Crónica
Impresionantes relatos de los soldados colombianos que sobreviven en la guerra en Ucrania. Muchos quieren regresar ya al país
Decenas de soldados colombianos que están en ese país de Europa quieren devolverse, pero se sienten atados, mientras ven morir a sus compañeros. A muchos no les han pagado el sueldo que les prometieron. Así es vivir una guerra ajena.
Durante tres meses, SEMANA ha tenido comunicación constante con al menos 30 colombianos que se fueron a Ucrania como soldados para combatir una guerra ajena. La diferencia horaria (ocho horas) no fue una limitante para interactuar con los llamados mercenarios. Las madrugadas fueron testigo de las largas videollamadas entre la periodista y uniformados que simplemente querían desahogarse y contar sus hazañas o penas. Videos, fotografías y relatos recopilados durante ese periodo muestran que la realidad que viven supera la ficción de las películas de acción más taquilleras.
En una camioneta de platón van seis militares con uniforme de Ucrania, “¿Dónde pongo mi fusil?”, pregunta uno de ellos. La jerga y los acentos que se escuchan no dejan en duda de que se trata de colombianos. El vehículo se mueve por un terreno casi desértico, el polvo se levanta con cada detonación de las bombas y tras el acelerador que aprietan para tratar de esquivar los ataques. En la última semana de mayo vieron tirado a la orilla de la carretera a un compañero con heridas graves. “¡Mierda!, tenemos que llevarlo. Espérese, devuélvanse”, gritaron con evidente angustia.
Esos segundos en los que se detienen para auxiliar parecen ir en su contra. Mientras le piden al herido que no deje de respirar, los impactos de fusil se sienten rozar por los cascos. “Súrtale, súrtale”, exclama uno de los militares, el conductor también tiene que ser colombiano para entender que esa expresión tan coloquial se refiere a que tienen que salir cuanto antes del lugar. Sobre el cuello del herido está la mano de uno de sus compañeros tratando de detener la hemorragia, una gran detonación y la vibración del carro, es lo último que se ve en el video al que tuvo acceso este medio.
Los colombianos que llegan allá no suelen tener su nombre en el rótulo del uniforme, sino que son identificados por apodos como el Guajiro, Vengador, Flaco, Halcón, Jaguar, Chaca y otros por el estilo. Los reciben en una base donde entrenan por un tiempo, no es claro cuánto, y todo depende de la necesidad del combate, pero si no llegan a la línea de frente sus salarios no son tan jugosos como lo prometen. Cuentan los compañeros que Guajiro estaba angustiado en la compañía 204 porque llevaba mes y medio allí, y no lo enviaban a combate; en su hogar estaban necesitando dinero, por eso buscó la manera de pedir el traslado a la compañía 59. No alcanzaron a pasar tres días y ya estaba en la lucha.
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La esposa de Guajiro, que en realidad se llama Ekar Camargo, está desesperada, él es uno de los ocho militares colombianos desaparecidos en el conflicto. “No sé si está muerto y su cuerpo lo dejaron abandonado o si lo tienen los rusos”, dice la mujer, que ruega ayuda del Gobierno y las autoridades para salir de la incertidumbre. El 3 de abril lo despidió en el aeropuerto de Guayaquil, Ecuador, con rumbo a Ucrania. La falta de un trabajo estable y la responsabilidad de mantener a una familia, con tres niños a bordo, fue lo que motivó a Camargo a irse.
Tiene 38 años y durante ocho fue soldado profesional en Colombia. La última vez que habló con él fue el 29 de mayo a las ocho de la mañana. Le dijo que estaría cinco días en misión. Nunca más volvió a reportarse. Cuando ella empezó a buscar respuestas, se dio cuenta de que él entró a combate el mismo día que Miguel Ángel Cárdenas, el Caleño, se hizo viral luego de que el Ministerio de Defensa de Rusia publicara un video en el que cuenta que se entregó porque no quería morir acribillado como sus otros compañeros.
Vengador fue llamado para una misión la primera semana de junio. En la región del Dombás desaparecieron sus compañeros, así que intentó ingresar al pueblo de Krasnogórivka porque pretendían llevar respuestas y, ¿por qué no?, rescatarlos.
Entre los desaparecidos hay hermanos y primos de otros combatientes que se fueron a luchar una guerra ajena y que ahora tienen a sus seres queridos en vilo. “No pudimos pasar, nos tocó dejar granadas y todo ahí tirado, escasamente alcanzamos a correr, los rusos empezaron a atacarnos”, relata Vengador a SEMANA, anticipando que esa escena no fue la más dura que vivió, de ahí tuvo que salir a custodiar un edificio en Shmidta. Sus comandantes les aseguraron que serían solo cinco días y que llegarían a relevarlos. Iba con dos ucranianos y dos colombianos más, uno de ellos nunca fue militar (Pescador), pero quería vivir la experiencia. El otro, desde 2004, se retiró del Ejército colombiano (Fénix).
Describe con pelos y señales el infierno que vivió. Llegaron a una casa abandonada, la comida enlatada que encontraron en el lugar estaba vencida, “pero la comimos, el problema fue cuando se acabó y no llegaban refuerzos para sacarnos de ahí y nosotros rodeados de rusos. Duré cinco días sin comer nada”. Después de semana y media de estar allá, por la ventana que custodiaban los ucranianos, entró un impacto de bala que mató a uno de ellos.
Los rusos entraron por la puerta y empezaron a atacarlos, el joven ucraniano que quedó vivo se escondió en un rincón, los colombianos alcanzaron a esconderse. Fénix recibió un disparo en la mano y le atravesó el abdomen. Vengador escuchó órdenes por el radio en las que le indicaban que no podían dejar al ucraniano porque si se entregaban los rusos les iban a sacar información. Vengador, que tenía seis años de experiencia como soldado profesional en Colombia, sacó su brújula y empezó a buscar el camino para huir.
Caminó durante tres días. “Los ucranianos nos han mentido muchas veces, una de ellas cuando nos dijeron que supuestamente habían recuperado los pueblos que estaban de ahí para atrás y la verdad lo único que uno se encontraba eran carrotanques rusos y viejitas paseando los perros entre las ruinas”.
Asegura que para no dejarse ver, decidió rodear las ciudades entre el campo para evitar ser blanco de los rusos y tratar de ocultarse de los drones. Paraba solo para hacerles limpieza a las heridas de su compañero y asegurarle bien el vendaje, evitando, por un lado, que se desangrara y, por el otro, que se mojara, pues tenían que atravesar pozos de agua estancada que les llegaba hasta el cuello. Por eso lo envolvió en plástico. “Él muchas veces me dijo que lo dejara ahí, que no aguantaba más, pero yo no era capaz de hacerlo”, dice.
Lo que narra parece una escena de la película Rescatando al soldado Ryan. “Lo cargué sobre mis hombros durante muchas horas, saqué un cuchillo y con él cortaba la maleza que se encontraba en el pozo. Yo tenía mucha sed, si no me hidrataba no iba a aguantar. Ya completaba ocho días sin comer, estaba débil. Tomé de esa agua sucia, vivían sapos, sabía horrible, pero no podía contenerme al deseo de mojarme los labios”.
Con cada paso que daba evidenciaba la falta de estrategia castrense. El ucraniano le confesó que no quería entregarse, pero que a sus 24 años solo se había dedicado a estudiar, así que no supo cómo reaccionar. La ley de su país lo obligó a ir a la guerra con solo cinco días de entrenamiento. Relata que Pescador caminaba por inercia. Los salvó la experiencia que adquirió Vengador en La Uribe, Meta, en el manejo de brújula y supervivencia.
“Cuando llegamos a la base militar, el ucraniano solo me abrazaba. A Fénix lo están atendiendo los médicos en otra ciudad, no volví a hablar con él”, dice a SEMANA, pero lo que no pueden creer él y sus compañeros es que un “sargento” que tienen al mando, en lugar de agradecer porque volvieron con vida, le llamó la atención a Vengador por dejar solo el punto que tenía que custodiar. Muchos sienten que los latinos son utilizados. Cuentan que hay ucranianos de 70 años combatiendo. Algunos se emborrachan en las trincheras porque sus familiares más cercanos fueron asesinados, así que buscan prácticamente el mismo destino. Los colombianos que se fueron con la ilusión de mandar plata a sus hogares en Colombia quieren devolverse y los amenazan con que tienen que cumplir los seis meses de contrato.
Es al comandante de la Brigada 59 al que señalan de intimidarlos. “Él no deja que los colombianos rompan contrato y amenaza con quitarles el sueldo si no van a misión. La gente se quiere ir”. Pero Halcón manifiesta que no pueden obligarlos porque ellos firmaron como voluntarios. Los colombianos, al parecer, por su experiencia, son los que mantienen vivas a las tropas. Por esa razón, se sienten trofeos para los rusos cada vez que atrapan a uno, hay videos que circulan en los que se ven castrando, decapitando y torturando a soldados ucranianos, aunque no se les ven los rostros, algunas veces dicen que son colombianos o les ponen la bandera tricolor. Lo califican como un ataque psicológico para que den un paso atrás y lo están logrando.