RUSIA
Cómo Vladímir Putin allanó el camino para ser presidente hasta 2036
El referendo nacional aprobó las reformas que le permitirán al presidente ruso permanecer en el poder hasta 2036, más tiempo que el propio Stalin. ¿Tiene algún límite?
Con la mirada en 2023, cuando terminará su segundo mandato consecutivo y, con ello, el final de su presidencia, Vladímir Putin llevaba tiempo fraguando la manera de quedarse en el Kremlin. Para hacerlo, puso en marcha una reforma constitucional, votada esta semana por referendo, que le permitiría gobernar por dos periodos más. Y a pesar de que su popularidad ha ido a la baja, los resultados eran de esperarse. Incluso en plena votación ya vendían en las calles la nueva carta política.
Los rusos aprobaron la reforma en forma apabullante, a pesar de que el gobernante atraviesa su peor momento de popularidad. Putin logró su cometido con una combinación de estrategias, como obligar a los empleados públicos a votar por el sí y una avalancha de publicidad favorable mientras acallaba las voces disidentes. De hecho, el ‘articulito’ de su reelección aparecía al final del texto, oculto detrás de toda clase de reformas populares y hasta populistas, como la indexación de las pensiones, la presencia de Dios en la Constitución y el reconocimiento exclusivo del matrimonio entre hombre y mujer. Ahora, el nuevo zar tiene el camino libre para seguir hasta 2036 al mando del país más extenso del mundo, con un poder prácticamente ilimitado.
El referendo nacional aprobó las reformas que le permitirán al presidente ruso permanecer en el Kremlin (foto) hasta 2036, más tiempo que el propio Stalin.
Putin llegó a la presidencia el 31 de diciembre de 1999 tras la turbulenta etapa de Boris Yeltsin, el primer mandatario luego de la disolución de la Unión Soviética en 1991. El país se encontraba en shock, en busca de identidad y bajo la mirada paternalista de Estados Unidos, que le dictaba cátedra de democracia y capitalismo mientras la gente se moría de hambre en las calles. Putin, ex agente secreto del KGB, la policía política del régimen comunista, dirigía el Servicio Federal de Seguridad (FSB, por su sigla en ruso, sucesor del KGB), cuando Yeltsin lo nombró primer ministro, la antesala del poder.
Con su llegada, para varios fraguada por el propio FSB, Putin se propuso devolverle a su país el estatus de superpotencia. Beneficiado por el repunte del petróleo tras la recesión de los años noventa, fortaleció a las decadentes Fuerzas Armadas a la vez que instauró un plan de gobierno más cercano al autoritarismo que a la democracia. Como señala la periodista Catherine Belton en su libro La gente de Putin: “Cuando llegó al poder, lo hizo diciendo que no era más que un gerente contratado. Pero luego se convirtió en el accionista que controla toda Rusia”.
Putin lanzó su renovado Ejército contra los separatistas de Chechenia, que ya lo habían humillado en la era de Yeltsin, y logró su cometido de instalar en esa república un gobierno afecto a Moscú. También monopolizó sectores como el petrolero y el energético en aras de fortalecer su proyecto a toda costa. A punta de amenazas y confiscaciones le quitó poder al sector oligárquico, que había florecido en las ruinas del comunismo durante la presidencia de Yeltsin. Todo ello le garantizó una popularidad sin límites entre un electorado que había perdido las esperanzas.
Pero ya tenía su lado oscuro. Como escribe Victoria Nuland, exportavoz del Departamento de Estado norteamericano, en Foreign Affairs, “Los métodos de Putin para restablecer el control se volvieron cada vez más soviéticos durante su primera década en el poder: el cierre de periódicos y estaciones de televisión de la oposición; encarcelamiento, exilio y asesinato de rivales políticos y económicos; y el restablecimiento del dominio de un solo partido en el Parlamento y los Gobiernos regionales”. La analista agrega que, desde la llegada de Putin, “Los rusos han cedido cada vez más sus derechos: libertad de expresión, pluralismo político, justicia judicial y apertura económica, a cambio de la estabilidad de un Estado fuerte, un retorno del crecimiento económico impulsado por el petróleo y la mejora de la prosperidad de la clase media”.
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Poco importan las dudas acerca de la legitimidad del referendo, que se extendió durante una semana y usó métodos dudosos, como la impresión de listas de votantes y el desplazamiento excesivo de votos por cuenta de las medidas por el coronavirus.
En 2008, cuando terminó su segundo periodo consecutivo, puso a su gran amigo Dmitri Medvédev en el cargo, pero se mantuvo en el gabinete como primer ministro. Durante los cuatro años de Medvédev, Putin manejó los hilos del país en la sombra, y habría aprovechado para mover una de las fichas clave para eternizar más adelante su permanencia en el Kremlin. Recién llegó a la presidencia, Medvédev realizó varias enmiendas a la Constitución, entre ellas una para aumentar el mandato presidencial de cuatro a seis años. Y en 2012, con su popularidad intacta, Putin regresó para comenzar su tercer periodo presidencial.
Consolidado su poder en casa, comenzó a proyectar su influencia fuera de sus fronteras, casi siempre con métodos non sanctos. Nuland apunta que “Putin nunca adoptará el enfoque de ‘vivir y dejar vivir’ a las antiguas tierras soviéticas y Estados satélites. En cambio, aprovechó prácticamente todas las luchas democráticas de los últimos 20 años, como el exitoso impulso de Kosovo por la independencia en 2008, las protestas que desencadenaron la guerra civil siria en 2011, las protestas de la plaza Bolotnaya en Moscú en 2011 y 2012 o el levantamiento de Maidán en Ucrania en 2014 para alimentar la percepción de que enemigos externos amenazan los legítimos intereses rusos”. La experta agrega que, debido a la popularidad de las conquistas de Rusia en Ucrania y Siria, “El apetito geopolítico de Putin creció hasta creer que los Estados democráticos son débiles, y que Rusia puede corroer sus sistemas políticos y su cohesión social desde dentro”.
Moscú se convirtió en el enemigo número uno de las democracias liberales de Occidente. Ya lo demostró en las elecciones de Estados Unidos en 2016, cuando prácticamente puso a Donald Trump y con el soterrado apoyo al brexit en Reino Unido. La FSB, que, según Belton, tiene 800.000 millones de dólares “acumulados en cuentas bancarias ‘offshore’”, habría influido en el resultado por medio de hackers.
El nuevo zar tiene el camino libre para seguir hasta 2036 al mando del país más extenso del mundo y con un poder prácticamente ilimitado. The Washington Post asegura que el Departamento Central de Inteligencia ruso le habría ofrecido dinero a los talibanes por cada soldado muerto de Estados Unidos y la Otan en Afganistán.
Una reciente investigación de The Washington Post asegura que la influencia rusa ha llegado peligrosamente al terreno de la guerra. El medio asevera que el Departamento Central de Inteligencia ruso le habría ofrecido dinero a los talibanes por cada soldado muerto de Estados Unidos y la Otan en Afganistán. Por supuesto, el Kremlin ha desmentido el asunto. El ministro de Asuntos Exteriores, Serguéi Lavrov, aseguró que “este simple rumor muestra claramente la escasa inteligencia de los servicios secretos estadounidenses que han inventado esta tontería sin sentido, en lugar de idear algo más plausible”.
Pero que Trump haya pasado de agache en este tema demuestra la influencia que Putin ejerce sobre el magnate. Aunque había serios indicios, la Casa Blanca asegura que los servicios de inteligencia norteamericanos nunca le entregaron la información a Trump, según ellos, porque había inconsistencias. Pero quedó en claro que, aún conociéndola, el magnate prefirió ignorarla por la extraña relación que sostiene con su homónimo ruso. Joe Biden, virtual rival demócrata en las elecciones de noviembre, escribió en Twitter que, al desconocer los dineros ofrecidos desde Moscú a los talibanes, “Trump sigue rindiendo un vergonzoso homenaje a Vladímir Putin”.
En todo caso, el terreno está allanado para que Putin siga con su plan durante muchos años más. De renovar su mandato en 2023, podría mantenerse en el poder durante un total de 36 años, incluso más que el tiempo que Iósif Stalin estuvo al frente de la Unión Soviética. Poco importan las dudas acerca de la legitimidad del referendo, que se extendió durante una semana y usó métodos dudosos, como la impresión de listas de votantes y el desplazamiento excesivo de votos por cuenta de las medidas por el coronavirus. Todo indica que habrá Putin para rato.