Violencia
La vía del terror: así son las ‘pescas milagrosas’, robos y retenes de las disidencias de las Farc en la Panamericana, entre Cali y Popayán
La carretera Panamericana, que une a las ciudades de Cali, Popayán y Pasto, es un tramo casi intransitable por la constante presencia de grupos armados y la amenaza de secuestros exprés y robos.
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La vía Panamericana, arteria estratégica que conecta a Cali, capital del Valle del Cauca, con Popayán, en el Cauca, y continúa hacia Pasto, en Nariño, se ha convertido en un corredor de pánico para quienes transitan por ella. Lo que alguna vez fue una ruta emblemática para la conectividad del suroccidente colombiano hoy es conocida, entre conductores, transportadores y comunidades, como la vía del terror.
Al menos diez secuestros exprés diarios en promedio y múltiples robos de camionetas 4×4 de alta gama han sido reportados en los últimos meses, muchos de ellos con víctimas que relatan haber sido obligadas a descender de sus vehículos y ser conducidas hacia zonas rurales controladas por estructuras armadas ilegales.

La responsabilidad –según fuentes oficiales y testimonios recabados en el terreno– recaería principalmente en dos columnas de disidencias de las Farc que operan en el corredor: la columna Dagoberto Ramos, en el norte del Cauca, y la columna Carlos Patiño, en el centro y sur del departamento. Ambos grupos han transformado la Panamericana en una trampa para viajeros a cualquier hora. Conductores y pasajeros describen una ruta donde los retenes ilegales son parte de la rutina diaria.
Aquí no se trata de un temor abstracto; quedan videos virales en redes sociales que muestran sujetos fuertemente armados forzando el paso de camionetas en plena vía. La realidad superó el umbral de lo hipotético: incluso a plena luz del sol, a metros de cascos urbanos, estos grupos armados imponen su presencia.
“Nos hicieron bajarnos del carro, revisaron nuestras pertenencias, robaron la camioneta y nos dijeron que camináramos hacia el monte si queríamos seguir vivos”, relató a este medio un transportador que prefirió mantener su nombre en reserva por seguridad, tras ser víctima de uno de los últimos secuestros exprés en este corredor. No hay horario seguro. No hay tramo exento de riesgo.
Para muchas personas que viajan desde Cali rumbo al Cauca o Nariño, la decisión de tomar la carretera ya no depende de la urgencia o del clima: hoy decidir si vale la pena salir de noche por la Panamericana es una cuestión de supervivencia.
Uno de los episodios que más atención mediática ha generado recientemente fue el secuestro de Miguel Ayala, hijo del reconocido cantante Giovanny Ayala, mientras se movilizaba por la Panamericana junto con su mánager. El hecho ocurrió a la altura de la vereda El Túnel, en el municipio de Cajibío, cuando sujetos armados interceptaron su vehículo y se los llevaron.
Los captores, según la Policía, estarían vinculados con el frente Jaime Martínez, una de las estructuras disidentes de Iván Mordisco que operan en el departamento. Durante dos semanas de cautiverio, Miguel y su acompañante vivieron momentos de angustia y miedo permanente, según relató él mismo tras ser rescatado por un operativo conjunto de la Policía Gaula, Comandos Jungla, Goes y la Fuerza Aeroespacial, que finalmente logró su liberación en la vereda Chorritos, municipio de La Sierra.
“Teníamos miedo. No sabíamos qué iba a pasar. Fue una experiencia horrible”, narró Ayala en un testimonio recogido por Noticias RCN, describiendo horas interminables de incertidumbre mientras permanecían bajo el control de sus captores. La familia, que incluso fue forzada a escuchar demandas económicas de los secuestradores, enfrentó una angustia adicional: el día anterior a su liberación, los captores exigieron una suma aproximada a los 7.500 millones de pesos por su rescate, según reveló a medios un familiar cercano una vez concluido el calvario.

Este episodio no solo expone la vulnerabilidad de cualquier viajero en la ruta, sino que simboliza el grado de control y violencia que han alcanzado estos grupos armados en la región, hasta obligar a la opinión pública nacional a confrontar una realidad que muchos niegan o minimizan. Varios transportadores y líderes comunitarios consultados describen escenas que se repiten con inquietante regularidad: vehículos bloqueados, hombres con fusiles obligando a bajar pasajeros, camionetas de alta gama arrancadas a plena luz del día y secuestros exprés que duran horas o días.
“Ya todos tomamos decisiones drásticas: salimos siempre antes de que oscurezca, nunca paramos para nada, ni siquiera para descansar, por miedo a que nos intercepten”, dijo un conductor de transporte de carga que recorre la Panamericana semanalmente. Otra víctima, una mujer que prefirió identificarse solo como Rosa, narró el asalto violento que vivió en el tramo entre Popayán y Cali, donde fue despojada de su camioneta 4×4 por un grupo fuertemente armado que la obligó a caminar varios kilómetros hasta dejarla en una zona rural aislada. El video de ese asalto fue difundido ampliamente en redes y se volvió emblemático de la crisis de inseguridad vial.

“Escuchábamos gritos, armas, y simplemente no entendíamos qué estaba pasando. Fue como si la carretera nos hubiera tragado”, relató Rosa entre lágrimas.Líderes de comunidades locales y representantes del transporte intermunicipal aseguran que la crisis no es coyuntural, sino estructural. Denuncian que los grupos armados ilegales han consolidado un corredor de control que va desde el norte del Cauca hasta el sur del Valle y Nariño, aprovechando la falta de presencia estatal efectiva y la incapacidad de garantizar tránsito seguro para ciudadanos y transportadores.
“No es solo robos o extorsiones. Aquí estamos hablando de secuestros sistemáticos, retenes ilegales, control de rutas y violencia constante. La Panamericana ya no es una carretera: es un territorio bajo dominación armada”, dice un líder gremial de transporte.
Pese a repetidos llamados de alcaldes y gobernadores de la región para fortalecer la presencia militar y policial en la vía, los hechos continúan ocurriendo con alarmante frecuencia, a cualquier hora y sin que hasta ahora exista una estrategia clara de desarticulación de estos grupos armados que tienen poder casi territorial en varios puntos de la ruta.
Aunque ha habido operativos puntuales de las fuerzas militares –incluido un enfrentamiento armado que evitó el secuestro de al menos cinco personas, entre ellas un menor, en un intento de plagio masivo en el sector de Río Blanco, Popayán–, estos episodios no han logrado contener la violencia endémica de la zona.
Capturas aisladas y respuestas temporales no bastan para restablecer la confianza de transportadores, comunidades y viajeros, que siguen reportando asaltos y bloqueos en tramos claves de la carretera, muchos de los cuales quedan registrados en video por usuarios y difundidos en redes sociales, mientras las autoridades insisten en que se incrementan las medidas de vigilancia.
El panorama que se dibuja en la Panamericana es preocupante: una vía que une tres capitales regionales y sostiene la economía del suroccidente colombiano transita de forma permanente entre el miedo, la violencia y la impunidad.
Transportadores hablan de pérdidas económicas multimillonarias, de miedo a desplazarse por la noche y de jornadas interminables para completar viajes que antes eran rutinarios. Líderes comunitarios señalan que las disidencias han conseguido imponer su dominio territorial, con retenes ilegales y control de rutas, “como si fuera su propio corredor privado”, explica uno de ellos.


