
Opinión
La Guajira podría tener más agua que Bogotá
Este no es un sueño romántico. Es un proyecto viable, técnico, estratégico. Pero, sobre todo, es un proyecto de justicia territorial.
En los últimos días estuve en un curso de plantas desaladoras en Alicante, España, donde tuve la oportunidad de conocer las instalaciones de la planta de Torrevieja, la más grande de Europa, que produce hasta 240 millones de litros de agua potable al día, suficiente para abastecer a más de 1,6 millones de personas. También visitamos la planta de Muchamiel, que entrega alrededor de 50 millones de litros diarios para el área metropolitana de Alicante. Ambas funcionan con tecnologías avanzadas de ósmosis inversa, recuperación energética y monitoreo inteligente, y demuestran que sí es posible transformar el mar en una fuente constante y segura de agua para millones de personas.
Pese a que La Guajira está rodeada por el océano, hemos normalizado la crisis por falta de agua y la hemos convertido en parte del paisaje. Hemos venido construyendo algunas plantas pequeñas en comunidades, iniciativas que, aunque valiosas, aún son insuficientes frente a la magnitud del problema.
Si lográsemos construir una planta como la de Muchamiel, una de las más eficientes de su tipo, o replicar el modelo de Torrevieja, podríamos imaginar un futuro distinto para el Caribe colombiano. Con cinco plantas como estas, podríamos suministrarle agua potable a toda Bogotá.
Estamos en una era de calentamiento global, donde los ríos se secan y los embalses bajan a niveles críticos. Lo vivimos en Bogotá hace apenas unos meses, cuando los cortes de agua nos enfrentaron a nuestra fragilidad hídrica. La pregunta no es si podemos seguir dependiendo del régimen de lluvias, la pregunta es: ¿cuánto tiempo más podremos hacerlo sin buscar otras fuentes confiables, sostenibles y resilientes?
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La Guajira podría tener suficiente agua, no solo para su propia población, incluyendo sus pueblos indígenas, sino también, para apoyar a otras regiones en tiempos de crisis. Podríamos desalinizar el mar, convertir el desierto en vida y devolver dignidad a las comunidades que han esperado por décadas una solución real. Así como de La Guajira fluye el gas natural que alimenta gran parte del país, también podría fluir el agua.
El modelo español de desalación, liderado por operadores públicos y respaldado por universidades como la de Alicante, demuestra que con visión, inversión y tecnología, es posible asegurar agua potable en territorios áridos, costeros y complejos. ¿Por qué no hacerlo en el norte colombiano?
Nuestra riqueza no solo está en el subsuelo, está en el mar. Si soñamos con desalinizarlo, podríamos lograrlo. Y este no es un sueño romántico. Es un proyecto viable, técnico, estratégico. Pero, sobre todo, es un proyecto de justicia territorial. No puede haber justicia hídrica en Colombia si el único departamento con frontera marítima por el norte sigue dependiendo de carrotanques. No es cuestión de voluntad política. Es una obligación moral, ambiental y nacional.
La Guajira tiene más agua que Bogotá, pero no más privilegios. Lo que necesitamos ahora es que la lógica del centro ceda el paso a la inteligencia de los territorios. Y que se escuche, por fin, una verdad que en esta tierra es tan antigua como el sol: el agua está, solo hay que decidir tratarla y entregarla.
Por Andreina García Pinto, gerente del Plan Departamental de Aguas de La Guajira