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Opinión

La inteligencia artificial ya está transformando el empleo en Colombia. ¿Estamos listos?

Tras más de 20 años en el sector público, pocas transformaciones me han impactado tanto como la de la inteligencia artificial. Este cambio va más allá de lo técnico: es social, estructural y humano. Debemos prepararnos para que nadie se quede atrás.

Por: Diana Lorena Gómez Zuluaga
29 de julio de 2025

He trabajado durante más de dos décadas en el sector público colombiano. He visto llegar políticas, crisis, reformas y tecnologías. A lo largo de los años hemos hablado con frecuencia de “transformaciones profundas”, pero pocas veces he sentido ese cambio tan cercano como ahora, con la llegada de la inteligencia artificial. Esta vez no se trata únicamente de una evolución técnica; se trata de un cambio humano, estructural y social. Y América Latina -en particular Colombia- se encuentra en una verdadera encrucijada.

Hace poco escuché al empresario y tecnólogo argentino Santiago Bilinkis decir que la inteligencia artificial no va a eliminar todos los trabajos, pero sí transformará la mayoría. No lo dijo con alarma, sino con urgencia. Con esa misma claridad con la que muchos hablamos cuando vemos venir un fenómeno inevitable, pero cuyas consecuencias aún pueden mitigarse si actuamos a tiempo.

De hecho, un reciente estudio del Banco Mundial (abril de 2025) entrega cifras tan reveladoras como inquietantes: cerca del 40 % del empleo en América Latina está expuesto a transformaciones significativas por cuenta de la inteligencia artificial generativa. Es decir, esta tecnología podría cambiar radicalmente la forma en que se realizan muchas tareas, e incluso reemplazarlas por completo. En Colombia, el impacto podría ser aún mayor, ya que somos uno de los países con mayor exposición al riesgo laboral combinado con una menor capacidad de adaptación digital.

Y esto no es una hipótesis lejana. Lo estamos viendo en tiempo real. Actividades que antes desarrollaban personas -como responder correos, atender consultas o elaborar informes- ahora pueden ser ejecutadas en segundos por asistentes virtuales. Tareas que requerían formación técnica -como revisar pólizas, redactar documentos o clasificar datos- están siendo asumidas por algoritmos con una precisión difícil de igualar. Si usted trabaja en administración, contabilidad básica, servicio al cliente o redacción de contenido, es probable que ya haya sentido el impacto. En Colombia, además, muchas de estas funciones están altamente feminizadas, lo que nos pone frente a una alerta adicional: la inteligencia artificial podría acentuar desigualdades de género que ya existen.

Pero esto no afecta solo a empleos técnicos o administrativos. También profesiones en áreas como la educación tradicional, procesos jurídicos repetitivos o los medios de comunicación están empezando a experimentar el impacto de herramientas que, hasta hace poco, parecían lejanas. Sin embargo, no todo son amenazas. También hay oportunidades importantes. Según el mismo informe del Banco Mundial, hasta un 12 % de los trabajos en la región podrían beneficiarse de aumentos significativos en productividad si logramos aprovechar de forma adecuada el potencial de estas herramientas. Las profesiones relacionadas con ciencia de datos, ciberseguridad, salud personalizada, análisis ambiental y diseño estratégico tienen ante sí una nueva frontera por explorar.

Aun así, lo que más me preocupa no es la velocidad del cambio tecnológico, sino nuestra falta de preparación. En mi experiencia, los grandes cambios no fracasan por falta de ideas, sino por falta de capacidad para adaptarse. Colombia no tiene un problema de talento; tiene un problema de acceso, de formación y de equidad. Más de la mitad de nuestros trabajadores están en la informalidad. Muchos jóvenes no acceden a educación técnica o superior. Muchas mujeres siguen por fuera de las carreras STEM. Y en las zonas rurales, hablar de inteligencia artificial todavía suena tan lejano como hablar de colonizar Marte.

Volviendo a las palabras de Bilinkis: “La tecnología no es buena ni mala, pero es profundamente asimétrica si no hacemos nada”. Esa es, quizá, la verdad más incómoda. Si no diseñamos políticas públicas inteligentes, si no impulsamos la reconversión laboral, si no invertimos en conectividad ni enseñamos pensamiento crítico desde la escuela, esta revolución digital puede pasarle por encima a millones de colombianos.

Como mujer del sector público, creo profundamente en el rol del Estado como garante de derechos. La inteligencia artificial no puede convertirse en un privilegio de unos pocos, ni en una máquina que amplifique las brechas sociales, económicas o culturales. Tiene que ser una herramienta al servicio del bienestar colectivo. Para eso, necesitamos una estrategia nacional que forme a nuestros docentes en tecnologías educativas con aplicación real; que reentrene a miles de trabajadores con nuevas habilidades digitales y humanas; que garantice que los algoritmos que usamos sean éticos, transparentes y auditables.

Y, sobre todo, necesitamos una estrategia que proteja lo que nos hace profundamente humanos: la empatía, la creatividad, el juicio ético y la capacidad de cuidarnos unos a otros. Porque, al final del día, no se trata de competir con la inteligencia artificial, sino de aprender a convivir con ella. Y de asegurar que, en esa convivencia, nadie se quede atrás.

Diana Lorena Gómez, Vicepresidenta administrativa Banco Agrario