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Opinión

Democracia: una promesa que debemos renovar

Frente al avance de discursos autoritarios, la defensa de la democracia requiere una renovación profunda: no solo de sus mensajes, sino de su capacidad para responder a las aspiraciones reales de la ciudadanía.

Por: Juliana Uribe Villegas
25 de julio de 2025

La democracia atraviesa una encrucijada. En muchas partes del mundo, los avances en derechos, institucionalidad y libertades están siendo desmantelados por narrativas autoritarias que, con creciente eficacia, se presentan como respuestas legítimas al descontento social y la desconfianza ciudadana. Colombia no es ajena a esta tensión. Aunque formalmente somos una democracia, su legitimidad práctica se encuentra en disputa.

Uno de los hallazgos más relevantes del reciente informe Pro-Democracy: Global Narrative and Message Guide (Metropolitan Group, 2025) es que las narrativas democráticas han perdido fuerza frente a los discursos autoritarios. Mientras estos últimos se comunican con claridad emocional, apelando a valores como la seguridad, la unidad o la prosperidad, las defensas de la democracia tienden a expresarse desde un lenguaje técnico, muchas veces desconectado de las preocupaciones cotidianas de las personas. Este desfase representa una oportunidad urgente para revisar nuestras estrategias de comunicación y, más allá de eso, la manera en que comprendemos y vivimos la democracia.

La democracia, entendida como la capacidad de las personas para vivir sin miedo, expresarse sin represalias y participar activamente en las decisiones que las afectan, no es únicamente un conjunto de procedimientos institucionales. Es, ante todo, una cultura cívica, una práctica colectiva que solo cobra sentido cuando se traduce en garantías reales de libertad, justicia y dignidad. Defenderla requiere, por tanto, más que una reivindicación normativa: exige conectar sus principios con los valores y aspiraciones más íntimas de la sociedad.

El informe identifica diez valores fundamentales que deben guiar las narrativas democráticas: libertad, equidad, seguridad, honestidad, representación, responsabilidad, pertenencia, tradición, prosperidad y fortaleza. En lugar de insistir en la idea de que “la democracia está en crisis” o de ofrecer diagnósticos pesimistas, el enfoque recomendado es construir mensajes esperanzadores, accesibles y relevantes. Se trata de comunicar la democracia no como un ideal inalcanzable, sino como una herramienta concreta para resolver los desafíos colectivos.

Es un enfoque que comparto plenamente. Durante años he trabajado en procesos de movilización social en contextos complejos, donde la desconfianza institucional, la apatía y la exclusión han erosionado la credibilidad de lo público. Y, sin embargo, en esos mismos escenarios, he visto emerger una ciudadanía activa, dispuesta a comprometerse cuando siente que su voz importa. Esa es la democracia viva: la que se construye en el territorio, desde las comunidades, con liderazgo social, pluralismo y participación.

No es suficiente afirmar que “la democracia es el mejor sistema disponible”. Esta afirmación, aunque cierta, no tiene capacidad de movilización si no se traduce en beneficios tangibles para las personas. ¿Puede un joven que vive en un barrio sin oportunidades creer en la democracia si no ve que sus derechos son protegidos? ¿Puede una mujer víctima de violencia confiar en las instituciones si el sistema de justicia le da la espalda? ¿Puede una familia desplazada seguir apostando por el Estado si su historia no encuentra respuesta ni reparación?

La defensa de la democracia, por tanto, no puede ser neutral. Tampoco puede ser elitista. Debe estar arraigada en las necesidades reales de la población, en su diversidad, en su derecho a disentir, en su derecho a vivir con dignidad. Y debe ser, al mismo tiempo, firme frente a los intentos de deslegitimarla, relativizarla o sustituirla con promesas autoritarias de orden o eficiencia.

Recuperar la legitimidad democrática implica una renovación del contrato social. Supone abrir espacios para el diálogo plural, fortalecer los contrapesos institucionales, garantizar una prensa libre, luchar contra la corrupción y -fundamentalmente- reconstruir la confianza. Porque sin confianza, la democracia se vuelve una formalidad vacía.

Como señala el informe, la democracia vive en todas las personas. Vive en quienes se informan, en quienes exigen, en quienes participan, en quienes defienden los derechos de otros, incluso si no les afectan directamente. Vive también en quienes disienten con respeto, en quienes fiscalizan el poder, en quienes apuestan por lo colectivo en tiempos de individualismo. La democracia, en suma, no se sostiene sola. Se sostiene en nosotros.

Hoy, más que nunca, necesitamos defenderla. No con nostalgia ni con resignación, sino con convicción y responsabilidad. Porque si bien es cierto que no hay democracia perfecta, también es cierto que sin democracia, no hay libertad que dure.

Juliana Uribe Villegas, cofundadora y CEO de Movilizatorio