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‘Borracho, secuestrador y narcotraficante’: así describe un mercenario al ya muerto Jesús Santrich
SEMANA revela detalles de la vida del exjefe de la Segunda Marquetalia, asesinado en Venezuela. Un mercenario, que estuvo infiltrado un año, lo describe como borracho, secuestrador y narcotraficante.
Seuxis Pausias Hernández Solarte, conocido como Jesús Santrich, no era una perita en dulce como desde algunos sectores lo han querido hacer ver. Todo lo contrario, el testimonio conocido por SEMANA del cerebro del operativo para asesinar a este exjefe de las disidencias de las Farc lo describe con una palabra: criminal.
El relato del mercenario, quien estuvo cerca de un año infiltrado en el campamento de Santrich, es impactante. Cuenta que era un narcotraficante puro, le gustaba la plata y el trago, y era un secuestrador. En su campamento en Venezuela, tuvieron secuestrado al abogado Walter Vallejo Pino, quien defendía al considerado Pablo Escobar ecuatoriano, Édison Washington Prado, alias Gerald. Vallejo se le voló y fue asesinado el año pasado.
El abogado Vallejo Pino fue recogido por los hombres de Santrich, según la fuente, en zona de frontera entre Colombia y Venezuela, y fue internado en zona rural del vecino país como secuestrado.“Él (abogado) pensaba que iba a hablar con Santrich para hacer negocios de drogas, pero lo secuestraron porque ese abogado tenía mucho dinero y le querían sacar plata”, narró.
El abogado fue llevado a una casa, donde se encontraba otro secuestrado, un mafioso del Valle del Cauca por quien Santrich también estaba pidiendo dinero para liberarlo. En medio de las negociaciones, aprovechando un descuido de los delincuentes, que se habían emborrachado, Vallejo Pino se fugó por el hueco donde había un aire acondicionado.
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Tras el error de los captores, Santrich ordenó que asesinaran al narco colombiano para no dejar rastros de nada. “Víctor y Champa (secuestradores) lo sacan, se lo llevan al borde de río, le pegaron varios tiros en la cabeza y en el pecho, y lo lanzaron al agua que estaba llena de pirañas y cocodrilos”, reveló el informante para dar cuenta de lo despiadado que era Santrich.
El líder de la Segunda Marquetalia vivía a sus anchas en la zona rural de Elorza, estado de Apure, Venezuela, donde era protegido por un comando de al menos 25 hombres de la Guardia Nacional Bolivariana. Eran su sombra, se movían a cualquier sitio donde iba Santrich, fuera por río o por tierra.
Tenía su propia guardia pretoriana.En su campamento vivía con comodidades, lujos y desenfrenos. Era un borracho que se la pasaba tomando tragos finos y con mujeres con las que se encerraba en su dormitorio, cuenta el informante.“Yo me emborraché varias veces con él. En algunas ocasiones lo tuve que cargar porque no se podía sostener de la borrachera, me tenía que ganar su confianza”, contó a SEMANA el mercenario.
Santrich presionaba a su gente para que consiguiera perfiles de personas secuestrables y, al infiltrado, de nacionalidad extranjera, quien se hacía pasar por narcotraficante, le pedía concretar negocios de narcotráfico para enviar cargamentos al exterior.
Traicionado
Aunque el poder de Santrich le permitía manejarse en el mundo criminal como pez en el agua, mover cargamentos de coca, ordenar secuestros, extorsiones y asesinatos, sabía que sus enemigos le respiraban en la nuca, esperando el más mínimo descuido para caerle. Entre esas personas estaban los hombres de alias Iván Mordisco, el otro jefe de las disidencias de las Farc, que quería acabar con la Segunda Marquetalia. También existía la millonaria recompensa que habían puesto los Gobiernos de Estados Unidos y Colombia por su cabeza. Santrich sabía que tenía varias culebras vivas y era necesario calmarlas.
Por eso decidió iniciar un viaje para hacer las paces con ese grupo. Lo pretendía llevar a cabo a través de Jhon Mechas, el jefe del frente 33 de las disidencias de las Farc, que atentó contra el expresidente Iván Duque en Cúcuta, Norte de Santander.
El despiadado Santrich dejó su campamento en Elorza, en la frontera con Arauca, para iniciar una travesía por trochas y ríos hacia la serranía del Perijá, en la Alta Guajira. Sabía que allá podía hacer negocios con Jhon Mechas, planteándole que se repartieran las hectáreas de cultivos de hoja de coca, acordar pistas para enviar el alcaloide y, de paso, buscar la manera de frenar la guerra.
Lo que no sabía Santrich es que su equipo de escolta de la Guardia Nacional Bolivariana había sido infiltrado por el grupo antiterrorismo de la Policía (Grate).
No sospechaba que Silva, un capitán venezolano, quien le cuidaba la espalda, había acordado entregarlo a cambio del pago de una jugosa recompensa. Silva reportaba todos los movimientos que hacían con Santrich en la travesía de cinco días que duró el recorrido desde Elorza hasta la Alta Guajira, pasando por San Cristóbal y toda la región del Catatumbo.
Fue un camino por el borde de la frontera entre los dos países, siempre del lado de Venezuela, que era donde se sentía tranquilo y protegido.“Toda la travesía se hizo por el lado venezolano. Elorza, San Cristóbal, Casigua El Cubo y la serranía del Perijá, donde se había levantado un campamento para albergar a Santrich y sus escoltas, que en ese momento eran cerca 15 milicianos”, dijo el informante.
Con el reporte en tiempo real de los movimientos de Santrich que iba entregando el capitán Silva, el grupo de mercenarios que buscaba cobrar la recompensa minó la zona del campamento donde se quedaría, ubicado en las coordenadas 9, 53, 1, 9, 76, 73, 08, 48, 14. En el operativo, ejecutado en territorio venezolano, había cuatro experimentados mercenarios norteamericanos y ocho comandos, entre los que había exmilitares colombianos, quienes también participaron en la muerte de alias Romaña, como igualmente lo reveló SEMANA.
Según el informante, el capitán Silva, que traicionó a Santrich, tenía una especie de botón de pánico en un GPS, el cual debía activar cuando el personaje estuviera cerca al campo para que los comandos supieran en qué momento proceder.
Efectivamente, así sucedió. Silva oprimió el botón cuando Santrich y su gente estaban llegando al campamento en la Alta Guajira, dando la señal para que fueran activados los explosivos, que dejaron fuera de combate al exjefe guerrillero y sus hombres. No les dio tiempo de reaccionar, quedaron heridos unos y otros muertos, entre ellos Santrich.
Los cuatro norteamericanos se acercaron a su cuerpo, le cortaron un dedo, lo metieron en una bolsa y lo presentaron como prueba para reclamar la recompensa de 14.000 millones de pesos.
Santrich el borracho
Para ganarse la confianza de Santrich, el infiltrado compartió varios momentos íntimos con él.
“Santrich era más extrovertido que Romaña, le gustaba mucho el trago y las prostitutas (…) yo descubrí que él no era ciento por ciento ciego, una vez llegué con unas armas y él las agarró, las probó, las disparó”. En medio de las borracheras le sacaba cuentos, dice el mercenario, y, aunque Santrich guardaba caletas de dinero producto del narcotráfico, secuestros y extorsiones, a sus colaboradores les prohibía pedir plata y aseguraba que tenían que trabajar por la revolución.
Aseguró que los dos (Romaña y Santrich) trabajaban en llave. Santrich manejaba los pormenores de los negocios de narcotráfico, y Romaña o Mauricio, como lo conocían en Venezuela, se encargaba de toda la parte logística, las rutas para aterrizar y despegar las avionetas y los contactos con los carteles internacionales.
La descripción de este informante es que el par de socios eran muy diferentes, pero muy amigos. Romaña era serio, no tomaba trago; lo que sí le gustaba más que cualquier cosa era la plata. Santrich, por su parte, era un borracho, pero era muy bueno para concretar negocios de narcotráfico.
“Uno podría decir que Romaña cuidaba de Santrich”. Los dos murieron en su ley, con operativos parecidos. Fueron acribillados por comandos compuestos por 12 personas, con cuatro mercenarios americanos, y salieron del lugar en el mismo helicóptero grande de color amarillo que aterrizó en Colombia, en Valledupar.