OPINIÓN

Silvia Aristizábal

El liderazgo que diciembre revela y enero olvida: ¿es usted un líder o un actor de temporada?

No espere a sentirse agradecido para practicar la gratitud. No espere a sentir compasión para estar presente. Sea el humano completo que reconoce su vulnerabilidad y la honra.
23 de diciembre de 2025, 10:39 p. m.

Diciembre llega siempre con su coreografía perfecta: luces encendidas, mesas largas, abrazos más frecuentes, regalos, notas de agradecimiento, palabras que se dicen con menos prisa, natilla y buñuelos. Durante estas semanas, el aire cambia. Nos miramos más a los ojos, cedemos el paso en el tráfico y recordamos, casi por decreto, la palabra “gracias”. La gratitud y la compasión se convierten en el uniforme de gala de la sociedad.

Pero entonces… llega enero.

Se apagan las luces, guardamos el árbol y con el primer lunes del año, regresa la amnesia colectiva. Reaparece el líder que interrumpe en las reuniones, el ejecutivo que responde correos con el afán, el jefe que juzga el retraso de un colega sin preguntarse qué carga invisible trae consigo. La compasión de diciembre se evapora como un aroma efímero, dejando al desnudo una verdad incómoda: ¿qué dice de nuestro liderazgo que necesitemos un mes especial para ser humanos?

El cambio no pide permiso: porque quedarse quieto ya no es una opción

A lo largo de este año, en estas nueve columnas, hemos transitado un camino sobre el éxito, la resiliencia, la transformación y el propósito. Pero hoy, todo ese recorrido converge en una sola pregunta: ¿es su gratitud genuina o solo una emoción de calendario?

La ciencia es implacable al respecto. La psicología positiva ha demostrado que la gratitud no es un sentimiento, es un músculo cognitivo. Sin embargo, en el mundo del alto rendimiento, padecemos de una paradoja cruel: mientras más logramos, más inmunes nos volvemos al asombro. El éxito nos hace olvidar lo extraordinario que fue llegar aquí.

Normalizamos privilegios. El café de la mañana ya no es un regalo, es un derecho. El equipo que trabaja con nosotros ya no son personas que eligieron seguir nuestra visión; en nuestra mente pasan a ser “recursos” que deben entregar resultados. Cuando dejamos de asombrarnos, empezamos a deshumanizar y un líder que no se asombra es un líder que ya no inspira, solo transacciona.

Existe una resistencia casi alérgica en el mundo corporativo hacia la palabra “compasión”. Se confunde erróneamente con lástima o debilidad. Pero la neurociencia y estudios como el proyecto Aristóteles de Google confirman lo contrario: la capacidad de ser vulnerable sin ser castigado es el predictor número uno de la eficacia de un equipo.

Imagine a ese colaborador que últimamente está “desconectado”. Usted tiene dos opciones. La primera es la del manual tradicional: señalar el fallo y exigir excelencia. La segunda es la del liderazgo real: preguntar “¿estás bien?, he notado un cambio y quiero que sepas que aquí estoy”.

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Al elegir la segunda, usted descubre que detrás de ese ‘bajo desempeño’ hay una madre con diagnóstico de cáncer, un hijo en cuidados intensivos o una depresión silenciosa que se camufla tras una sonrisa en videollamada. La compasión no es resolverle el problema al otro; es tener el coraje de reconocer que el otro es un humano mientras lo enfrenta. La primera respuesta protege su autoridad; la segunda protege la humanidad de su organización.

Los cargos dan estatus y los títulos abren puertas, pero el liderazgo verdadero solo aparece cuando alguien se siente visto, escuchado y respetado en su presencia. Los líderes que recordamos no son aquellos que cumplieron la meta del Q3 de 2019; son aquellos en cuya presencia nos sentimos, por fin, suficientes.

Le propongo un ejercicio radical para cerrar este año: identifique a tres personas que hicieron posible su camino este año. No les envíe un “gracias” genérico por WhatsApp. Mírelos y reconozca algo concreto. Pero, sobre todo, pregúntese: si usted desapareciera mañana, ¿lo recordarían como un jefe que dio instrucciones o como un ser humano que los hizo mejores?

La transformación que tanto buscamos no es un cambio de circunstancias, es un cambio de piel. El verdadero test de su transformación no es la noche de Navidad con una copa de vino en la mano. Es ese martes de enero, cuando la presión regrese, las luces se apaguen y usted tenga que elegir entre cuestionar en público para reafirmar su poder o enseñar en privado para reafirmar su propósito.

No espere a sentirse agradecido para practicar la gratitud. No espere a sentir compasión para estar presente. Sea el humano completo que reconoce su vulnerabilidad y la honra. Porque dentro de diez años, nadie recordará sus indicadores, pero alguien sí recordará que, en su momento más oscuro, usted fue la persona que se detuvo y preguntó: ¿cómo va tu alma?, y lo dijo en serio.

La transformación habita en usted. No deje que enero apague lo que diciembre despertó. Porque liderar con compasión no es ser débil, es ser lo suficientemente fuerte para ser humano y esa fortaleza, querido lector, no necesita esperar a diciembre para aparecer.

Esta columna cierra un ciclo de diez entregas dedicadas a elevar el estándar del liderazgo en nuestra vida. Gracias por acompañarme en este viaje hacia lo esencial.

Silvia Aristizábal, vicepresidente de Recursos Humanos de Permoda y creadora del Proyecto Fénix de liderazgo consciente



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