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“Lo que pasa en Chile es un punto de reflexión para Colombia”: Luis Alberto Moreno
En entrevista con SEMANA, el expresidente del BID habló sobre su nuevo libro.
Luis Alberto Moreno, quien fue por 15 años presidente del Banco Interamericano de Desarrollo (BID), es uno de los colombianos que más conoce cómo funcionan las Américas. En ‘¡Vamos!’, su nuevo libro, le propone a la región siete ideas para ser más próspera, justa y feliz.
En entrevista con SEMANA, el exministro de Desarrollo Económico y exembajador de Colombia en Washington contó detalles de su libro, su percepción del momento latinoamericano y dio su opinión sobre la contienda presidencial en Colombia.
SEMANA: ¿Qué busca transmitir con ‘¡Vamos!’ y qué significa para usted?
Luis Alberto Moreno (L. A. M.): He sido una persona muy privilegiada. Tuve un espacio de casi 25 años de trabajar en el sector público (como ministro de Desarrollo Económico, embajador de Colombia en Washington y 15 años al frente del Banco Interamericano de Desarrollo).
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Quería hacer una reflexión de lo que había sido mi transcurrir por la vida pública, como quiera que ese es un capítulo que ya cerré. Quería hacer unas reflexiones, tratando de explicar las cosas de la manera más sencilla posible.
Independientemente de que a veces hay temas áridos que son complejos, pero tratando de hacerlo de una manera muy sencilla. Igualmente tratando de que fuese un libro que hablara un poco más de realismo y con menos de esta carga negativa que siempre tenemos en Latinoamérica, una especie de teoría del fracaso donde intelectualmente lo atractivo es todo lo negativo.
Hay que tratar un poco de balancear eso, sin desconocer los retos enormes que tienen todavía todos los países por delante. Eso fue lo que me animó a hacer el libro e incluir dentro de eso muchas experiencias personales.
SEMANA: Es una historia de vida combinada con las ideas que propone. ¿Cómo fue intercalar estos dos tipos de narración?
L. A. M.: Pensé en esta idea del libro cuando ya sabía que iba a terminar mi gestión en el BID y sabía que quería terminar mi vida en el sector público. Entonces lo que hice fue –con un par de personas que me ayudaron– tomar temas como en una entrevista y hablar. Por horas, dos y tres horas. Nos poníamos en eso. Las grababa, las desgrababa, miraba qué me gustaba y qué no. Así se fue construyendo. En esto aprendí a tenerle un enorme respeto a la gente que escribe, no uno, sino muchos libros. Es toda una tarea intensa.
SEMANA: ¿Cuánto le tomó escribirlo?
L. A. M.: Empecé a pensarlo hace como cuatro años. Me retiré del BID en 2020 y diría que me tomó como unos seis meses. Me parecía que la pandemia marcaba un momento muy impresionante y obviamente no tuve tiempo, porque lo terminamos de afinar el año pasado, de incluir la nueva situación del mundo de la guerra de Ucrania y Rusia. No hay duda de que es el fin de 30 años de bono de paz que el mundo vivió, que trajo consigo la globalización, el crecimiento económico y la baja inflación. Hoy estamos en una situación muy distinta y estamos ante un mundo que empieza a reescribirse en cómo va a ser. Si va a ser más centralizado en regiones, más limitado en cuanto al alcance del comercio o el tipo de organizaciones que van a salir de aquí, hay muchas cosas que no sabemos y que se están escribiendo.
SEMANA: Usted cuenta muchas intimidades en este libro, detalles de su infancia y de su vida...
L. A. M.: Como a cualquier ser humano, revelar intimidades de manera pública no es fácil, pero sí creía, cuando pensaba y reflexionaba sobre esto, que son cosas que a uno lo marcan mucho en la vida.
Por ejemplo, un buen amigo que me ayudó mucho a escribir este libro un día comenzó a hacerme preguntas personales. Uno se las hace callado en sus reflexiones, pero nunca de esa forma. En ese espacio recuerdo mucho que fue saliendo algo. Somos una familia grande, muy unida y somos siete hermanos. Yo soy el mayor. Siempre hablaba de la importancia que mi mamá había tenido en la vida de todos nosotros y mi amigo me dijo que quería conocerla.
Recuerdo muy bien que vino un día a Florida y estuvimos con ella toda una mañana. Fueron muy reveladoras las anécdotas que ella contaba de mi infancia, de lo que había visto. Contó esta anécdota de Los Lagartos, cosa de la que yo no tenía ni idea. No sabía lo que había pasado, después incluso preguntamos, pero no había ningún archivo. Difícil, porque esto fue hace 60 años.
Quería mirar todos esos momentos de mi vida personal y cómo me habían preparado para sortear distintos momentos en la vida. Cómo había aprendido cosas de Estados Unidos, que ni yo mismo era consciente, que al final me terminaron sirviendo cuando era embajador en Washington. O situaciones que viví viendo, sobre todo en el BID, cantidades de coyunturas, gobiernos y países en las que pude ver éxito y fracaso. Eso fue un poco lo que me parecía que era interesante incluir en el libro y que tuviera algo más profundo.
SEMANA: También vivió en Estados Unidos siendo un adolescente. Cuenta su experiencia de un tratamiento para el crecimiento en Dakota del Norte...
L. A. M.: Nací en Filadelfia, mi padre estaba estudiando medicina en Estados Unidos. Tanto una hermana como un hermano también nacimos allá. Cuando mi padre se graduó e hizo toda su especialización nos regresamos a Colombia. Casi que aprendí a hablar primero inglés que español, pero sigo hablando inglés con muchísimo acento. Obviamente, tengo recuerdos muy vagos de esa época porque era muy niño. Pero, cuando nací, lo que me cuenta mi mamá es que era el bebé más grande de ese día. Que había pesado 10 libras. Era el más grande de la clase como hasta cuarto de primaria. Después me estanqué y no crecí.
Mi papá, que era médico, y mi mamá, con esa intuición, concluyeron que algo tenía. Me llevaron a todo tipo de médicos, me hicieron exámenes y como que nada pasaba. Entonces, se les ocurrió la mejor idea. Dijeron que debía ser la comida y el entorno. Decidieron mandarme a Dakota del Norte, que es la bahía de donde vienen los padres Benedictinos del Colegio San Carlos aquí en Bogotá.
Esa experiencia fue terrible, porque primero no vi sino nieve y frío. Dormíamos en un sitio como de soldados. Había 50 camas y duchas comunitarias. Se levantaba uno por la mañana, tenía que ir a clase y cuando estaba muy frío uno nunca salía.
Era todo por túneles. En esa época eran cables de cobre, uno no podía tener llamadas o lo que existe hoy con WhatsApp. Yo era pendiente a que me llegara mi cartica.
En ese año estaba en pleno auge la guerra de Vietnam, muchos de los que estaban ahí tenían la angustia de que fuera a ser conscriptos para llevarlos a a la guerra.
Viví con familias y eso me formó muchísimo. Esos años lejos de mi familia, esos años en que viví una vida muy distinta. Nunca volví a Dakota del Norte. Conocí, como cuento en el libro, a un par de senadores, uno de Dakota del Sur y otro que hoy en día es muy amigo que fue presidente del Senado. A uno, cuando le conté que había estudiado allá, no me la creía. Me dijo que su casa estaba a 25 kilómetros y que ahí no hay nada. Un día mi padre me llamó y me dijo que estaba en Chicago y que fuera para allá. Le dije que no había aeropuerto y que estaba a dos horas de la ciudad de Bismarck, donde había. Ese era el tipo de aislamiento donde estaba. Una experiencia muy formadora.
SEMANA: El tratamiento no sirvió...
L. A. M.: No sirvió. Más tarde me hicieron una cirugía muy grande de un tumor que me encontraron en la cabeza. Gracias a Dios sobreviví todo eso.
SEMANA: En el BID se dio cuenta de qué servía y qué no para los países de la región. ¿Qué le hace falta a Colombia para ser más próspera, justa y feliz?
L. A. M.: Una de las cosas que uno aprende en el BID, cuando uno observa el desarrollo económico, es que no es una ciencia exacta. No es como el cálculo y la matemática, sino que es fruto de ensayar cosas.
Uno puede hacer un análisis muy bueno de un proyecto, puede establecer unas líneas de base, cómo medir el éxito de ese proyecto. Pero, al final, esas cosas las ejecutan los humanos en entornos que cambian a cada rato.
Ahí era donde yo veía cómo se hacían proyectos con éxito y sin éxito. En el libro cuento algunos proyectos que el BID hizo sin éxito y otros con mucho éxito.
Uno tiene que estar abierto a preguntarse eso permanentemente, porque de lo contrario uno no tiene la capacidad de acompañar a los gobiernos. Siempre decía que el BID lo que hacía era proveer dinero inteligente, es decir, no era solamente un préstamo. Era la experiencia y el conocimiento que se tenía.
Dentro de eso, no hay una fórmula única, sino una suma de factores. Pongo algunos y hay muchos más. Elementos como la confianza en la instituciones, que al final trae felicidad para la sociedad. La confianza trae más inversión. El capital es muy cobarde y, tan pronto ve que hay cosas no predecibles, sale corriendo. Somos países que tenemos que importar ahorro, porque no tenemos el ahorro que tienen los países desarrollados. Ese es el tipo de cosas que fui aprendiendo y en variedad de temas, como salud, infraestructura y educación.
SEMANA: ¿Qué le hace falta a Colombia?
L. A. M.: Este siempre ha sido un país sobrediagnosticado. Yo creo que uno de los temas que nos hace falta, sobre todo recientemente, es la calidad de la discusión pública. Cuando la discusión pública se deteriora, los problemas no se atacan de la misma manera y no se visibilizan de la misma manera.
Tener buena discusión pública es muy importante para cualquier sociedad. Lamentablemente, lo que ha pasado con todas estas redes digitales es que se ha trivializado mucho la sociedad.
La gente solo habla entre pares y entre iguales, pero entonces rompe toda posibilidad de la construcción de consensos y buen debate. En las buenas discusiones, todo lo que uno quiere no se consigue y las buenas discusiones públicas son lentas precisamente por eso. Las buenas reformas toman tiempo también por eso, para que queden en el tiempo y no estemos en batazos.
SEMANA: Al vivir gran parte de su vida en Washington, ¿cómo es ser un colombiano inmerso allí que intenta a la vez entender las problemáticas de su país?
L. A. M.: Con esa pregunta recuerdo una historia muy linda de Borges. Contaba pocas historias de amor en sus libros, pero hay un pasaje en uno de ellos que cuenta la historia de un hombre que está en un tren en el norte de Europa y se encuentra con una mujer bellísima. Con toda su galantería y coquetería, no sabía cómo entrarle o hablarle.
Le empieza a preguntar de dónde era, para dónde iba. De golpe, se fue enganchando y empezaron a hablar. Le pregunta que qué hace, le dijo que profesor de una universidad. Le pregunta de dónde es, le responde que de Colombia. La mujer le pregunta que qué es ser colombiano, y el hombre le contesta mirándola a los ojos y le dice: “Un acto de fe”.
No importa en dónde esté uno, es como el árbol. Nunca se separa de sus raíces. Uno siempre es extranjero en el extranjero, en este caso en Washington. Tuve el privilegio de estar primero como embajador, en un momento en el que la relación de Colombia con Estados Unidos era muy diferente. Estábamos descertificados y todos los problemas que había en la época.
Pude, gracias a todo lo que había vivido en Estados Unidos, empezar a tratar de comprender muy bien lo que interesaba. Las preocupaciones que había y cómo explicar mejor nuestro país. Poco a poco, con toda la variedad de gente que fui conociendo, se me dio la oportunidad, como no era actor político relevante, de poder hablar con todo el mundo.
No estaba en la pelea política, sino todo lo contrario. Era un observador, que es lo que hace un embajador. Al ser un observador, fui creando relaciones de amistad y de cercanía. Iba conociendo mucha cosa y eso me ayudó muchísimo. Me dio una vida muy interesante.
SEMANA: Estando donde se toman las decisiones de las Américas por tantos años, ¿cómo ha visto el desarrollo de América Latina en los últimos años y en qué punto está?
L. A. M.: Es importante tener en cuenta que veníamos de un muy buen momento, uno de los mejores momentos que tuvimos, que fue el auge de las materias primas y el crecimiento tan grande de China que le puso mucho viento a favor a todas nuestras economías. Nosotros siempre hemos sido exportadores de materias primas, pero llegó la crisis financiera internacional. Gracias a Dios, nos agarró con buenos balances fiscales y con bajos niveles de deuda, pero después de eso las economías cayeron muchísimo en su crecimiento.
Detrás de eso vino después la crisis de la covid-19 y ahora esta guerra de Ucrania. De manera que se sumaron una cantidad de cosas que en el camino lo que hicieron fue acelerar un poco un inconformismo que ha existido en la región.
Es lo que ha hecho que la gente salga a las calles, porque se siente inconforme con lo que tiene. Lamentablemente, algunas de estas manifestaciones se usan políticamente y no nos dedicamos a la buena discusión pública de cómo resolver los problemas. Dentro de eso, se ha acelerado también todo este cuestionamiento sobre la calidad de nuestras democracias, ese ya no es un tema latinoamericano. Es un tema global. Se acentuaron las opciones populistas, que lamentablemente su planteamiento es dividir, mirar el pasado y no mirar el futuro. Nos encontramos en ese momento, pero independientemente a eso, si uno hace historia, en los últimos 20 años fue mucho lo que se avanzó. Esos buenos momentos económicos ayudaron a que casi 50 millones de latinoamericanos salieran de la pobreza. Esa angustia que tiene la gente de volver a la pobreza, algunos que lo han hecho, acelera la insatisfacción de la gente.
SEMANA: ¿Qué opina de Iván Duque y su cuatrienio en Colombia?
L. A. M.: A los gobiernos hay que verles siempre con el contexto de la historia. Los análisis de los gobiernos se hacen con el beneficio de la historia y el paso de los años. Serán los historiadores los que tienen que entrar a determinar qué tan bueno o malo fue este gobierno. Simplemente, si uno mira las encuestas, por supuesto que los colombianos esperaban mucho más, pero al fin hay que dejar que la historia sea la que juzgue.
SEMANA: ¿Y lo ve de presidente del BID?
L. A. M.: No, hay un presidente del BID. El mismo presidente Duque lo desmintió en una entrevista y le creo.
SEMANA: ¿Cómo ve el turbulento inicio de mandato de Gabriel Boric en Chile?
L. A. M.: Me parece que es un punto de reflexión para el momento político que vive Colombia. Boric viene de ser un líder estudiantil, cuando en el primer gobierno del presidente Piñera se generaron todas estas marchas estudiantiles de miles de universitarios que reclamaban por el costo y la calidad de la educación, cosa que me parece bien importante. Que la gente exija más calidad.
Pero lo interesante es que la mayoría de esos estudiantes formaban parte de familias en las que eran los primeros que habían ido a la universidad. Es un punto fundamental, porque no hay ninguna fórmula mejor para salir de la pobreza que la calidad de la educación, que en últimas se traslada en mejor empleo y mejor calidad de empleo. Como hemos visto en países como Colombia, una persona se demora en salir de la pobreza 11 generaciones. Eso es la tercera parte de lo que demoran en un país en el este de Europa. Entonces viene todo lo que pasó en el año 2019 y Boric termina consolidando una opción de gobierno. La esperanza de mucha gente de que esto era borrón y cuenta nueva, de que aquí todo lo íbamos a arreglar y que, como en la Biblia, el mundo se creó en siete días. Eso, obviamente, es una ilusión y, por supuesto, su gobierno todavía es muy temprano para juzgarlo.
Yo le aplaudo el hecho de que haya nombrado a un muy buen ministro de Hacienda. Es una persona con quien yo trabajé en el BID, lo nombré en una de las áreas del BID. Es un gran profesional y les produce a los mercados financieros y sectores económicos muchísima confianza. Pero indiscutiblemente hay que tener en cuenta que toda esta coyuntura lo que demuestra es cuán difícil es cambiar las cosas y hacer las reformas importantes. Uno de los capítulos de mi libro es justamente hablando de por qué es tan importante elegir gobiernos predecibles y los mandatarios que yo estudié ahí son, sobre todo, aquellos que ya están lejos de la política, que ya los puedes mirar con el ojo de la historia. Cómo lograron sortear situaciones muy difíciles, coyunturas muy complejas y lo hicieron de forma predecible.
SEMANA: ¿Esa misma reflexión la hace con Pedro Castillo en Perú?
L. A. M.: Perú pasa por una situación muy difícil porque viene de un conjunto de gobiernos que lamentablemente se crean en una coyuntura en la que la gente cree que son la solución. Mire dónde están ahora. La cantidad de dinero que se ha salido de Perú, el efecto que ha tenido sobre su economía, la trampa en la que está el país, discutiendo si busca una manera de sacar o no a su presidente, cuando no lleva ni siquiera un año. Ese tipo de traumatismo hace mucho daño a nuestros países.
SEMANA: ¿Cómo ve la elección presidencial de Colombia?
L. A. M.: Hay dos grandes planteamientos diferentes. Hay uno, que es el que encarna Petro, que recoge mucho esta insatisfacción de hoy en día y la frustración que se ha creado por las razones que hemos hablado. Con un planteamiento que consiste en hacer mucho más capitalismo de Estado. Respeto mucho el deseo de avanzar muchísimo hacia una transición energética, pero si uno mira la historia del mundo las transiciones energéticas duraron décadas. Con la escasez de petróleo que hay, fruto de la situación de Rusia, hemos visto lo que ha pasado con los precios y Colombia no puede renunciar a eso. Este tipo de cosas suenan muy bonito, pero tenemos que tener más realismo y trabajar dentro de los objetivos claros. Por otro lado, esa mayor tributación que quiere generar. Hay varias propuestas distintas que van en el camino de lo más tradicional y predecible.
SEMANA: ¿Cómo sería entonces un gobierno de Petro?
L. A. M.: Hay que juzgarlo por cómo fue como alcalde. Todos recordamos lo que pasó durante su alcaldía. Hay que juzgarlo por sus propuestas. Me pongo a pensar lo difícil que vivió todo el proceso de paz, cómo nos dividió a los colombianos. Creo que hoy en día tenemos que pasar esa página, consolidar el proceso de paz, creo que el país merece eso. Pero introducir otra vez divisiones por la vía de relitigar un tema de que ahora vamos a sacar a la gente de las cárceles, en fin. Creo que ese tipo de cosas generan mucha angustia y espero que si es elegido, respete la Constitución. Respete la independencia de los poderes y respete la independencia del Banco de la República. Pero no sé.
SEMANA: ¿Y de Federico Gutiérrez?
L. A. M.: Yo lo conocí como presidente del BID cuando él era el alcalde de Medellín. Tiene mucha cercanía con la gente, ha hecho una política muy en la calle, con las personas, y eso es muy importante como herramienta para manejar todas estas angustias sociales que no van a desaparecer. Pero eso no quiere decir que no tenga que hacer una cantidad reformas estructurales que el país necesita y son fundamentales.
SEMANA: ¿Sergio Fajardo?
L. A. M.: También tuve la oportunidad de conocerlo cuando era gobernador y alcalde de Medellín. Hizo cosas interesantes, un hombre competente. He leído su programa, tiene ideas muy interesantes.
SEMANA: ¿Ingrid?
L. A. M.: Todos, a su manera, quieren lo mismo para Colombia con distintas variantes, si se quiere.
SEMANA: ¿Y el ingeniero Rodolfo Hernández?
L. A. M.: No sé. Lo conocí cuando era ministro de Desarrollo, él era constructor. Lo conocí así y hace muchos años no lo veo. Era muy santandereano, frentero como son los santandereanos y exitoso como empresario.
SEMANA: ¿Cómo ve esa pelea entre Santos y Uribe, dos grandes líderes que ha tenido Colombia?
L. A. M.: Lo grave es que diferencias de opinión terminaron convirtiéndose en problemas casi que de confrontaciones personales.
Yo creo y espero que si algo produce esta elección es que pasemos la página de eso y empecemos un nuevo día.
Creo que Colombia, con los retos y oportunidades que tenemos hoy en día por los cambios que está produciendo el mundo, requiere una visión, no de un gobierno, sino de varios gobiernos y que los colombianos logremos alrededor de eso remar en la misma dirección.
SEMANA: ¿Cómo ve la relación entre Joe Biden y Colombia?
L. A. M.: Conocí al presidente a Joe Biden recién llegado, hace ya veintitantos años como senador, como presidente de la Comisión de Relaciones Exteriores y cuando no era presidente por las mayorías republicanas.
El presidente Pastrana fue muy importante, porque generó una relación muy especial con el entonces senador Biden. Vino a Cartagena, estuvo con él en una reunión de un día para otro, se le dañó el avión y se quedó dos o tres días más.
El presidente Pastrana tuvo la oportunidad de conocerlo, más allá de senador y presidente. Como persona. Desarrolló una buena amistad y, a través de eso, generó lo que nos pasa a todos los seres humanos. Cuando uno genera empatía con las personas, va mucho más allá de simplemente tocar el tema del momento.
Eso le permitió a él, con el tiempo, volverse un gran abanderado del Plan Colombia en su momento, de seguirlo y de venir a Colombia con frecuencia.
Recuerdo bien que estando en el BID me pidió que le ayudara con Centroamérica para hacer una clase de Plan Colombia y el BID puso unos recursos importantes para esto. Después lo acompañé a Chile y estuvo en Brasil. Es una persona que se interesó por Latinoamérica, desarrolló muchas amistades con muchos jefes de Estado. Diría que él tiene un sitio especial en su corazón por esta época de Colombia y por ver lo que los colombianos no somos capaces de ver nosotros mismos. Colombia ha avanzado muchísimo. Tengo el privilegio de haberlo visto desde la distancia.
SEMANA: ¿Es optimista por Colombia, en medio del pesimismo ciudadano?
L. A. M.: Colombia siempre tiene esos claro oscuros. Yo soy y siempre he sido un optimista de este país. Tengo profunda admiración por esa capacidad de los colombianos. Quitemos por un momento esa cosa política y pensemos en lo que hace el colombiano todos los días. Se levanta y mira cómo hace que su vida y la de su familia sea mejor. Lucha y de qué manera. Veo estos emprendedores jóvenes, un país que lamentablemente tiene mucha ansiedad de su futuro político y puede llegar más lejos si no se le cumple. No soy tan pesimista como todo el mundo, realmente creo que el país tiene una esencia y un núcleo muy fuerte.
SEMANA: ¿Pero qué hacemos con esta desigualdad?
L. A. M.: Ese es el tema endémico de Latinoamérica y, mientras que no seamos capaces de hacer eso, todo esto que hemos hablado a cada rato explota esas tensiones, que es absolutamente natural. La única manera de avanzar en la desigualdad es mejorando nuestra educación y eso no se arregla en un año. La única manera es teniendo buenas políticas públicas, la única manera es tratando de congregar al mayor número de personas hacia un norte común. Ese tema es muy difícil.