OPINIÓN

Julieth Peraza Torres

Valledupar, el destino que el turismo aún no ha aprendido a mirar

En esta columna, una reflexión sobre el potencial cultural, patrimonial y creativo de Valledupar, una ciudad que sigue siendo invisible para el turismo nacional e internacional pese a su riqueza histórica, musical y natural, y sobre la necesidad de convertir la cultura en motor de desarrollo.
23 de diciembre de 2025, 6:35 p. m.

Como la luna que alumbra

Por la noche los caminos

Como las hojas al vientoComo el sol espanta al fríoComo la tierra a la lluviaComo el mar espera al ríoAsí espero tu regresoA la tierra del olvido

Carlos Vives

He vivido toda mi vida en Valledupar y, aun así, apenas ahora empiezo a conocerla. Caminé durante años por sus calles sin detenerme a escuchar el murmullo de sus árboles ni el saludo del río Guatapurí, que acaricia las piedras con un canto limpio y constante. Cuánto se nos escapa cuando vivimos de prisa y sin mirar.

Valledupar respira historia, pero la rutina suele volvernos ciegos a su belleza. Cada calle, cada rincón del Centro Histórico guarda memorias que esperan ser contadas. El vallenato, declarado Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad, nació aquí, en patios sencillos y corazones grandes. Sin embargo, seguimos sin dimensionar el valor de lo que somos.

Hace poco, Wade Davis —explorador de culturas y protagonista del documental El sendero de la anaconda— llegó a Valledupar tras recorrer la Sierra Nevada de Santa Marta. Se dejó cautivar por el encanto del Centro Histórico, se maravilló con el Guatapurí y soñó con un jardín botánico a lo largo de su ribera. Reconoció el valor simbólico de nuestros monumentos y de las casas coloniales. Antes de partir, dejó una frase que resonó como un eco profundo: “El turismo aún no ha descubierto a Valledupar”.

Tenía razón.

Valledupar no es solo la capital del vallenato. Aquí el sol nace con un color distinto sobre las montañas, las aves bailan con el viento y la brisa lleva el aroma del mango maduro mezclado con la risa de su gente. Es una ciudad que convierte lo cotidiano en arte y que guarda una identidad que no se repite en ningún otro lugar del país.

Desde la Fundación Cocha Molina llevamos años apostándole a un modelo cultural transformador. Hemos activado rutas educativas con sentido patrimonial e impulsado la plataforma Huellas del Maestro, a través de la cual más de 3.200 niños han aprendido música tradicional, incluso sin tener un acordeón en sus manos. Hemos propuesto una cátedra del vallenato, una campaña de posicionamiento turístico-cultural para la ciudad y una serie documental, Sueña en grande, que honra tanto a nuestros juglares como a las nuevas generaciones.

Pero nada verdaderamente grande se construye en soledad.

Estas iniciativas requieren más que pasión: necesitan acompañamiento institucional del Ministerio de Cultura, de la Alcaldía de Valledupar, de la Gobernación del Cesar y de todos los actores que creen en la cultura como motor de desarrollo. Preservar la identidad, fortalecer el tejido social y convertir el talento en oportunidad no es una causa individual, sino una responsabilidad colectiva.

Con frecuencia escucho, con un tono resignado, que “en Valledupar no hay industrias”, mientras veo cómo el talento joven se marcha en busca de oportunidades. Sin embargo, olvidamos que aquí existe una de las industrias más potentes y auténticas del país: la musical. El vallenato está vivo en cada acordeón, en cada compositor y en cada festival que une generaciones. Según cifras del primer trimestre de 2025, el sector de actividades artísticas, de entretenimiento y recreación creció un 15,5 % y aportó 0,6 puntos porcentuales al crecimiento del PIB nacional, que fue del 2,7 %. El vallenato, como eje de la economía creativa, no es solo tradición y memoria: es empleo, es turismo y es futuro.

Valledupar no necesita inventarse. Necesita que aprendamos a mirarla, a sentirla y, sobre todo, a creer en su enorme potencial. Porque esta ciudad es un poema que aún no ha sido terminado. Y quizá, por fin, estemos listos para escribirlo juntos.

Julieth Peraza Torres, gestora cultural, escritora y directora del Museo Cocha Molina.



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