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Opinión

El talento que no tiene diploma, pero sí propósito

En esta columna, una reflexión sobre el valor del aprendizaje empírico, la vocación y la sensibilidad de quienes han convertido el amor por los animales en una forma de vida, pese a no tener aún un reconocimiento académico.

Por: Claudia Lorena Gómez
23 de octubre de 2025

En un país donde los títulos suelen abrir puertas y los diplomas parecen definir el valor profesional de una persona, existe un grupo de trabajadores que construye su camino desde un lugar distinto: la experiencia, la intuición y el amor. Son las manos que bañan, acarician y calman a un animal nervioso; los ojos que interpretan su miedo o su alegría; los corazones que convierten el cuidado en arte.

Estas personas -muchas veces invisibles en las estadísticas laborales o en los discursos sobre talento- representan una fuerza silenciosa y profundamente humana. Su conocimiento no proviene de un aula, sino de la observación paciente, del ensayo y error, del aprendizaje constante que solo da el contacto directo con la vida.

En el mundo del bienestar y la estética animal, por ejemplo, abundan historias de hombres y mujeres que empezaron desde la curiosidad o la necesidad, y hoy son verdaderos artesanos del cuidado. Aprendieron a leer el lenguaje corporal de las mascotas, a reconocer sus emociones, a tratarlas con respeto y sensibilidad. Su saber es tan real y tan valioso como el de cualquier profesional formado en una institución. Sin embargo, sigue existiendo una brecha entre lo que la sociedad considera “profesión” y lo que, en esencia, ya lo es.

Reconocer el valor de estos oficios implica cambiar la manera en que entendemos el trabajo. No todo conocimiento necesita un diploma para ser legítimo. Hay saberes que se heredan, se intuyen, se perfeccionan con la práctica y se transmiten con generosidad. Detrás de cada servicio bien hecho hay años de dedicación, ensayo, error y aprendizaje silencioso. Y en muchos casos, lo que falta no es talento, sino oportunidades de formalización, rutas de formación flexibles y un entorno que valore el oficio como una vía digna de crecimiento.

La educación, cuando se encuentra con la vocación, tiene el poder de transformar realidades. Por eso, más que exigir títulos, el reto está en crear espacios donde el conocimiento empírico pueda reconocerse, fortalecerse y evolucionar. En el caso de la industria del bienestar animal, iniciativas que promuevan la capacitación técnica y el desarrollo humano pueden marcar la diferencia entre un trabajo informal y una carrera profesional con propósito.

Porque quienes trabajan con animales no solo embellecen o cuidan: generan bienestar, acompañan procesos emocionales, promueven empatía. En una época que valora la inteligencia artificial y la automatización, ellos nos recuerdan la importancia de la inteligencia emocional, del vínculo y del respeto hacia otras formas de vida.

El verdadero talento no siempre está certificado. A veces está escondido detrás de un delantal, de unas manos húmedas, de una sonrisa tranquila que aparece cuando un perro o un gato vuelve a casa más feliz. Y quizás sea hora de mirar hacia ese talento invisible con la gratitud y la admiración que merece.

Porque el país también se construye desde esas manos que trabajan con amor, desde esos oficios que dignifican y desde esas historias que demuestran que, incluso sin diploma, hay personas que transforman el mundo con su vocación.

Claudia Gómez, coach y speaker CEO Can Spa Móvil