
Opinión
Nueva ley de educación emocional: ¿cátedra o práctica cotidiana?
La nueva cátedra de educación emocional no debe asumirse como una materia más, sino como una oportunidad para transformar el tejido relacional de las instituciones.
En un país como Colombia, donde la violencia, la desigualdad y la incertidumbre han dejado huellas profundas en la niñez y la juventud, la reciente aprobación de la ley que establece la cátedra de educación emocional en las instituciones educativas por parte del Congreso, marca un hito que no puede pasar desapercibido. Esta legislación impulsa a todas las instituciones, tanto oficiales como no oficiales, a implementar esta importante temática en espacios de cátedra y evaluación, reconociendo que el aprendizaje trasciende los límites de los conocimientos académicos tradicionales y se adentra en el terreno fundamental del desarrollo personal, la gestión emocional y la convivencia armónica.
Pero ¿qué deben hacer las instituciones educativas para dar cumplimiento a este mandato?
Si bien la ley es clara en que debe implementarse con base en criterios científicos, y además genera los mecanismos para lograrlo, es fundamental que las instituciones educativas no la reciban únicamente como una obligación relacionada con horarios, planeaciones, maestros asignados y demás aspectos administrativos -lo cual implica esfuerzos que difícilmente el Gobierno nacional podrá asumir en su totalidad, especialmente en el sector oficial-. También es necesario comprender que no basta con pensar que la violencia y los conflictos en las relaciones humanas que vivimos en el país se resolverán con una sola asignatura.
Las instituciones deben promover una cultura de relacionamiento humano basada en valores. No se trata simplemente de enseñarlos, sino de vivirlos. El ambiente escolar debe ser seguro y protector, pero también enriquecido con momentos de reflexión sobre el contexto que vivimos, las acciones individuales y cómo deberíamos transformarnos para ser una comunidad pacífica. Pretender que la educación socioemocional se limite a una cátedra semanal sería reducir su verdadero potencial transformador.
Esta es una responsabilidad que recae principalmente en los directivos docentes, pues son ellos quienes deben liderar una visión estratégica e involucrar activamente a toda la comunidad educativa. La clave está en equilibrar ambas aproximaciones: integrar espacios formales de reflexión y aprendizaje con prácticas cotidianas que modelen una ciudadanía consciente, respetuosa y abierta al mundo.
El rol del maestro
Históricamente, los maestros han sido el eje central de la educación, y la enseñanza, el canal para transformar a los estudiantes. Sin embargo, en la actualidad, este rol ha cambiado drásticamente. Las tecnologías digitales han asumido parte de la labor de transmitir contenidos específicos y técnicos, por lo que hoy, más que nunca, el papel del maestro cobra un nuevo sentido: ser un acompañante en los proyectos de vida, fomentar ambientes de aprendizaje significativos, ayudar a los estudiantes a encontrar sus motivaciones y reconocer sus emociones.
Los maestros deben ser verdaderos impulsores de paz y esperanza, conscientes de que en cada experiencia con su comunidad están contribuyendo a formar un mejor ciudadano. Para ello, es clave ofrecerles formación continua que les proporcione herramientas y nuevas ideas para ejercer este acompañamiento. Pero también es indispensable pensar en su propio bienestar: brindarles espacios para su desarrollo personal y el cuidado de su salud mental.
Este desafío es fundamental, porque -como dice el refrán- “nadie da de lo que no tiene”. Para que un maestro sea un gran acompañante emocional, primero debe reconocer y cuidar su propia realidad. Transformarse para transformar: ese sí debería ser el primer paso hacia una educación emocional verdaderamente rica. ¡Una tarea en la que debe brillar el maestro inspirador!
¿Y por qué es importante la educación socioemocional?
El bienestar humano es el valor más importante que debemos defender. Es lo que sustenta una cultura del cuidado y el respeto, y se fundamenta en los derechos individuales y colectivos. Por eso, la educación debe promover ese aprecio por el bienestar general e individual.
El Foro Económico Mundial ha insistido en que las competencias laborales del futuro -muchas de ellas aún desconocidas- estarán centradas en habilidades como la resolución de problemas, el trabajo colaborativo, la adaptabilidad, la tolerancia a la frustración, y el relacionamiento humano y con la tecnología. Habilidades esenciales para navegar en un mundo cambiante y veloz.
Por ello, debemos fundamentar la educación en una comprensión profunda del ser humano, sus emociones y su responsabilidad con la vida. Esta ley representa una gran oportunidad: recibir la cátedra no como una obligación curricular más, sino como una herramienta poderosa para la transformación humana. Por una Colombia más equitativa, en paz y con futuro.
Gloria Figueroa Ortiz, Directora general de la Organización San José de Las Vegas