
Opinión
Prejuicios sobre las familias que se reinventan: amar donde otros juzgan
Derribar los prejuicios no solo libera a quienes asumen una maternidad o una paternidad con hijos nacidos del corazón, sino también a los niños que crecen bajo esas miradas. El amor no necesita permisos ni certificados de sangre. Requiere coherencia, presencia y afecto genuino.
En una sociedad que dice haber avanzado hacia la inclusión y la diversidad, todavía hay amores que se juzgan. Uno de ellos es el amor de quien cría hijos que no son biológicamente suyos. En pleno siglo XXI, formar una familia reconstituida, esa en la que uno o ambos miembros de la pareja tienen hijos de relaciones anteriores, sigue despertando miradas de sospecha, prejuicios disfrazados de “opiniones” y juicios velados sobre lo que debería ser una familia “normal”.
Criar hijos ajenos, para muchos, sigue siendo una especie de anomalía emocional. Se tiende a pensar que nadie puede amar de verdad a un hijo que no ha se ha concebido o engendrado en el vientre, que los lazos biológicos son los únicos válidos, y que cualquier otro tipo de vínculo está condenado a ser débil o conflictivo. Pero la vida, con toda su complejidad, demuestra lo contrario: los lazos elegidos, los que se construyen desde el compromiso, la ternura y la constancia, suelen ser los más sólidos.
El imaginario social no ha sido amable con las madrastras ni con los padrastros. Los cuentos infantiles sembraron durante generaciones la idea de la madrastra cruel, distante y egoísta. Esa narrativa, heredada sin cuestionamiento, ha hecho mucho daño. Detrás de cada mujer u hombre que intenta construir un hogar con amor y paciencia, hay un eco cultural que les susurra que “nunca serán suficientes”. Que no son “la mamá de verdad”, que su rol tiene límites invisibles que nadie se atreve a definir, pero todos se sienten con derecho a señalar.Entre los prejuicios más comunes está la idea de que “los hijos ajenos no se quieren igual”. Como si el amor tuviera una fórmula genética o una jerarquía biológica. Quien ha criado, acompañado o consolado a un niño que no nacido de su cuerpo sabe que el amor elegido puede ser tan profundo como el heredado. No hay ADN que valga más que el afecto construido día a día.
Otro estigma recurrente es el de la supuesta inestabilidad de las familias reconstituidas. “Eso nunca funciona”, dicen muchos, como si el fracaso estuviera asegurado por el simple hecho de tener historias previas. Sin embargo, cada vez más estudios —y, sobre todo, más historias reales— demuestran que estas familias pueden ser tan estables, amorosas y funcionales como cualquier otra, siempre que haya comunicación, empatía y respeto mutuo.
El peso de la frase: “No es tu responsabilidad”
Pocas frases hieren más a una madre o padre de crianza comprometido que esa sentencia lapidaria: “No es tu responsabilidad”. Se pronuncia como consejo, pero en realidad es un juicio disfrazado. Es una forma de decir “no te metas”, “no te corresponde”, “no te ilusiones”. Y, sin embargo, criar, educar y acompañar a un hijo ajeno, desde el amor y la coherencia, sí es una forma de responsabilidad elegida. Una que requiere más valentía que la impuesta por la biología.
Estas ideas no solo afectan a los adultos, sino también a los niños, que muchas veces crecen entre lealtades divididas, etiquetas y silencios. Si desde afuera se refuerza la idea de que la madrastra es una intrusa o el padrastro un invitado temporal, ¿cómo se espera que el niño construya vínculos seguros? La confusión no proviene de la estructura familiar, sino de los prejuicios que la sociedad insiste en mantener.
Combatir estos estigmas requiere más que discursos bienintencionados. Implica educar y sensibilizar sobre los nuevos modelos de familia, visibilizar ejemplos positivos y, sobre todo, fomentar el respeto hacia todas las formas de amor y cuidado. En los colegios, en los entornos laborales, en las conversaciones cotidianas, urge naturalizar la diversidad familiar sin adjetivos ni aclaraciones.
También es tarea de los medios de comunicación revisar las historias que cuentan. Mientras sigamos viendo en las pantallas a la madrastra malvada o al padrastro desinteresado, el mensaje inconsciente seguirá calando. Contar historias reales de familias reconstituidas que funcionan, que se aman, que superan retos, es un acto político y cultural necesario.
Un amor que merece respeto
Criar hijos ajenos es un acto de generosidad y coraje. No se hace por obligación, sino por elección. Es un amor sin atajos ni títulos garantizados, pero lleno de sentido y entrega. Y es hora de que la sociedad lo reconozca como lo que es: una forma legítima y valiosa de hacer familia.Los prejuicios sociales hieren, dividen y generan falsas expectativas. Derribarlos no solo libera a quienes asumen estos roles, sino también a los niños que crecen bajo esas miradas. El amor no necesita permisos ni certificados de sangre. Lo único que necesita es coherencia, presencia y afecto genuino.
En un mundo que clama por empatía y tolerancia, tal vez deberíamos empezar por mirar con menos juicio, y más admiración, a quienes deciden amar y criar donde otros solo se atreven a opinar.
Adriana Bocanegra Triana, CEO de Abogados Corporativos Bocanegra Triana y autora La Valentía de Ser Madrastra
