HOMENAJE
Las huellas del papa Francisco: la crónica de Salud Hernández-Mora, desde el Vaticano
Desde el Vaticano, Salud Hernández-Mora despide al sumo pontífice argentino, una figura con mano de hierro y rostro amable. A principios de mayo se conocerá el nombre de su sucesor.

Corría el año 2013. Era su primer viaje oficial. Francisco se aprestaba a abordar el avión que lo llevaría a la pequeña isla de Lampedusa, al sur de Italia. Quería con ese viaje y una fotografía subiendo por las escalerillas de la aeronave, portando él mismo su malgastado maletín de trabajo, marcar el nuevo derrotero vaticano. Lo había anticipado al prescindir de la estola dorada y la capa roja de armiño al ser presentado como nuevo obispo de Roma. Era otra manera de representar, junto a sus viejos zapatos negros de cordones en lugar de los mocasines rojos tradicionales, la impronta de austeridad y sencillez de su papado.
Lo que pareció un gesto espontáneo, tuvo una curiosa antesala. Alguien de la nube de solícitos acompañantes se había apresurado a recoger el maletín y ponerlo en el asiento del papa, lo normal cuando se trata de un alto dignatario. Pero Francisco ordenó, con impaciente insistencia, que se lo bajaran y aguardó en la pista hasta que se lo entregaron y pudo escenificar la imagen que quería transmitir al mundo.
Lo recordó el testigo de la escena, Enrico Letta, que fue primer ministro italiano. Despedía al santo padre en el aeropuerto, conforme al protocolo establecido en Roma, antes de emprender aquel desplazamiento. A su juicio, Francisco logró dar el golpe de opinión que planeaba con un simple material de trabajo, igual que haría con su calzado o las marcas y modelos de los carros que utilizaba, “porque detrás de la imagen había sustancia y esa sustancia era su autenticidad”, escribió Letta en una columna publicada en El Mundo de España. “Fue un viaje inaugural de alto valor simbólico, que tuvo un valor profundo y configuró una de las señas de identidad de todo su pontificado”.
Por eso, horas después, el sucesor de Benedicto XVI pronunciaría en Lampedusa la frase que retumbó en los adormilados oídos europeos ante una tragedia ignorada con excesiva frecuencia: “El Mediterráneo es el mayor cementerio de Europa”, tronó. “Es la globalización de la indiferencia”.
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Se refería al sinnúmero de migrantes del África negra que desaparecían en el mar intentando alcanzar el sueño europeo, navegando en decrépitas embarcaciones. En unos casos despertó conciencias, mientras que en otros sectores católicos causó un fuerte rechazo, división que por distintas circunstancias se prolongaría durante los 12 años en que ocupó el sillón de San Pedro.
A juicio de los que secundaban al papa argentino, los opositores, muchos de los cuales veneraban a Ratzinger, parecían estar en sintonía con Carolina, la hija del príncipe Salina en la célebre novela El gatopardo. De ella escribió Lampedusa que “pertenecía a esa clase de católicos que están convencidos de poseer las verdades religiosas con más profundidad que el papa”.
Quizá ignoraban que buena parte de la misión de Francisco consistió en adelantar las reformas que el santo padre alemán consideró demasiado pesadas para sus debilitados hombros. Los males que aquejaban a la Iglesia –escándalos de abusos sexuales y corrupción en las arcas vaticanas– requerían de una figura con mano de hierro y rostro amable. Y un ser humano que pusiera la defensa de los desprotegidos, los olvidados, en el eje de su pontificado.
“Hay muchos niños abandonados por sus propios padres, víctimas de muchas cosas terribles como la droga o la prostitución. ¿Por qué Dios permite estas cosas, aunque no sea culpa de los niños?”, preguntó a su santidad una niña de la calle en su gira por Filipinas. “Has hecho una pregunta que no tiene respuesta”, contestó el antiguo arzobispo de Buenos Aires.

A pesar de su sinceridad ante la pequeña, Francisco intentó en sus encíclicas, en los años Jubilares y en incontables entrevistas y discursos, dar respuesta a los males de hondo calado y compleja salida que aquejan a nuestras sociedades. Pero debió sentirse frustrado en más de una ocasión por estar viviendo en un mundo con más guerras de las existentes en 2013 y por los interminables dramas de millones de migrantes.
En su último mensaje del domingo pasado, día de la Pascua de Resurrección, que debió leer su maestro de ceremonias dado su delicado estado de salud, volvió a clamar por la paz en Oriente Medio, Congo, Yemen y Ucrania, entre otros conflictos bélicos.
La respuesta del Kremlin, que mandó una delegación de alto nivel a su funeral, consistió en intensificar sus ataques a objetivos civiles en Kiev y otras ciudades durante toda la semana.
En nuestro país tampoco recogió el fruto de sus anhelos. “Soy testigo de lo cercano que fue a Colombia y a la búsqueda de la paz, cada día rezaba por ella”, le dice a SEMANA Gianni La Bella, de la comunidad de San Egidio, autor de numerosas publicaciones, experto en cristianismo latinoamericano y muy cercano a Francisco. “Los discursos que pronunció en su visita pastoral de septiembre de 2017 son de los más importantes en la historia del pontificado. Habló de buscar una nueva independencia del rencor y de la venganza recíprocas, porque si Colombia no sale de ambas, nunca llegará a la paz. Ese era el convencimiento más profundo del papa Francisco hacia un país situado en el corazón del continente, fundamental en el ámbito de la geopolítica latinoamericana”.

Admite que el pontífice “vivió con dolor la situación actual porque la paz integral, como fue puesto en el programa político del presidente Petro, no ha llegado y podemos decir que en algunos puntos hemos retrocedido más que avanzado”.
Será una de las asignaturas pendientes, igual que la de acercar a conservadores y progresistas, en una división que se acentuó en los últimos años, o solventar el cúmulo de problemas de las famélicas finanzas vaticanas. Bergoglio gobernaba sobre el diminuto Estado donde no existen negocios privados y ha sido sacudido por escándalos de corrupción, como el del edificio de la Avenida de Sloane de Londres, donde se esfumaron millones de euros e implicó al cardenal Angelo Becciu, condenado por falsedad documental.
Encargó a dos religiosos españoles esclarecer la economía vaticana y en febrero de este año había creado la Comisión para las Donaciones de la Santa Sede con el fin de revitalizar el Óbolo de San Pedro, pero todavía carecen de los mimbres necesarios para que todo llegue a buen puerto. Además de recuperar las donaciones de la feligresía y órdenes religiosas pudientes, como el Opus Dei, a las que el santo padre alejó de los centros de poder de la Santa Sede, deberán continuar las reformas con un equipo económico potente.
Pero solo será a partir de este domingo cuando comenzará el verdadero camino hacia la elección del nuevo sumo pontífice. Aunque decenas de cardenales habían arribado a la capital italiana al poco de conocer el fallecimiento de Francisco, aguardaron a que sus restos reposaran en la magnífica Basílica de Santa María la Mayor para arrancar la labor. El templo, que atesora 16 siglos de historia, lo escogió Bergoglio por su devoción a la Virgen Salus del populo romano, ante cuyo altar rezaba antes y después de cada viaje.

En su testamento quedó fijada la sobriedad de su tumba –apenas un crucifijo y el nombre Franciscus–, que se podrá visitar desde este último domingo de abril. Y si bien también dejó dispuesta una despedida austera, resultó imposible cumplir su deseo. La desnudez del féretro, no estar colocado sobre un catafalco y que se entrevieran sus zapatos viejos, intentaban contrarrestar la magnificencia de la Basílica de San Pedro, estar situado bajo la cúpula de Miguel Ángel, a los pies del baldaquino de Bernini, custodiados por la elegante Guardia Suiza.
Sin dejar de lado el realce que otorgaba el constante río humano que desfiló durante tres días, en jornadas de hasta 19 horas, ante su cadáver. Tanto como la asistencia a su solemne funeral, oficiado por el camarlengo, cardenal Kevin Farrell, de 60 jefes de Estado y de Gobierno, Donald Trump, Emmanuel Macron, Georgia Meloni, Javier Milei o el rey Felipe, entre ellos, y un número similar de delegaciones diplomáticas presentes en Roma en representación de casi todo el planeta.
Y es que la relevancia de un papa y su capacidad de influencia, con 1.400 millones de fieles alrededor de la Tierra, exige que quien recoja las llaves de San Pedro posea los atributos adecuados para cada momento histórico de la Iglesia católica y del mundo.
En los próximos días celebrarán dos reuniones diarias, bautizadas congregaciones generales, a las que pueden asistir todos los cardenales, así no pertenezcan al grupo de 135 con derecho a participar en el cónclave. En los encuentros, además de que cada uno expone su visión de la Iglesia y van definiendo el perfil del nuevo santo padre, servirán para conocerse entre los purpurados. Varios de los 108 nombrados por Francisco son desconocidos y es necesario intercambiar opiniones de cara a buscar alianzas. De Benedicto XVI quedan 20 cardenales y los siete restantes llegaron de la mano de Juan Pablo II.

Aunque el Espíritu Santo guíe los pasos de los electores, resulta indudable que pesa la condición humana y subyacen las inevitables luchas de poder.
“Me encantaría ver a alguien con el vigor, la convicción y la fortaleza de Juan Pablo II; la fuerza intelectual del papa Benedicto, el corazón de un papa Francisco, con mayor finura doctrinal y amor por la tradición”, comentó a medios estadounidenses el arzobispo de Nueva York, Timothy Dolan.
Y es que en Roma el sonajero suena cada vez más duro. Doce, como los apóstoles, son los favoritos, pero Wojtyla, por ejemplo, ganó por sorpresa y a Ratzinger lo eligieron contra su voluntad.
“Podría ser un italiano, tras medio siglo sin papas de Italia”, me comentaba una fuente conocedora de los intríngulis vaticanos. De dicha nación, el actual secretario de Estado, Pietro Parolin, de 70 años, dilatada carrera diplomática, que fue nuncio en Venezuela, es un serio candidato. En el viaje de Francisco a Colombia frenó las ansias de Juan Manuel Santos de asumir un papel protagonista en diez eventos junto al papa. Solo le dejó estar en dos.

Su compatriota, el franciscano Pierbattista Pizzaballa, de 60 recién cumplidos, sería uno de sus competidores, por tratarse del patriarca latino en Jerusalén y lograr ser respetado por árabes e israelíes.
Siguiendo en el Viejo Continente, también podría ser el moderado húngaro Péter Erdö, 63 años, arzobispo de Budapest, muy apreciado y respetado por sus pares, y capaz de tender puentes con el esquivo Patriarcado de Moscú.
También los españoles Ángel Fernández Artime, que dirigió a los salesianos durante diez años y, por tanto, recorrió el mundo, y Cristóbal López Romero, arzobispo de Rabat, tienen posibilidades.

Si saltaran de continente y favorecieran por primera vez a un religioso asiático, el filipino Luis Antonio Tagle concita el mayor número de apoyos, al menos sobre el papel, conforme a diferentes opiniones que he recabado en Roma. “Es encantador, cercano, carismático y discreto. A todos les cae bien y lo respetan”, asegura una persona que le ha tratado con frecuencia en el Vaticano. Ha sido arzobispo de Manila y Francisco lo puso a la cabeza de la Congregación para la Evangelización de los Pueblos. Igual que a Ratzinger, no le interesaba el papado porque ansiaba dedicarse al estudio; Tagle preferiría ser un misionero, cercano a la gente, en lugar de seguir en la Santa Sede.
En cuanto a los africanos, que nunca contaron con un papa de raza negra, hay quienes consideran que no es el momento, puesto que el más renombrado, el valiente y admirado arzobispo de Kinsasa, Fridolin Ambongo Besungu, incansable luchador contra gobernantes corruptos y criminales, lo consideran demasiado conservador. Al igual que otros purpurados del mismo continente, rechazó la Fiducia supplicans (Confianza suplicante), declaración sobre la doctrina católica que permite bendecir a las parejas del mismo sexo, un aspecto que puede resultar espinoso en estos momentos.
Aunque ninguno de ellos ni del resto que más suena fuese el elegido, cuentan con suficiente predicamento en el colegio cardenalicio como para construir consensos alrededor de una figura. Lo único seguro es que a principios de mayo tendremos al sucesor de Francisco.