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Así viví el apagón en España, por Salud Hernández-Mora
Por la radio conocimos que no era cierto que hubiese afectado a otras naciones, solo a la península ibérica y que el sabotaje quedaba descartado.

Era mediodía, tomaba un café con amigos y la luz se fue de repente. Creímos que solo sería en ese edificio. Por fortuna, yo tenía billetes porque en España casi nadie carga efectivo; todo, por baja que sea la cifra, lo pagan con tarjeta de crédito. En la calle vimos que no funcionaban los semáforos, que la gente estaba en las puertas de los comercios, de las cafeterías, todos apagados.
Enseguida se formaron unos trancones tremendos, pero ningún carro pitaba y frenaban a tiempo para dejar pasar, como si alguien regulara el tránsito. Los celulares dejaron enseguida de funcionar y la gente no sabía qué estaba ocurriendo.

Vimos a unos jóvenes con la radio del carro a todo volumen y la gente comenzó a arremolinarse en torno a ellos para saber qué diablos estaba pasando. “Apagón en toda España”, informaba un periodista. Otro comentó que también en Portugal, en el sur de Francia y en partes de Alemania. “¡Putin!, fue él”, comentó una señora de manera airada. Y varios asintieron con la cabeza.
Nos despedimos y solo me quedé con uno que viajaba ese mismo día a Lisboa en carro. “Creo que no tenemos gasolina suficiente”, dijo preocupado porque pasamos por dos bombas y las estaban cerrando. Sin energía, ninguna funciona.
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Me preguntó si yo tenía un radio y contesté que un pequeño transistor, y me ofrecí a prestarlo puesto que mi papá, de 98 años, tiene otro igual. Las emisoras radiales se volvieron el único medio para saber qué sucedía. Todo lo que tuviera que ver con redes o internet estaba fuera de juego.
Pasé por calles en silencio, restaurantes, comercios, bares, la inmensa mayoría cerrados, solo quedaban algunos agotando las existencias. “Mañana me paga”, escuché a un mesero decirle a un cliente llegado cuando aún podía pagar con tarjeta. También las oficinas se fueron vaciando porque sin internet ni celular, nadie podía seguir trabajando.

Nos enteramos de que el metro estaba cerrado, habían quedado miles atrapados en los trenes, las paradas de buses se veían abarrotadas y pensar en un carro con tanto trancón era de locos.
Lo impresionante es que nadie tocaba el claxon, nadie se peleaba, todos aceptaban que la situación era extraordinaria. Una vez más, como ocurrió en la dramática dana, la gente del común demostró que es muy superior a sus mediocres dirigentes.

Porque el socialista Pedro Sánchez solo apareció ante los medios cinco horas después del apagón. Y se notó su desconexión con la realidad al pedirle a la gente que solo hiciera las llamadas imprescindibles para no sobrecargar el sistema telefónico. Nos quedó claro que en el Palacio de la Moncloa nunca viven lo del ciudadano de la calle. Ellos sí tuvieron energía, conexión y celulares.
Al amigo que iba de viaje, que vive en un noveno piso, debía ayudarle con tres subidas a bajar el equipaje y arreglar otras cosas. En varios pisos tropezamos con personas de edad que ascendían a sus hogares por etapas. Y a una señora hubo que subirla más despacio aún, junto a su silla de ruedas.
Luego corrimos a ferreterías y grandes almacenes en busca de pilas y linternas. Ya quedaban pocas de todo y ningún transistor. Tuve que subir y bajar otras tres veces hasta el quinto piso por un sobrino con niños pequeños. Todo el mundo ayudaba, nadie ponía problemas.

Silencio
Entré en un almacén de cadena, Mercadona, que tenía energía propia, y vi carritos atiborrados de enlatados, comida preparada, agua mineral y papel higiénico. No encontré relación de esto último con el apagón.
Alguien comentó que habían suspendido el Open de Tenis de Madrid y supongo que otros campeonatos quedaron en veremos.

Por la radio conocimos que no era cierto que hubiese afectado a otras naciones, solo a la península ibérica y que el sabotaje quedaba descartado. Era información que procedía de otros países, el Gobierno español volvió a desaparecer. Sánchez anunció que hablaría a las 9:30 p. m., pero no compareció hasta las 11:00 p. m., cuando volvió la luz, para no decir nada sustancioso.
Una amiga, que vive en un barrio lejano de donde trabaja, demoró cuatro horas en llegar a su hogar. Los buses no avanzaban y al final le pareció mejor caminar con decenas de otros que iban en su dirección.

Cuando volvió la energía en un barrio lejano, oímos al fondo gritar de alegría, como cuando Iniesta metió el gol que nos dio el primer Campeonato del Mundo.
Porque no llegó de repente a todo el país por igual, ni siquiera a todos los barrios de las ciudades. Le fue mejor al norte porque Francia ayudó, y a Andalucía por la colaboración de Marruecos.
Aún desconocemos la razón del apagón, solo que quedó descartado el sabotaje. El martes, Sánchez señaló a las empresas privadas, como es la tónica en gobiernos de ultraizquierda. Hay todo tipo de teorías de diversos expertos. Lo único claro es que pocos creeremos lo que diga el Gobierno y esperaremos a la investigación de la Unión Europea y de expertos independientes. Europa necesita conocer la verdad para tomar medidas.
La responsable de la energía en el gobierno de Sánchez es una amiga de Zapatero, una mujer sin experiencia en el ramo que hace poco juraba que eso “jamás podía suceder en España”. Tenemos, había dicho, “el mejor sistema del mundo”.