ESTADOS UNIDOS
La tormenta perfecta: Estados Unidos, entre el estallido social y la pandemia
El estallido social a causa del racismo y la brutalidad policial se sumó a la emergencia del coronavirus, a las cifras históricas de desempleo y al peor presidente de la historia. ¿Colapsará el país en manos de Trump?
Las escenas en las calles de Nueva York, Washington, Los Ángeles y más de 100 ciudades recordaron los momentos más álgidos de la lucha por los derechos civiles en los años sesenta. La muerte de George Floyd, un afroamericano que falleció en Minneapolis el 25 de mayo cuando un policía lo asfixió con la rodilla durante casi nueve minutos, desató las protestas y disturbios más grandes desde la muerte de Martin Luther King, en 1968. Pero ahora, el estallido social irrumpe en medio de la emergencia de salud desatada por el coronavirus, que en ese país acaba de superar los 100.000 muertos. A esto se suma la crisis de desempleo nacional, que ha alcanzado cotas históricas. Todos los ingredientes convergen en una nación dividida y con Donald Trump en el timón, el peor presidente que podría tener el país en estas circunstancias.
La situación hizo pensar que en más de 50 años nada ha cambiado. La muerte de Floyd, hecha viral en las redes gracias a que varios testigos la grabaron con sus celulares, catalizó un descontento social acumulado durante décadas. Otros abusos de la policía contra afroamericanos, como la paliza contra Rodney King en Los Ángeles en 1991, despertaron multitudinarias protestas en los últimos años. Pero ninguna reacción se compara con la que generó el asesinato de Floyd. Las protestas han dejado casi 5.000 detenidos y al menos siete muertos, y en algunos lugares terminaron en grandes disturbios e incluso saqueos.
En todos y cada uno de los 50 estados hubo movilizaciones. Ni siquiera el temor de que las multitudes generen nuevos brotes de covid-19 han impedido que miles se concentren para expresar su descontento con el abuso policial, el racismo y la respuesta de Trump ante las protestas. Incluso, las palabras del presidente en Twitter para calificar de “matones” a quienes salieron a las calles el sábado despertaron en muchos la sensación de que el país seguiría igual si esta vez no se hacían sentir.
Las manifestaciones no hicieron más que crecer mientras Trump exigía mano dura a los gobernadores y alcaldes. El lunes, las protestas se tornaron violentas en Nueva York, con múltiples desmanes y saqueos, y obligaron a declarar un toque de queda, el primero en casi 80 años. En Washington, ya entrada la noche, las multitudes llegaron a Lafayette Square, al frente de la Casa Blanca. Ante el temor de que la situación se desbordara, la Guardia Nacional rodeó el edificio, y según The New York Times, Trump permaneció escondido junto con la primera dama, Melania Trump, en un búnker subterráneo durante casi una hora.
El procurador general de Minnesota, Keith Ellison, cedió ante la presión popular, que rechazaba la débil acusación inicial, y endureció los cargos contra Derek Chauvin, el oficial que asesinó a Floyd.
Al día siguiente, el presidente anunció una medida propia de un autócrata. Dijo que ejecutaría una norma de 1807 que permite usar el Ejército para reprimir una “insurrección”. El insólito anuncio produjo un efecto desconcertante cuando el secretario de Defensa, Mark Esper, salió a desautorizar al presidente al manifestar que “la opción de usar el Ejército en un rol de defensa de la ley debe ser usado solo como un último recurso, y solo en las situaciones más urgentes y trágicas. No estamos en ninguno de esos escenarios actualmente, por lo cual no apoyo invocar esa ley”. Que Esper hubiera podido hacer esas declaraciones sin salir de inmediato despedido del gabinete indicó el nivel de desajuste del Gobierno.
Al hacer su anuncio, Trump culminó una serie de declaraciones encaminadas más a dividir al país que a unirlo, como se esperaría de un presidente en estas circunstancias. Su insensibilidad hizo pensar a muchos que a Trump le importa más hacerse reelegir a toda costa en noviembre que el destino de su país. Mientras decía rechazar la violencia policial, no dejaba de amenazar con reprimir las protestas usando la fuerza. Esa actitud resonó en las minorías étnicas, que tienen marcadas las incontables ocasiones en las que el magnate se ha referido a ellas de modo despectivo y racista.
Como le dijo a SEMANA Samantha Vinograd, analista de seguridad nacional de Foreign Policy y CNN, “durante los eventos desarrollados desde el asesinato de George Floyd, el presidente ha seguido mostrando sus verdaderos colores, usando este momento para dividir. No instruye a su equipo para que frene la brutalidad policial y el racismo sistémico que aún prevalece en los Estados Unidos, y en cambio ataca a sus opositores políticos, periodistas y manifestantes pacíficos”. Según la experta, Trump “continúa abusando de los derechos humanos y de su poder”. Vinograd, exasesora del Consejo de Seguridad Nacional durante la presidencia de Barack Obama, asegura: “Trabajé en instituciones públicas y diseñé sanciones internacionales, ya que el Gobierno de Estados Unidos a menudo lideró los esfuerzos para responsabilizar a los gobiernos extranjeros de dañar a su propia gente. Ahora está sucediendo aquí”.
El miércoles, el procurador general de Minnesota, Keith Ellison, cedió ante la presión popular, que rechazaba la débil acusación inicial, y anunció que endurecerá los cargos contra Derek Chauvin, el oficial que asesinó a Floyd, e incluyó como cómplices a los policías que no hicieron nada para evitarlo. Pero a pesar de que reciban una condena ejemplar, los observadores coinciden en que esto no será suficiente para calmar a los manifestantes.
Virus y desempleo
El inesperado estallido social en Estados Unidos dejó en un segundo plano la crisis del coronavirus, que ya tenía paralizado a medio país. Casi dos millones de personas se han contagiado con el virus y más de 100.000 murieron, con lo que la cifra superó de largo las estimaciones de Trump, quien se ha dedicado desde el comienzo a entregar mensajes ambiguos sobre la enfermedad y hasta a recomendar curas milagrosas pero en realidad letales, como ingerir un detergente. Los modelos para pronosticar el impacto del virus ya calculan que al finalizar julio aquel país alcanzará las 150.000 muertes.
Desde abril, Estados Unidos asumió el foco mundial de la pandemia, y la obstinación de muchos, entre ellos Trump, por mantener abierta la economía a pesar de la enfermedad ha evitado que la curva de contagios deje de subir. Sin embargo, una encuesta reciente realizada por el Pew Research Center encontró que alrededor del 70 por ciento de los norteamericanos están preocupados de que los estados estén reabriendo demasiado pronto.
Las manifestaciones sumieron en un caos al país mientras Trump exigía mano dura a los gobernadores y alcaldes. Preocupa que las multitudinarias movilizaciones seguramente sean un nuevo foco de contagio de covid-19.
Las protestas han traído una nueva preocupación sobre el virus. Las movilizaciones seguramente han sido un nuevo foco de contagio, por lo que en las próximas semanas el país podría sufrir un nuevo pico de casos. Además, la tasa de mortalidad de pacientes con el virus es dos veces más alta entre afroamericanos y latinos, una situación asociada con la vulnerabilidad de estas minorías y su dificultad para acceder al sistema de salud.
Las protestas también llegaron en plena crisis de desempleo. La semana pasada, alrededor de 2,1 millones de estadounidenses pidieron al Estado un subsidio por la pérdida de su trabajo, sumando ya 40 millones que utilizan este recurso desde que empezó la pandemia.
La tasa de desempleo, que estaba en 3,6 por ciento, se multiplicó hasta llegar casi al 20 por ciento. Lo preocupante es que el millonario desembolso para el apoyo a los desempleados terminará en julio, por lo que la crisis laboral se extenderá, seguramente, hasta noviembre, cuando están previstas las elecciones presidenciales. Para Trump, que había visto llegar los índices de desempleo a mínimos históricos, en parte por la reducción de impuestos a las empresas, significa un revés dramático en su única carta de presentación, la economía. Además, los expertos coinciden en que el estallido social podría golpear aún más al sector por cuenta de los saqueos y la incertidumbre generada por las movilizaciones.
Todos contra Trump
Cada vez más norteamericanos desaprueban los manejos de Trump durante la actual tormenta. El presidente, al día siguiente de la noche en que se refugió en el búnker, hizo dispersar a punta de gases una manifestación ostensiblemente pacífica en Lafayette Square para tomarse una foto en la iglesia de los presidentes, como para demostrar control. Pero lejos de producir un efecto positivo, causó repudio nacional, incluso del sector religioso. Joe Biden, su virtual rival demócrata en noviembre, señaló que “cuando el presidente ordena desalojar a manifestantes pacíficos en la entrada de la casa del pueblo, la Casa Blanca, con gases lacrimógenos y granadas de estruendo, tenemos derecho a pensar que el presidente está más preocupado por el poder que por los principios”.
Al día siguiente de la noche en que se refugió en el búnker, Trump hizo dispersar a punta de gases una manifestación ostensiblemente pacífica en Lafayette Square para tomarse una foto en la iglesia de los presidentes.
Incluso varios senadores republicanos no han escondido su rechazo a los modos de Trump. El senador por Nebraska, Ben Sasse, comentó: “Estoy en contra de despejar una protesta pacífica por una sesión de fotos que trata la palabra de Dios como apoyo político”. Los senadores republicanos Tim Scott, por Carolina del Norte, y el único negro de este partido en el Senado; Susan Collins, representante por Maine; y James Lankford, por Oklahoma, también expresaron duras críticas contra el presidente. Incluso, el expresidente republicano George W. Bush llamó a continuar las protestas y se expresó “angustiado por la brutal asfixia de George Floyd y perturbado por la injusticia y el miedo que asfixian a nuestro país”.
Sin embargo, el mandatario parece vivir en otro mundo. En Twitter, aseguró: “He hecho más por los afroamericanos que ningún otro presidente en la historia de Estados Unidos, con la posible excepción de otro presidente republicano, el difunto y gran Abraham Lincoln”.
El lunes, el expresidente Barack Obama escribió, en un ensayo publicado en la red social Medium, que “eventualmente, las aspiraciones tienen que traducirse en leyes específicas, prácticas institucionales y en una democracia. Eso solo sucede cuando elegimos funcionarios gubernamentales que respondan a nuestras demandas. Las oleadas de protestas por todo el país representan una frustración genuina y legítima por un fracaso de décadas en reformar las prácticas policiales y el sistema de justicia penal más amplio en Estados Unidos”.
Y el mundo observa
Mientras tanto, el mundo ve sorprendido cómo la influencia, el soft power de Estados Unidos, se desvanece rápidamente. No lo hizo con sus constantes ataques a la comunidad europea, en teoría su aliado más cercano, ni con las crispaciones con Asia y Oriente Medio. Fue suficiente el penoso manejo que Trump le ha dado al estallido social, añadido a la nula empatía que ha mostrado para proteger a los estadounidenses durante la pandemia. Por ello, pocos creen ya en que Estados Unidos tenga autoridad moral para señalar qué está bien y qué no en materia internacional. ¿Con qué cara puede Trump señalar a China de atentar contra las libertades en Hong Kong cuando invita a los gobernadores de su país a “dominar” a los manifestantes para no parecer unos “idiotas”?
El mundo, y en especial la comunidad europea, aún espera que Trump recapacite. Buena parte de la prosperidad de Occidente y de la legitimidad de los sistemas democráticos en el mundo dependen del control de Estados Unidos. Pero ante una reelección de Trump, los aliados ya piensan en virar en otra dirección para proteger la imagen de sus propias democracias.
La crisis toma a Estados Unidos con el peor presidente posible al mando. Incluso, el grave tropiezo de sus instituciones ofrece una oportunidad a los enemigos de la democracia, como el Gobierno chino de Xi Jinping, de demostrar que el modelo occidental no funciona porque reposa sobre cimientos de hipocresía y falsedad.
La llegada al poder de Trump, hace tres años y medio, hizo pensar al mundo que la hegemonía norteamericana entraría en un período de prueba. Hoy los pronósticos parecen hacerse realidad, mientras el magnate no deja de sorprender al mundo con una incompetencia que, según todos los indicios, carece de límites.
Ser negro en Estados Unidos
La muerte de George Floyd es apenas la cara más visible del problema que enfrentan los afrodescendientes en Estados Unidos, víctimas de racismo y abuso policial.
La muerte de Floyd catalizó un descontento social acumulado durante décadas.
La disparidad del trato que el sistema policial y penal en Estados Unidos les da a negros y blancos es una de las mayores muestras del racismo sistemático en aquel país. Mientras los delitos y encarcelamientos cometidos por blancos se encuentran en un margen tolerable, las cifras en la comunidad afroamericana son alarmantes. En 2015, The Washington Post creó una base de datos de las muertes causadas por la policía con arma de fuego. En total, registró 4.787 víctimas, de las que 1.257 eran negras y 2.416 blancas. Sin embargo, más del 60 por ciento del total de población estadounidense es blanca, mientras los negros solo alcanzan el 12 por ciento. Por eso, estadísticamente, los negros mueren a manos de la policía en una tasa superior al doble que la población blanca.
Disparos y asfixia, principales causas de muerte de los afrodescendientes. El Departamento de Policía de Minneapolis permite comprimir el cuello de un detenido usando la rodilla o un brazo, siempre que la persona tenga comportamiento agresivo y pueda representar un peligro para el oficial. Considera la maniobra no letal.
Disparidad racial en las cárceles. Los afroamericanos están encarcelados en una tasa de 5 a 1 frente a los blancos, según un informe de The Sentencing Project, realizado en 2016.
Oklahoma, el peor estado. Al menos 1 de cada 15 hombres negros mayores de 18 años está en prisión en esa parte del país. Desde 2001 el Gobierno no hace un recuento oficial de la población carcelaria por raza. En ese entonces, 2.166.000 reclusos eran negros, 2.203.000 blancos y 997.000 hispanos. El mismo reporte afirmaba que 22 por ciento de los hombres negros, entre 35 y 44 años, habían pasado por una prisión estatal, frente a 3,5 por ciento de los blancos.
Jóvenes presos. Según la Fundación MacArthur, los adolescentes negros constituyen aproximadamente un tercio de la población de esa franja en Estados Unidos, y dos tercios de los jóvenes encarcelados. En 2019, Human Rights Watch afirmó que 37 de los 50 estados del país tienen tasas más altas de encarcelamiento para los niños afroamericanos que para los anglosajones.