Documento
Así financió el cartel de Cali a Ernesto Samper: SEMANA publica en exclusiva un fragmento del libro del excapo Gilberto Rodríguez Orejuela
SEMANA revela en exclusiva un fragmento del libro escrito por el excapo Gilberto Rodríguez Orejuela desde su prisión en Estados Unidos antes de fallecer.
Te ofrezco disculpas por esta carta, que después de releerla veo que está un poco desordenada. Pero entenderás el ambiente que se vive en esta jaula de locos, con aire acondicionado, donde los afrodescendientes hablan a los gritos, cuanto más cerca está el uno del otro, más gritan.
Gilberto hace una pausa y sonríe levemente, como recordando la felicidad pasajera de un momento feliz. Luego hace una mueca y suelta un chasquido. Su pensamiento inicia nuevamente el extenso recorrido por la memoria.
Estábamos menguados, pero aún no derrotados. Ya era un hecho la candidatura de Ernesto Samper a la presidencia de la República. Antes de su renuncia a la Embajada de España, Miguel decidió enviar una persona de su entera confianza para que, junto con Alberto Giraldo y Eduardo Mestre, se reunieran con él, en mayo de 1993, en el icónico “café de los espejos” de Madrid. La idea era darle a conocer nuestro deseo de apoyarlo en su aspiración presidencial. De paso, quisimos entregarle un aporte inicial de diez mil dólares para que iniciara su rol de precandidato, cosa que agradeció, pero no recibió. En todo caso se le ratificó que la gente de Cali quería patrocinar su campaña.
Este ofrecimiento no solo se le hizo a él, también se le hizo a Andrés Pastrana; en una cena que se llevó a cabo para recoger fondos, se compraron boletas para que Alberto Giraldo, la esposa y Darío Hoyos, con un grupo de “amigos”, asistieran y le dieran a conocer a Pastrana Arango nuestro interés de apoyarlo. Igualmente, dijo que no, que agradecía y que tenía claro que esta contienda política la ganaba.
Lo más leído
A los pocos días, cuando ya había pasado la primera vuelta, Alberto Giraldo comentó que Álvaro Pava lo abordó para decirle que si recordaba el ofrecimiento de la ayuda financiera, que tenían interés. Miguel habló inicialmente, le ofreció quinientos millones de pesos, pero Álvaro Pava le dijo que era muy poco y que aspiraba a que se le diera la misma cantidad que le habían dado a Ernesto Samper.
En la primera vuelta, el margen con el que ganó Samper fue apretado, apenas unos veinte mil votos. Ese resultado no le garantizaba un triunfo y menos le daba tranquilidad para la segunda vuelta. Es en ese momento cuando los de Cali, como nos llamaban, nos convertimos en un factor económico importante para salvar una presidencia.
Llegaron noticias, por intermedio de Alberto Giraldo y Eduardo Mestre, que, de manera insistente, nos ubicaron y nos dijeron: “Es muy importante tener una reunión urgente, debemos viajar a Cali para hablar personalmente con ustedes”. Les pusimos tiquetes y estadía en el Hotel Intercontinental. Los atendimos en una cena y allí en ese espacio manifestaron que habían sido enviados por Samper dados los resultados tan apretados que se tenían para atender la segunda vuelta, y que aceptaba la ayuda ofrecida.
Les preguntamos cuánto requerían y nos hablaron de cinco mil millones de pesos. Se les hizo saber que era una cifra muy fuerte, que siempre habíamos apoyado políticos, pero no con cifras tan altas, que además tampoco habíamos pedido nada a cambio y que tendrían que esperar al siguiente día para consultar con Chepe Santacruz y Pacho Herrera, para saber si ellos le apostaban a esta inversión.
Al día siguiente, se dio la reunión entre los cuatro y allí comenté toda la conversación. Ellos manifestaron su buena disposición para apoyar, pero llegó la pregunta que era obvia: ¿qué ganan?, ¿qué contraprestación tendrán?
—Gilberto, si ponemos presidente y no pasa nada, olvídelo —dijo José—, usted por amor al partido, por su pasión por la política, entrega hasta los pantalones y nunca ha pedido nada. ¡Esta vez no! Llegó el momento de pedir y más con la situación que estamos viviendo.
Ese mismo día nos reunimos con Alberto Giraldo y Eduardo Mestre, quienes llamaron a las directivas de la campaña para seguir en el diálogo y hablarles de la contraprestación que nosotros esperábamos. Desde allá mandaron una razón: lo que ofrecían era comprometerse en darnos una cárcel digna y un proceso ajustado a la ley; que más no podían, que comprendiéramos la situación del país frente al narcotráfico y la presión que ejercía el Gobierno de Estados Unidos, que era muy difícil.
Esa respuesta significó una aceptación de apoyo por nuestra parte. Agregamos que teníamos la capacidad de reunir narcotraficantes y comprometerlos a frenar el negocio del tráfico de cocaína; dijimos que sería interesante escuchar a quienes estaban en el negocio para buscar una propuesta de sometimiento. La idea consistía en pagar cárcel por delitos cometidos, sanear los dineros, tener tranquilidad y pasar a vivir una vida dentro de lo legal.
Samper y su equipo de asesores vieron con buenos ojos esas propuestas. Sabían que ese flagelo no se erradicaba por completo, pero en un alto porcentaje se podía disminuir.
El caso es que la aceptación nos entusiasmó y convocamos tres reuniones con la plana mayor del narcotráfico en Colombia. Desde Cali, lideramos el grupo que convocó gente de los Llanos, Antioquia y el norte del Valle, y hasta Carlos Castaño hizo presencia.
Asumimos todos los riesgos por filtraciones e intereses personales y en una de las reuniones casi nos cogen a todos. En el último encuentro, que se hizo en una finca en Pance, al sur de Cali, había alrededor de trescientas personas que difícilmente se pondrían de acuerdo. Hubo un fraccionamiento, nos tocó como en el colegio, dijimos: al lado derecho los que quieran seguir traficando; al otro lado, los que no seguirán traficando y quieran someterse a la ley.
El 30 % dijo sí, nos sometemos, pero el 70 % restante se llenó de razones y motivos. Nos tildaron de viejos, egoístas, que ya habíamos hecho la plata, que queríamos acabar con todo. Hoy la historia puede decir cuál se salvó, ya sea de morir o de pagar cárcel. Son contaditos los que pasaron de agache porque negociaron.
A algunos cuantos les cuajó delatar amigos y parientes y, con historias novelescas y llenas de mentiras, lograron seducir los oídos de quienes querían sacar provecho en procesos judiciales.
Lo cierto es que, una vez que acordamos que apoyaríamos la campaña de Samper, exigimos la presencia de un directivo con el que negociáramos, condición que desde la campaña aceptaron sin reparo. Alberto Giraldo se encargó de hacer esa llamada y luego nos dijo que el encargado era Santiago Medina, tesorero de la campaña. Nos dejó tranquilos, porque el que maneja la plata es el de mayor confianza. Se dieron unos días de espera, sin ansiedad, y mandamos la razón: que venga cuando quiera.
Días después, efectivamente, llegó a Cali el señor Santiago Medina. Lo recogimos y hospedamos en un apartamento de Pacho Herrera, por el barrio Versalles. Medina era un hombre de buenas maneras, en ocasiones alborotado; le ofrecimos una cena para tratar los temas que nos interesaban mutuamente y ratificó que el candidato mandaba saludos, y que él tenía interés en apoyar en la medida de sus posibilidades y que veía viable una cárcel digna y con garantías que nos permitieran pagar la condena.
Una vez escuchamos el compromiso nos sentimos más tranquilos, era una puerta que se abría. Llegamos al acuerdo de colaborar y, para dar la tranquilidad de que los dineros llegaran, y tener la seguridad de no filtrar que estábamos dando ese aporte, nos recomendaron enviar a una persona de mucha confianza para recibirla. Finalmente, se acordó que serían Mestre y Medina. Ese día, Santiago Medina no solo hizo negocio para la campaña, sino para su negocio personal. Aprovechó para venderle dos cuadros a Miguel por una suma de treinta millones de pesos.
Coordinaron que la entrega del dinero para la campaña se hiciera en paquetes de regalos custodiados por la Aerocivil. Ese día se hicieron cinco viajes a Bogotá, recibidos por Eduardo Mestre y Santiago Medina, que eran las personas de mayor confianza para Samper, y ese fue el compromiso.