Este 2025 termina con múltiples lecciones, pero hay una en particular que quisiera poner sobre la mesa: el liderazgo importa tanto como el propósito que decimos defender. El problema es que, en el camino, a veces perdemos ambos. Quienes trabajamos por la Amazonía desde gobiernos, organizaciones sociales, comunidades, academia o sector privado hablamos con frecuencia de cuidado, escucha, cooperación y respeto por la vida. Sin embargo, en los espacios más complejos —aquellos donde se toman decisiones de alto impacto— no siempre actuamos de acuerdo con esos valores que proclamamos.
Y aquí aparece la parte incómoda, pero necesaria. Si de verdad queremos un liderazgo distinto, uno que incorpore de manera auténtica el cuidado, la escucha y la solidaridad, tenemos que empezar por revisarnos con honestidad. No para culparnos o debilitarnos, sino para corregir, crecer y, sobre todo, ser coherentes y más efectivos.
Este año lo confirmé en distintos escenarios: reuniones técnicas, cumbres internacionales, paneles con gobiernos y sector privado. Escuché discursos profundamente inspiradores sobre justicia climática, transición justa, sostenibilidad y defensa de la vida. Pero también observé cómo, detrás de esas palabras, emergían tensiones por el control del relato, por el liderazgo visible y por la atribución del mérito. Es ahí donde el discurso empieza a fracturarse y donde la Amazonía comienza a pagar el costo de nuestras incoherencias.
La Amazonía no es un concepto abstracto ni un telón de fondo para debates públicos. Es un bioma vivo, hogar de millones de personas, regulador climático del continente y territorio de ancestralidad y ciencia. En un lugar así, las incoherencias pesan más, porque las consecuencias también son mayores. Cuando la competencia por el protagonismo reemplaza la acción colectiva, la defensa del planeta se convierte en un medio y no en un propósito. Las palabras, que deberían movilizar, a veces hieren, cierran puertas o profundizan distancias. Lo he visto de cerca: cuando el ego sube, el impacto baja. Y la Amazonía no puede darse ese lujo.
El liderazgo del que hablo no se define únicamente en los grandes escenarios. También se expresa en decisiones cotidianas y aparentemente menores: a quién invitamos a la mesa y a quién dejamos por fuera; si compartimos información o la retenemos; si escuchamos de verdad a las comunidades o solo las usamos como validación simbólica. Se refleja, además, en el ejemplo que damos cuando no hay cámaras encendidas: en cómo reconocemos —o desacreditamos— el trabajo de otros, en cómo hablamos entre nosotros, en si celebramos genuinamente los avances ajenos o los percibimos como una amenaza.
Quizás lo más incómodo es aceptar que estas tensiones también aparecen en los espacios donde prometimos hacer las cosas distinto.
Este año me dejó, además, otra reflexión relevante. Hemos construido espacios valiosos de liderazgo femenino en Colombia y en la región, pero en ocasiones, sin darnos cuenta, replicamos dinámicas que hemos criticado durante años: la disputa por quién lidera, la competencia por validación y la búsqueda del reconocimiento individual. Señalamos estructuras históricamente excluyentes, pero todavía nos cuesta soltar miedos y desconfianzas a la hora de colaborar entre nosotras. Podemos —y debemos— hacerlo distinto. Podemos liderar con más cooperación, más coherencia y más propósito. Podemos ser ejemplo de las conversaciones que decimos querer transformar.
No se trata de exigir perfección, sino honestidad. De reconocer que, a veces, hablamos de bien común, pero actuamos desde el interés particular; que defendemos la vida, pero olvidamos que nuestras palabras también pueden dañar la vida de otros; que decimos creer en la acción colectiva, pero queremos decidir en solitario. Estas contradicciones nos imponen una responsabilidad ética: revisarnos y volver a empezar cuantas veces sea necesario.
El año que viene, además, estará marcado por procesos electorales en países como Colombia. Los discursos políticos se intensificarán y el riesgo de instrumentalizar causas como la Amazonía será aún mayor. Justamente por eso, el llamado a la coherencia se vuelve más urgente. En contextos de polarización, el liderazgo que se necesita es aquel que actúa con responsabilidad colectiva y no con cálculo individual.
La Amazonía merece esa coherencia. Y este nuevo año nos enfrenta a liderar como si de verdad entendiéramos que nadie transforma nada en solitario. La pregunta que queda abierta es qué tipo de liderazgo elegiremos ejercer cuando el país y el mundo nos exijan actuar con mayor madurez y responsabilidad colectiva.
Diana Isabel Eugenia Ramírez, Valor Social e impacto – AECOM Latinoamérica










