María Carolina Angulo, CEO y confundadora de Lok Foods

Opinión

Inteligencia emocional: el nuevo lenguaje del poder global

La inteligencia emocional no es una herramienta para sentirse mejor. Es una revolución silenciosa que redefine la manera de liderar, influir y coexistir. No se trata de sonreír más o escuchar con atención. A veces no es siempre cómoda ni amable.

Por: María Carolina Angulo
20 de junio de 2025

Hoy, cuando la cotidianidad está marcada por el caos, la conexión emocional auténtica es una herramienta estratégica de influencia, liderazgo y transformación.

En un mundo hiperconectado y profundamente interdependiente, las reglas del juego han cambiado. La autoridad basada en títulos, jerarquías o métricas de productividad está siendo reemplazada, lenta pero inexorablemente, por una nueva forma de influencia: la inteligencia emocional. No se trata de una habilidad blanda ni de una cualidad opcional. Se trata del lenguaje que define la eficacia real de quien aspira a transformar su entorno en cualquier escala: desde una sala de juntas en Nueva York hasta un centro de innovación en Bogotá.

El término ‘inteligencia emocional’ ya no sorprende a nadie. Está presente en manuales de liderazgo, sesiones de coaching y hasta en algoritmos de selección de personal. Sin embargo, su banalización ha generado un riesgo: pensar que se trata de sonreír más, escuchar con atención o hacer preguntas empáticas en reuniones. Eso no es inteligencia emocional. Eso es protocolo.

La verdadera inteligencia emocional no es cómoda, ni siempre amable. Es una práctica diaria de autoconciencia radical, de regulación interna frente a la presión, de valentía para enfrentar conflictos sin anestesia emocional y, sobre todo, de presencia. Una persona emocionalmente inteligente no reacciona: responde. No impone: influye. No se protege tras excusas: se muestra con humanidad y claridad.

Una ventaja competitiva real en la era del caos

En 2023, el Foro Económico Mundial ubicó la inteligencia emocional entre las 10 habilidades más demandadas para el futuro del trabajo. No es una tendencia: es una reacción lógica ante un entorno donde la inteligencia técnica ya no es suficiente. El conocimiento se democratiza. La información, también. Lo que no se automatiza ni se reemplaza es la capacidad de conectar con otras personas desde un lugar genuino.

Las decisiones clave en el mundo —las que marcan vidas, mueven capitales o definen el rumbo de las instituciones— ya no se toman solo con cifras en la mano. Se toman en medio de tensiones culturales, dilemas éticos, crisis climáticas, polarización política y demandas sociales urgentes. En ese panorama, quien lidera sin inteligencia emocional está condenado a la irrelevancia o al colapso. Porque los resultados sin humanidad ya no son sostenibles.

Hablar de inteligencia emocional es fácil. Integrarla, no tanto. Requiere entrenamiento invisible: aprender a pausar antes de responder, reconocer cuando una emoción guía una decisión, identificar patrones internos que sabotean relaciones o resultados. No se enseña en una conferencia ni se activa con una lectura de fin de semana. Se cultiva. Y se exige más cuando todo alrededor empuja a lo contrario: la rapidez, el juicio automático, la protección del ego.

Las culturas organizacionales que entienden esto están rediseñando sus estructuras. No para crear espacios “más agradables”, sino más seguros. Donde se pueda tener una conversación difícil sin miedo, dar retroalimentación con firmeza y cuidado, decir “no” sin violencia ni culpa. Ese tipo de ambientes no surgen por azar: son diseñados por liderazgos emocionalmente alfabetizados.

¿Y si esto fuera el nuevo estándar de poder?

La historia ha sido escrita por quienes gritaron más fuerte, dominaron más territorios o acumularon más recursos. Pero estamos en otro momento. El poder de hoy se mide en capacidad de construir relaciones duraderas, movilizar causas, activar cooperación auténtica y sostener decisiones difíciles sin traicionar principios. Todo eso exige inteligencia emocional.

Piénsalo así: quien domina las propias emociones puede cambiar el tono de una sala. Puede romper estereotipos. Puede crear un espacio de posibilidad. Esa es una forma sofisticada y profundamente estratégica de ejercer poder.

No se necesita una pancarta ni un algoritmo. La verdadera transformación comienza cuando se deja de reaccionar por impulso y se empieza a liderar desde una conexión honesta con la experiencia humana. La inteligencia emocional no es una herramienta para sentirse mejor. Es una revolución silenciosa que redefine la manera de liderar, influir y coexistir.

Quien entienda esto no solo tendrá ventaja. Tendrá futuro. Porque lo emocional, lejos de ser un desvío de lo racional, es su complemento necesario. Y porque en un mundo donde todo cambia, la capacidad de sostenerse en uno mismo sin perder la conexión con el otro es quizás el mayor acto de liderazgo del presente.

María Carolina Angulo, CEO & CoFounder de Lök Foods