y el desarrollo profesional. Y, sin embargo, mi experiencia me dice que más que sentirnos impostoras, lo vivimos como si hubiera un infiltrado interno: esa voz que nos mantiene en alerta, tratando de evitar “ser descubiertas”.

Este fenómeno opera como un diálogo dividido, dos voces en tensión susurrando:

“¿Y si no soy tan buena?”“¿Y si descubren que no sé suficiente?”“¿Y si solo tuve suerte?”

No es ser impostora: es sentirse impostora. Es vivir la propia carrera como si el éxito fuera accidental; como si alguien, en cualquier momento, pudiera tocar la puerta y revelar la verdad. Así se instala un estado permanente de vigilancia emocional que vuelve cada logro una amenaza o un desafío que nunca parece suficiente.

Lo paradójico es que esto ocurre incluso en mujeres preparadas, con trayectoria y resultados verificables. Y aunque las cifras lo confirman —profesionales de industrias competitivas y siete de cada diez líderes han sentido esta duda extrema—, los números no alcanzan a describir la dimensión emocional de la experiencia. En el fondo, el síndrome del impostor es una brecha entre lo que soy y lo que creo que debo ser; una distancia sostenida por percepciones internas que terminan moldeando decisiones críticas.

Detrás de esa duda constante hay una emoción que rara vez se nombra: la insuficiencia. No es un miedo puntual, sino un filtro que distorsiona todo. Lo logrado se atribuye a la suerte, al exceso de esfuerzo o a circunstancias ideales. Poco se reconoce como propio. Esta emoción tiene consecuencias directas: limita la visibilidad, modera la voz, fragiliza las decisiones y reduce la ambición profesional, especialmente en mujeres con potencial de alto impacto.

Desde afuera, las conductas asociadas parecen virtudes: disciplina, preparación, perfeccionismo. Pero por dentro son estrategias de autosabotaje que buscan calmar la sensación de invalidez. Por eso el síndrome del impostor no desaparece con el ascenso o la promoción: la brecha emocional, si no se nombra, se amplifica. Y lo que creíamos un pensamiento suelto se convierte en un estado de ánimo que restringe el crecimiento del liderazgo femenino, sobre todo en roles de alta visibilidad.

La buena noticia es que esta experiencia sí tiene salida: la integración emocional del propio valor. No se trata de acallar la duda ni de repetir frases que no sentimos. Se trata de comprender el origen de esa voz, de reconocer qué busca proteger y desde qué historia se instaló. Sorprendentemente, dentro del síndrome del impostor hay una luz: quien lo reconoce está desarrollando autoconciencia, apertura para pedir apoyo, vínculo con su vulnerabilidad y un liderazgo más auténtico.

El síndrome del impostor no aparece en quien no tiene nada que aportar. Surge en quienes sí lo tienen, pero todavía no han integrado emocionalmente su grandeza.

Por eso, quizás la pregunta no sea “¿cómo dejo de sentirme impostora?”, sino “¿qué necesito incorporar para reconocer que pertenezco, que merezco estar aquí y que mi liderazgo es legítimo?”. La legitimidad no llega cuando otros la otorgan; nace cuando dejamos de huir de nosotras mismas y ocupamos nuestro lugar con certeza emocional.

Sentir el síndrome del impostor no es señal de incompetencia. Es señal de sensibilidad, responsabilidad y estándares internos exigentes. Cuando una mujer integra emocionalmente su valor, no solo se libera del peso de la insuficiencia: abre el camino para que otras también lo hagan.

Y ahí comienza la verdadera transformación del liderazgo femenino.

Luchy Mejía, master coach – experta en emociones y CEO Potencial Humano Integral y LuchyAcademy