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El colombiano que mejor conoció al papa Francisco revela detalles que pocos sabían
Desde Roma, monseñor Humberto Franco recordó sus memorias junto al pontífice en diálogo con Salud Hernández-Mora en SEMANA.

Durante más de una década, monseñor Humberto Franco ha trabajado silenciosamente en el Vaticano, en una oficina poco conocida para la mayoría de los fieles: la Comisión para América Latina. Fue allí, mucho antes de que Jorge Mario Bergoglio se convirtiera en el primer papa latinoamericano de la historia, donde nació una relación cercana y constante entre el sacerdote colombiano y quien luego sería el papa Francisco. Así lo contó en SEMANA en diálogo con Salud Hernández-Mora desde Roma.

Monseñor Franco es probablemente el colombiano que mejor conoció al pontífice argentino. No solo compartió con él reuniones y encuentros formales en el Vaticano, sino también episodios íntimos y emotivos que hoy, tras el fin del pontificado de Francisco, revelan una dimensión humana poco conocida del papa que marcó una nueva era para la Iglesia católica.
Su primer encuentro se remonta a 2007, cuando Bergoglio, entonces cardenal de Buenos Aires, se hospedaba en la Domus Internacional Pablo VI, el mismo lugar donde vive hoy monseñor Franco. La relación se fortaleció con el paso del tiempo, especialmente porque el futuro pontífice era miembro de la Comisión para América Latina. Aquellos años de trabajo compartido permitieron una cercanía que trascendió lo institucional.

Uno de los momentos más significativos ocurrió en 2008, cuando Franco llevó a su madre y a su hermana a una audiencia papal con Benedicto XVI en la plaza de San Pedro. Al salir del evento, se encontraron con el entonces cardenal Bergoglio, a quien presentó a su familia. Desde entonces, una amistad se tejió entre el cardenal argentino y la madre del sacerdote colombiano, Carlina. La conexión se mantuvo viva durante los años, marcada por gestos de afecto y detalles que, en palabras de Franco, solo pueden describirse como “regalos de Dios”.
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En 2014, con motivo del cumpleaños número 80 de su madre, monseñor Franco la llevó de nuevo a Roma. El papa Francisco celebró una misa especialmente dedicada a ella. Tres años después, cuando Carlina falleció, el pontífice le ofreció un homenaje en una eucaristía solemne por la Virgen de Guadalupe, celebrada en plena pandemia, con apenas cien personas presentes. “Me pidió que celebrara con él al lado, me dio un gran abrazo y me dijo: ‘Esta misa la voy a ofrecer por tu mamá’”, recuerda el sacerdote conmovido.
Más allá de estos gestos personales, monseñor Franco destaca las cualidades humanas que, según él, definieron el legado de Francisco: cercanía, memoria prodigiosa, ternura y un profundo sentido de comunión. “Era capaz de grabarse los nombres, los teléfonos, las fechas importantes, y llamar a las personas, aunque tuviera 50 mil cosas en la cabeza”, relata.

Pero el papa no solo comunicaba con palabras. “Cada gesto de él era un detalle de ternura, preocupación y amor”, asegura. Esa manera de estar presente para el otro, de romper las distancias jerárquicas y buscar el encuentro, fue para Franco la esencia del pontificado. “Nos invitó a una Iglesia que acoge, que busca al otro, que apoya y genera cercanía”, afirma en SEMANA con Salud Hernández-Mora.
Franco cree que uno de los mayores aportes del papa Francisco fue precisamente ese llamado a abandonar la indiferencia. A su juicio, muchas de las crisis sociales actuales tienen raíz en la falta de empatía. “Vivimos distantes del dolor y de las necesidades de la gente, y por eso no creemos que existan. El papa nos pidió acercarnos, conocer los problemas para poder darles una solución”, aseguró desde Roma.
De su pontificado, dice, quedan tres grandes lecciones: alegría, misericordia y esperanza. “El mundo necesita consuelo”, repite, convencido de que el Espíritu Santo seguirá guiando a la Iglesia en esa dirección. Para él, el sucesor de Francisco no debe ser una copia, sino un nuevo rostro con su propia historia, llamado a continuar una misión eterna: la construcción de un mundo más humano y justo.

Monseñor Franco también reivindica el rol decisivo que jugaron los pontífices anteriores en la consolidación del liderazgo de Francisco. Recuerda cómo Benedicto XVI, pese a su renuncia, facilitó la llegada de su sucesor. “Sin Ratzinger no se podría entender a Juan Pablo II ni tampoco a Francisco”, sentencia. Y añade que la continuidad en la Iglesia es una de sus fortalezas: “La Iglesia no improvisa. Siempre promueve la dignidad humana, sin importar quién esté al frente”.
Al despedir a Francisco, monseñor Franco no oculta su gratitud. Para él, fue “un regalo de Dios” haberlo conocido de cerca. Y con voz serena, como quien atesora una confidencia sagrada, deja una última imagen grabada en la memoria: el santo padre abrazando a un hijo que acaba de perder a su madre, en el altar mayor de la cristiandad.