Paz y democracia
Tres Corinas, una democracia: la crónica del expresidente Iván Duque, desde Oslo, de la entrega del Nobel de Paz a María Corina Machado
El expresidente Iván Duque Márquez presenta, desde Oslo, la crónica de la emocionante entrega del Premio Nobel a María Corina Machado, su heroica llegada y la herida mortal que esta jornada representó para Nicolás Maduro.
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El pasado 10 de diciembre, el Ayuntamiento de Oslo estaba preparado para una jornada histórica de la geopolítica. Esta imponente y austera edificación inaugurada en 1950 se dispuso, como ocurre cada año, para ser el epicentro de la entrega del Premio Nobel de la Paz.
A diferencia de otras veces, cuando el galardón luce la cruz de las controversias, de las intrigas y de los méritos escasos, esta vez se fundamenta en el merecimiento que, según los ‘nobelólogos’, subyace en los entregados a Martin Luther King, a Nelson Mandela o a Lech Walesa.
Mientras llegamos al Ayuntamiento, entre los invitados de todos los confines, en especial los de Latinoamérica, crecían las apuestas sobre si aparecería la galardonada de este año, la venezolana María Corina Machado, después de superar toda suerte de obstáculos para proferir un discurso en honor al pueblo lacerado de Venezuela.

Un discurso enmarcado en la majestad de un premio que, a diferencia de otros galardones con el nombre de su inventor, el sueco Alfred Nobel, lo entrega el Comité Noruego, conformado por cinco jueces designados por el Parlamento del país nórdico.
La expectativa por María Corina nos mantuvo temerosos, porque se sabe de lo que es capaz el narcorrégimen de su país, aunque sabemos también que ella es una mujer valiente, una fiel representante del bravo pueblo de Venezuela. Dadas las circunstancias, María Corina no iba a asistir a la ceremonia y en su reemplazo lo haría su hija, Ana Corina Sosa Machado, encargada, entonces, de pronunciar uno de los discursos más esperados por los pueblos latinoamericanos.
Esta novedad pausó nuestras ilusiones solo por unas horas, porque revivieron con la presencia de su hija, heredera de un carisma arrollador, de un optimismo contagioso y dueña de una elocuencia siempre sincera. La oradora designada generó tal entusiasmo que más bien agigantó el brillo de su madre en la blanca ciudad de Oslo, delante de un público que sabía que esta no sería una ceremonia para satisfacer vanidades, sino la entrega del máximo premio por la libertad.
Sonaron las trompetas heraldo anunciando el inicio de la ceremonia. La Corina que esperaba ansiosa a su madre, tras años sin abrazarla, entró al salón junto a la familia real de Noruega para encarnar la voz luchadora y valiente de todos los latinoamericanos que no perdimos la esperanza de ver a María Corina en Oslo, la capital de la paz, con la misma convicción de que caerá, sí o sí, el narcorrégimen de Venezuela.

Al empezar el acto, entraron en el escenario dos artistas. El estadounidense Curtis Crump Jr., que tomó el asiento del piano, y el venezolano Danny Ocean, exitoso y talentoso cantante nacido en 1992, el mismo año en el que Hugo Chávez intentó tomarse el poder en Venezuela. Danny empuñó el micrófono y le dio vida a una interpretación emotiva y patriótica de la canción Alma llanera, que es en sí misma un detonante de la venezolanidad, capaz de cautivar las emociones de los asistentes y de millones de sus compatriotas que luchan por la libertad. La forma en la que él cantó esta versión noble y original, muy apropiada para la ocasión, derritió hasta la nieve de Noruega.
Aplausos, lágrimas y ensoñaciones acompañaron la interpretación musical de principio a fin. La maestra de ceremonias presentó el punto siguiente en el orden de la jornada, las palabras del presidente del Comité Noruego del Premio Nobel de la Paz, Jørgen Watne Frydnes. Aunque muchos estaban a la espera de una intervención protocolaria de palabras políticamente correctas en cumplimiento de las formas tradicionales, los asistentes fuimos sorprendidos desde la primera frase. Frydnes, el presidente más joven que ha tenido el Comité y que a sus 41 años pronunció su segundo discurso en la ceremonia del Nobel de la Paz, fustigó en cada frase al régimen de Maduro: “Debe terminar ya”, en tanto que la causa emprendida por María Corina y el pueblo de Venezuela debe seguir “hasta el final”. Es decir, patria, libertad y vida.
Sus palabras reverdecieron la esperanza y acentuaron con firmeza el mensaje de que luchar por la democracia es en sí mismo un propósito para conseguir la paz. Desnudó a Maduro, que ya ni siquiera tiene vergüenzas que ocultar, y lo espetó por su juego canalla de entablar diálogos orientados a perpetuarse en el poder. Y reivindicó la voz aguerrida, luchadora y valiente de María Corina, la misma que es la causa de un pueblo que no puede rendirse; urgido de una comunidad internacional con determinación y contundencia. Fryden, en palabras breves pero certeras, derrotó una y otra vez a Maduro y respaldó la causa de la democracia y la libertad en Venezuela.
La ovación y la admiración creada por Fryden envolvió en un sonido de gloria la entrega de la medalla y del diploma a Ana Corina en nombre de su madre. La joven líder de 34 años, que corea con la misma fuerza el mensaje de su madre, indicó que leería su discurso. No hay duda de que ambas son una sola voz retumbando en el mundo, empezando por las madrigueras donde se ocultan Nicolás Maduro y Diosdado Cabello.

Cada frase y cada mensaje son un monumento de lucha y demuestran que este premio es el de la justicia y la libertad para restablecer la democracia. Se trata, entonces, de un tiempo diferente al que estamos acostumbrados los latinoamericanos cuando nos dan este galardón. De modo que el de esta vez no es uno circunstancial, ni una satisfacción de caprichos vanidosos mimetizados en la “paz” por el bien de unos cuantos. Es el instrumento legítimo del pueblo venezolano para reclamarle al mundo su solidaridad y su deber de no ser tolerante con la dictadura.
Ana Corina fue ovacionada. Su don de gentes y su brío indomable tendían un lazo de pocos metros con el de doña Corina Parisca de Machado, presente en la ceremonia y madre de María Corina. Veremos cómo en cuestión de semanas las bebés de nuestros países se bautizarán Corina, en nombre de la libertad.
La Corina que le dio la vida a la galardonada y que, junto con su padre, el empresario y dirigente gremial Henrique Machado, la dotó con la motivación y la fuerza que la mantiene activa y vigorosa. Y su nieta, ahora aplaudida por millones, le dijo al mundo que la guerrera de la democracia llegaría en pocas horas.
María Corina aterrizó en Oslo en la madrugada. A pesar de su odisea irrepetible, salió al balcón del Grand Hotel y su saludo espantó el frío gélido en torno de los miles de venezolanos que la esperaron por horas. Sus palabras, como siempre llenas de poder, sentenciaron que se acerca el final de la dictadura y que la unidad de propósito debe tener más fuerza que nunca.
Madre, hija y nieta, unidas por una causa, por sus angustias y ausencias, nunca destruidas y jamás derrotadas, muestran la cara real y humana de tantas familias que quieren la victoria de la paz a partir de la democracia, y que hoy, gracias a María Corina Machado y todos los héroes que la han acompañado en su gesta, ha sido reconocida por la comunidad internacional con el Premio Nobel.



