
Opinión
Soñar también es un acto de rebeldía
En un mundo que condiciona a las mujeres a soñar en pequeño, atreverse a imaginar una vida auténtica y libre es un acto transformador y profundamente revolucionario.
En nuestra sociedad —y especialmente en nuestra cultura— nos enseñaron a soñar en pequeño. A soñar con lo posible, con lo seguro, con lo que tenemos, con lo que “podemos”, con lo que “no incomoda a nadie”. Nos educaron para ser responsables, sí, pero no siempre para ser visionarias.
A nosotras, las mujeres, nos enseñaron a cuidar a otros, pero no necesariamente a escucharnos a nosotras mismas. Crecimos con frases como: “eso no es para ti”, “mira cómo naciste”, “mira con qué naciste”, “mejor no te ilusiones”, “eso es muy difícil” o “piensa en algo más realista”.
Y, sin embargo, cada vez que una mujer se atreve a imaginar una vida distinta —más libre, más suya, más conectada con su propósito— está desafiando siglos de condicionamientos. Por eso, hoy quiero decirlo con fuerza: soñar también es un acto de rebeldía. Y, más aún, un acto de amor hacia nosotras mismas y hacia nuestras familias.
Para nosotras, soñar no es un lujo. Es una necesidad vital. Es la chispa que enciende el motor del cambio. Nadie puede construir algo nuevo si primero no se atreve a imaginarlo, si no siente ese deseo profundo y ardiente de alcanzarlo. Y, sin embargo, hay muchas mujeres que llevan años sin preguntarse qué quieren, qué desean, qué las mueve, a dónde quieren llegar. No porque no tengan sueños, sino porque el ritmo del día a día se las «tragó ». Porque están en modo supervivencia. Porque nunca nadie les validó lo que soñaban.
Lo más leído
En mi experiencia acompañando a emprendedoras desde Mompreneurs Colombia y Latam, he descubierto que, muchas veces, lo que más nos frena no es la falta de recursos, sino la falta de permiso: permiso para desear más, para romper moldes, para incomodar al entorno si es necesario, para atrevernos, para desafiarnos.
Nos da miedo soñar en voz alta. Miedo a no cumplirlo. Miedo al juicio ajeno. Miedo a perder lo poco —o mucho— que ya tenemos. Pero, ¿qué pasaría si empezamos a ver el sueño como una brújula y no como una meta inalcanzable?
Soñar no tiene que ver con grandeza medida en cifras. Tiene que ver con autenticidad. Con tener claro qué te hace vibrar y empezar a dar pasos hacia allí, aunque sean pequeños, aunque den miedo, aunque nadie más lo entienda.
Y aquí es donde el entorno importa. Porque cuando las mujeres se rodean de otras mujeres que también se atreven a soñar, algo mágico ocurre: se contagia la esperanza. Se normaliza el crecimiento. Se vuelve más posible lo que antes parecía imposible. Por eso, las comunidades de emprendedoras, los círculos de apoyo o las mentorías no son un “extra”: son una necesidad si queremos sostener nuestros sueños.
Soñar también es una forma de resistencia frente a un sistema que nos quiere funcionales, pero no libres; ocupadas, pero no conscientes; productivas, pero no plenas. Y cada vez que una mujer se atreve a soñar con un negocio propio, con una vida distinta, con una crianza diferente o con una idea que rompa el molde, está moviendo el mundo un poquito hacia adelante.
Claro que los sueños, por sí solos, no bastan. Hay que aterrizarlos, ponerles estrategia, rodearlos de acción. Pero el primer paso —y el más valiente— sigue siendo soñar.
Por eso, si estás leyendo esto y hace tiempo no te das el permiso de imaginar algo diferente, te invito a hacerlo. A escribirlo. A compartirlo con alguien. A ponerle nombre. A creértelo, aunque te tiemble la voz.
Soñar también es un acto de rebeldía.
Y necesitamos más mujeres rebeldes.
Más mujeres soñadoras.
Más mujeres que se atrevan a ser la versión más auténtica de sí mismas.
Porque cuando una mujer se conecta con su sueño, se convierte en una fuerza imparable. Y eso, créeme, lo transforma todo.
María Paula Cárdenas - Directora Mompreneurs