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Carlos Ardila Lülle, el empresario de la bondad, por Vicky Dávila
Colombia despide al gran empresario Carlos Ardila Lülle. Su obra ejemplar marcó la historia del país y cambió la vida de millones de personas.
Cada vez que Carlos Ardila Lülle llegaba a las instalaciones de RCN, en la avenida Las Américas, en Bogotá, lo que ocurría era impactante. Vestido con su chaqueta con el logo del canal y una gorra, siempre saludaba a todas las personas que se iba encontrando a su paso. Prácticamente lo envolvía una nube de colaboradores llenos de gratitud. Era afable, cálido y alejado de las frías y distantes costumbres de la aristocracia, a pesar de ser uno de los hombres más ricos de Colombia y del mundo, según la lista de Forbes.
Lo sentíamos tan cercano que simplemente era uno más entre nosotros. Era nuestro máximo jefe, pero siempre se preocupó por demostrarnos que todos éramos iguales. El viernes, cuando conocí la triste noticia de su muerte en Cali, pensé en lo orgullosa que se debe sentir su familia por este empresario sin igual y el afecto que se ganó entre millones de colombianos, a quienes conquistó con su bondad, su sencillez y su gran obra.
Ardila Lülle construyó su emporio empresarial a punta de tesón y trabajo. Desde muy joven, a los 20 años, luego de casarse con María Eugenia Gaviria, empezó a trabajar como gerente en Gaseosas Lux, de propiedad de la familia de su esposa. La posterior compra de Gaseosas Posada Tobón lo catapultó y fue quizá la mayor chispa de su éxito. Lo hizo acudiendo a un crédito con el banquero Jaime Michelsen, quien, al ver la prosperidad del negocio, le propuso que fueran socios, pero el doctor Ardila prefirió pagar la deuda.
Sus amigos cuentan que, en cada conversación, sacaba pecho al recordar que fue él quien se inventó la Manzana Postobón, una de las bebidas más populares del país. En esos años se preguntaba por qué en ninguna parte del mundo había una gaseosa que tuviera el sabor de esa fruta y decidió experimentar con la esencia en la licuadora de su casa. Ensayó y ensayó hasta que encontró el color y el sabor exactos del famoso líquido rosado y dulzón que enamoró a los colombianos. Luego vinieron otros sabores que le permitieron competir de tú a tú con la poderosa y global Coca-Cola, a tal punto que fue uno de los protagonistas de la llamada guerra de las colas.
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Se convirtió en el embotellador de Pepsi en el país, lo que le valió ser reconocido como el mejor en el mundo. Con esa marca le salió adelante a su principal competidor al traer los envases retornables a la industria nacional de gaseosas. Fue pionero en la distribución con una flota gigante de camiones que llevó las bebidas a las regiones más apartadas de Colombia. Hoy, Postobón sigue siendo una de las empresas icónicas del país.
He conocido a pocos colombianos que amen tanto a su tierra como lo hacía el doctor Ardila. Era un defensor indeclinable de la institucionalidad, la democracia y la seguridad y, por esa razón, quizás nunca se quiso ir de Colombia. Me parece estarlo viendo con un botón de la bandera del país en la solapa de su traje, casi siempre azul oscuro, al lado de su corazón. No le interesaba la pompa y, a cambio, le encantaban las rancheras y los boleros. Era un santandereano de pura cepa, bien parecido, elegante, nacido en Bucaramanga, y que se dedicó a hacer empresa y a generar miles y miles de empleos durante gran parte de sus 91 años de vida.
En medio del dolor que a muchos nos causa su partida, la verdad es una sola: Ardila Lülle, brindando oportunidades, nos cambió la vida a muchos y nos permitió cumplir sueños. Estoy segura de que seremos generaciones enteras las que tendremos que darle las gracias por siempre. La Organización Ardila Lülle (OAL), creada en 1951 y hoy con 80 empresas, da trabajo a 40.000 personas. Si se suman todos los empleos indirectos, su impacto llegaría a 500.000 personas. Ese es su mayor legado, ayudar a la gente.
Carlos Ardila Lülle era apegado a los valores y a la ética, como le enseñaron en su casa y en el Colegio San Pedro Claver, donde estudió bajo la tutela de los jesuitas en la capital santandereana. Esos mismos valores los transmitía como filosofía de vida a sus colaboradores, a quienes trataba como una verdadera familia. Se graduó como ingeniero civil en la universidad pública, en la Nacional, en Medellín, una razón más para entender por qué nunca dejó de ser el mismo.
Incursionó en la industria de la caña de azúcar y consolidó los ingenios Incauca, Risaralda y Providencia, siendo uno de los mayores productores individuales de azúcar en el mundo. En el campo textil, adquirió Coltejer en 1978, un negocio que al final no cumplió con sus expectativas y que vendió en 2008 a la mexicana Kaltex. Creó una gran cadena de concesionarios de vehículos, Los Coches. También fue accionista de Avianca con el grupo Santo Domingo.
En su círculo más cercano dicen que era un amante excepcional de la microgerencia, que poco le gustaban las sociedades y que, como es natural, era fuertemente competitivo. Por supuesto, su rival natural durante décadas fue Julio Mario Santo Domingo, con quien libró más de una batalla comercial.
Cómo olvidar cuando fundó la planta de Cervecería Leona, con la que se enfrentó al negocio natural de los Santo Domingo. Los expertos dicen que llegó a tener la mejor planta en América Latina, la misma que al final terminó vendiéndole a su competidor pocos años después. Hoy, su organización distribuye la cerveza Heineken, y hace poco lanzó al mercado la marca Andina. Los Ardila, los Santo Domingo, los Sarmiento y los Gilinski, conocidos como los cacaos colombianos, se convirtieron hace décadas, desde el sector privado, en un motor fundamental para la economía nacional.
El filántropo perseverante
En 1988, cuando todavía era muy joven, sufrió un accidente doméstico que le causó serias lesiones en su columna. Sin embargo, siguió adelante con su liderazgo. Cuentan algunos de sus más altos ejecutivos que en las juntas empresariales parecía un computador humano. Era brillante y no perdía un solo detalle. Tenía en la cabeza el registro de cada una de sus empresas, por lo cual impartía órdenes, tomaba decisiones y durante muchos años no se movía una sola hoja en su organización sin que él lo aprobara.
En su familia, todos recuerdan el paso efímero del doctor Ardila por el Congreso. En 1974 fue elegido senador. Cuentan que las largas sesiones y los discursos terminaron por aburrirlo muy rápido, por lo cual renunció al cargo en cuestión de semanas. Más que un político, en realidad fue un filántropo. No hay otra manera de explicar sus millonarias donaciones al sector de la salud, que terminaron dando origen al complejo médico Carlos Ardila Lülle, en Bucaramanga, uno de los más modernos centros hospitalarios del país. También contribuyó con el fortalecimiento de la Fundación Santa Fe, en Bogotá, donde el instituto que lucha contra el cáncer lleva su nombre. Igualmente apoyó, entre muchas causas sociales, a la fundación Fides, que atiende amorosamente a los niños con discapacidad cognitiva.
En 1998, después de haber hecho grandes producciones para la televisión pública, se empeñó con su hijo Carlos Julio en darle vida al Canal RCN, que se ganó muy rápido el corazón de los colombianos. La estrategia detrás del eslogan de “Nuestra tele” caló con los mejores talentos y programación y éxitos inolvidables como Betty, la fea, que le permitieron ser el número uno y exportar novelas al mundo. Con las noticias y la opinión, RCN también fue líder. La organización llevaba años en el mundo de los medios de comunicación con RCN Radio desde 1973, y grandes periodistas como Juan Gossaín.
Además de los medios, la otra gran pasión del doctor Ardila fue apoyar el deporte, al que siempre vio como un vehículo de transformación social. Fue el primer empresario en comprar, en 1996, un equipo de fútbol: el Atlético Nacional. ¡Cuántas veces lo vi emocionado cantando los goles verdolagas! Luego se convirtió en el patrocinador oficial del torneo profesional del fútbol colombiano. Su organización también ha impulsado el talento joven en el ciclismo.
Ardila Lülle tuvo cuatro hijos con María Eugenia Gaviria: Carlos Julio, Antonio José, María Emma y María Eugenia. Hoy todos trabajan para la organización y tienen en sus manos el reto de continuar con el invaluable legado de su padre.
En vida, el doctor Ardila recibió todos los premios y reconocimientos posibles, como la Orden de Boyacá en categoría Gran Cruz, la Orden de la Democracia y fue considerado el empresario del siglo XX por los 11 principales decanos de las facultades de Administración. Su partida conmovió al mundo político y empresarial. No era para menos.
Hace unos tres meses, murió doña María Eugenia. Quienes mejor conocían al doctor Ardila empezaron a temer lo peor desde entonces. Aseguraban que él, sin ella, no iba a poder vivir. Su familia, tratando de acompañarlo, lo llevó de Cali a Medellín. Dicen que allí, en medio del dolor, y preguntando mucho por ella, pasó unos días aceptables y que incluso disfrutó algunas horas de la piscina.
Sin embargo, sorpresivamente, llegó una fiebre que no quería ceder con nada. Entonces decidieron regresar con él y llevarlo a la clínica Valle del Lili, donde estaba su historia médica y donde, rodeado por sus hijos y nietos, creían que podía tener la mejor atención médica. A pesar de todos los esfuerzos, no aguantó más y fue a reencontrarse con el amor de su vida. ¡Gracias, doctor Ardila, por todo lo que hizo por Colombia!