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Detalles de la operación Esperanza: un tigre y una tortuga amenazada de muerte, claves para rescatar de la selva a los niños
Este 9 de junio se cumplió un año del rescate de los hermanos Mucutuy, tras permanecer deambulando en las selvas de Guaviare y Caquetá. SEMANA habló con los indígenas que encontraron a los menores y contaron lo sobrenatural de la operación.
Un mes y 10 días habían pasado desde la desaparición de los cuatro hermanos Lesly Mucutuy, Soleiny Mucutuy, Tien Noriel Ranoque Mucutuy, y Cristin Neriman Ranoque Mucutuy, la más grandecita de 13 años y la menor cumplió su primer añito en medio de la incertidumbre que trae la supervivencia. Se ha completado un año de la hazaña que lideraron las Fuerzas militares. Devolver con vida los pequeños a sus familiares.
En 365 días se han contado decenas de historias que describen el gran operativo y despliegue castrense, no solo los hombres más capacitados en operaciones selváticas sino las mejores maquinas como aeronaves y radares. “Todo eso muy útil sí, pero fue necesario nuestro conocimiento ancestral para tener éxito”, dijo Eliecer Muñoz a SEMANA.
En medio del homenaje que les estaban realizando a los héroes de esta misión contaron cosas asombrosas que parecen míticas pero que están arraigadas a sus saberes ancestrales. Ese 9 de junio de 2023 había un sol radiante, estaban en una parte lomuda de la selva y Eliecer vio algo que no es común en ese territorio. Se trataba de una tortuga de aproximadamente 45 centímetros de larga con 30 de ancha. Esa especie suele ser carroñera en la selva, así que se ubica en una zona baja.
“Para nosotros las tortugas es un animal misterioso, tenemos unas creencias y fe alrededor de su existencia”, dice Eliecer antes de mencionar que tan pronto como la vio, le apuntó con el dedo y la amenazó. Le dijo que si no ayudaba a encontrar a los niños la iba a matar para comérsela. Las palabras exactas fueron: “Usted es quien me va a entregar a los niños o si no yo me le como el hígado” y Nicolás Ordoñez uno de los guardas indígenas que lo acompañó, completó la advertencia diciendo que él se tomaría su sangre. La tortuga escondió la cabeza en su caparazón y ellos aprovecharon para cargarla en una especie de mochila que tejieron con hojas de los árboles nativos y Eliecer se la cargó en sus hombros.
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Esa escena sucedió dos horas antes de encontrar a los niños. Era el último día que ese grupo de 16 indígenas estaría en el lugar, ya no había provisión y estaba programada su salida. Antes de entrar a la selva sus maestros les habían enseñado que iba a bendecir la naturaleza que no iban a cazar para comer, que respetarían a todos los seres que allí encontraran.
“Lo más difícil fue aplicar lo aprendido. Toda la vida hemos escuchado a nuestros mayores sobre el poder de la madre tierra, la convivencia armónica, los cantos de alabanza y la negociación con la naturaleza si las cosas se ponen duras”, dijo Nicolás asegurando que más que encontrar a los niños se encontraron ellos mismos con sus raíces.
Eliecer asegura que todos los días le dijeron a la selva que lo único que querían era que les devolviera a los niños que eran de su especie, que no iban por los animales, que tan pronto la selva les entregara a los niños se irían, pero eso no pasaba. Tanto así que con cantos y rezos cambiaron de estrategia, le enviaron un mensaje a la Selva en el que presionaban.
Fue en ese momento cuando comenzaron a darse cuenta que los animales se volvieron locos, se empezaron a destruir entre ellos mismo, “era, como dicen los blancos, el mundo al revés”, dice Eliecer y hace un reconteo de lo que más recuerda, una boa de casi cuatro metros de larga sin vida. Un zorro muerto, una gallina salvaje, y dos tigres peleando.
Los líderes indígenas coinciden al decir que minutos antes de encontrar a los niños se sentaron a mambiar, mascar tabaco y coca, reflexionaban, cuestionaba que mientras los otros grupos habían encontrado pistas que daban esperanza de que los niños estaban vivos, ellos no habían encontrado nada. Pero antes de rendirse decidieron hacer cantos y entregarse a sus creencias para no perder la fe de que las cosas pasan cuando tienen que pasar.
Siguieron el recorrido y Nicolás vio un gran árbol caído, cabe recordar que la selva es tan vasta que muchas veces el rayo de sol no alcanza a atravesar la frondosidad de las copas de los árboles. Cuando Nicolás avanzó, Eliecer le advirtió que tenía que quedarse quieto, que dentro de la corteza del tronco del árbol había un tigre, que bajara la linterna, que alumbrara hacia el piso, ahí vio las huellas del felino y vomito de él.
“Yo le dije que me dejara tranquilo que no iba por él sino por los niños”, recuerda Nicolás. Eliecer le explica a SEMANA que en sus creencias el Tigre es el rey de la selva, teniendo en cuenta que en las del Guaviare y Caquetá no hay leones. El tigre está en la capacidad de dar órdenes entre los animales.
Cuando Nicolás empezó a alejarse con prudencia del tigre se escuchó un llanto. “Todos quedamos quietos y asombrados, queríamos estar seguros de que se trataba de la bebé”. Cuando se escuchó de nuevo Eliecer soltó la mochila en la que cargaba la tortuga y corrió junto con todos a donde estaban los menores.
Nicolás se encontraba parado frente a las tres niñas. La mayor tenía a la bebé en brazos y la otra tomada de la mano. Las niñas tenían hambre, preguntaron si llevaban comida. Eliecer preguntó dónde estaba el niño y le señalaron el lugar en el que se encontraba acostado, sin poderse parar por la debilidad. Justo cuando él iba a ir hacia él, uno de sus compañeros gritó, “Elicer, la tortuga”, él corrió hasta el lugar donde la había dejado.
“Tenía que liberarla, así fue el trato, me llevó a los niños y debía cumplir mi parte. Le agradecí y me postré para honrar al padre creador y la madre santísima”, cuenta Eliecer. Por su parte Nicolás asegura que todo lo sucedido demuestra el poder de las enseñanzas de sus ancestros y aumentó el afincamiento espiritual.