Natalia Jiménez Aristizábal

Opinión

El futuro que merecemos

Quizás el acto más político hoy sea volver a creer con conciencia y desde la responsabilidad. Colombia necesita más comunidades conscientes. Menos líderes que hablen del cambio y más ciudadanos que lo encarnen.

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Por: Natalia Jiménez Aristizábal
10 de diciembre de 2025

Colombia cierra otro año con el alma cansada. Entre la polarización, la desconfianza y el ruido político, parece que el país repite una y otra vez el mismo guion: el de la indignación sin dirección. Nos hemos vuelto expertos en identificar lo que no funciona, pero inexpertos en imaginar lo que sí podría funcionar.

Vivimos atrapados entre la queja y la resignación. La primera nos da una sensación de poder; la segunda, una excusa para no ejercerlo. Pero ambas se alimentan del mismo síntoma: la desconexión. Desconexión con el propósito, con la comunidad, con la posibilidad de hacer que las cosas cambien desde el lugar en el que estamos.

Este año, más que nunca, entendí que la transformación de un país no empieza en las urnas ni en los discursos, sino en el interior de quienes lo habitan. La regeneración comienza en lo invisible: en la mente que decide ver distinto, en la emoción que se atreve a sanar, en la acción cotidiana que reemplaza la culpa por la responsabilidad.

En ese sentido, los Inner Development Goals (IDGs) —el marco creado por un grupo de pensadores y líderes globales para complementar los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS)— se sienten hoy más urgentes que nunca. Nos recuerdan que no habrá desarrollo sostenible si no hay desarrollo interior.

Que antes de construir un país próspero, necesitamos construir personas conscientes.

Los IDGs hablan de cinco dimensiones: ser, pensar, relacionarse, colaborar y actuar. Cinco verbos simples que podrían reescribir nuestra manera de hacer nación.

Ser, implica autoconciencia: preguntarnos qué parte de lo que criticamos afuera también habita en nosotros.

Pensar nos invita a cultivar discernimiento en una época saturada de ruido y desinformación.

Relacionarse exige empatía: dejar de ver al otro como amenaza y empezar a verlo como posibilidad.

Colaborar es el antídoto contra la fragmentación: aprender a construir desde la diferencia.

Y actuar nos devuelve el sentido de agencia: entender que la esperanza no es un estado de ánimo, sino una práctica.

Colombia necesita menos indignación y más imaginación.

Menos diagnósticos y más prototipos.

Menos “ellos deberían” y más “yo puedo”.

La queja nos mantiene atrapados en el pasado; la acción nos abre la puerta del futuro.

Pero actuar no siempre significa hacer grandes cosas. A veces basta con mirar distinto, con escuchar más, con no reproducir la violencia simbólica del desprecio cotidiano.

La cultura del cambio se teje en los gestos pequeños, no en los titulares.

Mientras discutimos en redes quién tiene la razón, el país sigue esperando que alguien lo repare. Pero ese “alguien” somos nosotros.

Cada ciudadano, cada líder, cada emprendedor, cada maestro, cada madre que decide no rendirse.

No hay transformación colectiva sin una revolución individual.

El futuro que merecemos no será el que nos prometa un gobierno, ni el que nos vendan los algoritmos, ni el que soñemos en abstracto.

Será el que tengamos el coraje de construir juntos, con propósito y con paciencia, sin esperar condiciones perfectas.

Quizás el acto más político hoy sea volver a creer.

No con ingenuidad, sino con conciencia.

No desde la rabia, sino desde la responsabilidad.

Colombia no necesita más héroes solitarios, necesita más comunidades conscientes.

Necesita menos líderes que hablen del cambio y más ciudadanos que lo encarnen.

Necesita menos discursos sobre esperanza y más gente dispuesta a practicarla.

La reconstrucción no empieza en el poder, empieza en la conciencia.

Y ahí, en ese espacio silencioso entre lo que somos y lo que decidimos ser, empieza también el futuro que merecemos.

Natalia Jiménez Aristizábal es emprendedora, builder de impacto y fundadora de Xaia Lab.