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BOGOTÁ

Los niños lloraron a Garibello, víctima del atentado en La Macarena

El patrullero de la Policía era el mayor de 20 primos y el favorito de todos. El sábado será enterrado en Usme, a dos cuadras de su casa, para que su presencia siga entre sus amigos y familiares.

24 de febrero de 2017

La familia en pleno del patrullero Albeiro Garibello Alvarado llegó a sus honras fúnebres. Pero apenas estuvieron frente al ataúd, en la sala de velación del Centro Religioso de la Policía, los niños más pequeños se separaron del grupo. Camila, de 6 años, y Nicolás, de 4, apuraron el paso y se abalanzaron sobre el féretro. En medio de sus lágrimas, y de los lamentos que intentaban balbucear, se abrazaron al cajón que contenía el cuerpo de su primo, quien murió en la madrugada del miércoles pasado, luego de tres días de lucha contra los traumatismos que le ocasionaron la explosión del domingo pasado en La Macarena.

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El patrullero Garibello tenía 20 primos. Él, por ser el mayor, con 23 años, y el que jugaba con todos, se ganó que lo llamaran tío. Buena parte de la familia Alvarado vive en el mismo barrio de Usme. Garibello era el centro del clan. Llevaba al cine a los más pequeños, les daba paseos en su moto, les ponía apodos y los molestaba con cariño. A sus abuelos, su mamá y su hermana, los ayudaba económicamente. “Se fue el soporte de esa familia” dijo Wílmer Rico, su tío.

En una actitud que denotaba respeto hacia su dolor, los adultos se quedaron atrás mientras los pequeños seguían aferrados al féretro. La escena, que se prolongó por un par de minutos, desató el llanto entre algunos de los miembros del Escuadrón Móvil Antidisturbios, que estaban formados frente al ataúd de su compañero de servicio.

Cuando los presentes se acomodaron por fin en toda la amplitud de la sala, una mujer se paró en el centro y empezó el Rosario. Camila se sentó en las piernas de su mamá y con algo de torpeza, como si aún no conociera el ritual, se hizo la señal de la Santa Cruz. Su voz aguda y todavía alterada sobresalía entre la de los demás cuando respondía con Avemarías y Padrenuestros a la plegaria. A la mitad de la oración, la mamá de Camila se quebró. Clavó su cara en la espalda de su hija, mientras la pequeña, que intentaba recuperar la fuerza, le acariciaba la cara.

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Jugaba con sus primos más pequeños, con los mayores hacía de consejero. Como Garibello se vio obligado a pasar tanto tiempo alejado de sus padres, les hacía énfasis en que permaneciera siempre al lado de los suyos. “No mire atrás porque asustan” y “no hay guerrero sin heridas”, solía decirle a Kevin Alvarado, de 15 años, recitando la frase característica de uno de los protagonistas de Caballeros del Zodiaco, uno de sus programas de televisión favoritos.

A Kevin y a Diego, de 17, les había hecho la promesa de llevarlos los próximos días al Campín, a ver a Millonarios, equipo del que era hincha. Con ellos pasaba el tiempo en videojuegos. Y como era un experto, siempre los vencía. Garibello era un tipo alegre. Luego de derrotarlos, los molestaba y, de paso, desataba la rabia de su abuela, la persona a quien más quería.

También era una guía entre su combo de amigos de infancia, que crecieron entre las carencias del barrio. Era el mayor y el que marcaba el camino. “Él nos enfocaba. Lo veíamos trabajando, juicioso y con moto, y eso nos impulsaba”, dice Andrés Camargo, quien recibió el aliento de Garibello para decidirse a prestar el servicio militar. Justo el sábado pasado, un día antes del atentado, llegó de permiso desde Vaupés, con ganas de volver a ver a su amigo. Pero la visita se convirtió en una despedida. “Yo estaba tranquilo: él había prestado servicio en Cauca y Meta y supuse que en la ciudad ya estaba seguro”, sostuvo.

“Él aguantó hambre, usó ropa prestada y aún así logró abrir su propio camino, a pulso”, dijo Wílmer Rico, el tío. Con el consejo de su novia, su apoyo desde los tiempos del colegio, había decidido presentarse al curso para ser suboficial. Pretendía seguir con su carrera en la Policía pero no le había contado nada a su familia porque quería darles la sorpresa cuando fuera admitido. El lunes, había planeado, iba a empezar el trámite. Pero, a cambio, llegó el atentado y los tres días de hospitalización previos a su muerte.  

"Luchó mucho en esa camilla. Tenía bajonazos pero volvía, se recuperaba, hasta que no hubo más vida para él. Como dice mi abuela, peleó con la luz y la oscuridad", sostiene Kevin Alvarado. Este sábado, su cuerpo será enterrado en el cementerio de Usme, en su barrio, a dos cuadras de su casa. Así, de alguna manera, la presencia guía de Albeiro Garibello permanecerá entre su familia y sus amigos.