Opinión

El KPI que casi nadie mide: lo que la sostenibilidad evita perder

En esta columna, una reflexión sobre por qué el verdadero valor estratégico de la sostenibilidad no está solo en lo que cuesta implementarla, sino en los riesgos, pérdidas y contingencias que permite prevenir y que hoy definen la competitividad empresarial.

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Yenny Rodríguez Barajas
Mariana García Herrera
19 de diciembre de 2025, 2:40 p. m.
Mariana García Herrera, directora ejecutiva Fundación Challenger.
Mariana García Herrera, directora ejecutiva Fundación Challenger. Foto: Cortesía

En el debate empresarial contemporáneo persiste una pregunta que, aunque suena rigurosa, revela una comprensión incompleta de la competitividad: “¿Cuánto cuesta la sostenibilidad?”. La paradoja es que las organizaciones que realmente buscan anticipar riesgos y fortalecer su posición financiera ya no se formulan ese interrogante. La pregunta relevante hoy es otra: ¿cuánto le cuesta a una empresa no gestionar la sostenibilidad?

La economía actual está atravesada por regulaciones cada vez más exigentes, mercados que integran criterios ambientales, sociales y de gobernanza, y una volatilidad climática que dejó de ser un concepto técnico para convertirse en un riesgo operativo cotidiano. En este contexto, seguir midiendo la sostenibilidad únicamente por el nivel de inversión resulta tan limitado como analizar un estado financiero sin considerar provisiones. El indicador verdaderamente estratégico está en aquello que la gestión sostenible evita: pérdidas, sanciones, interrupciones operativas y deterioros reputacionales que no alcanzan a convertirse en noticia porque fueron prevenidos a tiempo.

Ese es, quizá, el KPI más subestimado del siglo XXI: los costos evitados por sostenibilidad. No suele aparecer en campañas institucionales ni inspira piezas publicitarias, pero es decisivo en juntas directivas, auditorías y decisiones de inversión. Hablar de costos evitados implica reconocer que la sostenibilidad no es solo impacto o reputación; es, ante todo, prevención financiera. Es el litigio que nunca ocurre gracias a un relacionamiento comunitario adecuado; la sanción que no llega por anticiparse a una regulación; la interrupción que no se materializa porque se gestionaron impactos ambientales críticos; la ineficiencia que desaparece cuando se optimizan procesos de energía, residuos o transporte. En esencia, es el costo que deja de repetirse cuando la organización entiende que la sostenibilidad no es un proyecto aislado, sino un sistema de gestión.

El desafío, por supuesto, es que este KPI exige medir lo que no pasó. Implica desarrollar modelos de riesgo más sofisticados, incorporar análisis prospectivos y construir escenarios contrafactuales que permitan estimar el valor de evitar un daño, un cierre, un litigio o una crisis reputacional. Aunque complejo, este ejercicio transforma la conversación interna: la sostenibilidad deja de verse como un centro de costos y empieza a consolidarse como un pilar de resiliencia financiera y continuidad del negocio.

En Colombia, esta discusión dejó de ser teórica. La transición energética, la conflictividad social, la incertidumbre regulatoria y las brechas territoriales impactan de forma directa la operación y la viabilidad de las empresas. En este contexto, comprender y calcular los costos evitados ya no es un ejercicio de sofisticación técnica, sino una necesidad estratégica para tomar decisiones informadas en un país donde la incertidumbre se ha encarecido.

Si algo distingue a las organizaciones verdaderamente sostenibles no es la magnitud de sus inversiones, sino la inteligencia de sus prevenciones. La sostenibilidad que crea valor no siempre se ve, no siempre se celebra y, en muchos casos, no deja huella visible. Pero es precisamente ahí donde reside su mayor poder.

En un entorno que exige anticipación, las empresas que quieran mantenerse competitivas no pueden limitarse a medir lo que hacen. Deben medir, con la misma rigurosidad, todo lo que logran evitar perder. Ese es el KPI silencioso que ya está definiendo quiénes liderarán la próxima década.

Mariana García Herrera, directora ejecutiva Fundación Challenger.



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