TENDEROS Y ECONOMÍA COLABORATIVA
Los que tendieron la mano
En la pandemia se destacaron los liderazgos que se volcaron a la economía solidaria en la que tenderos, transportadores, economías de barrio y todos los sistemas solidarios salieron a flote para mantener el acceso a bienes y alimentos para los estratos populares y las comunidades rurales.
En marzo pasado, cuando el miedo por la covid-19 llegó desde China, y para las personas el mundo se redujo a la calle, a la esquina o simplemente a lo que alcanzaban a ver por la ventana, las tiendas de barrio tuvieron que aprovisionar a los vecinos de algo adicional: la esperanza. Sus historias están como en estantería, y buena parte de las casi 420.000 tiendas de barrio que hay en el país no solo ofrecían pan, mantequilla o chocolate, sino calidad de vida y tranquilidad.
El tendero, a quien se le veía como una persona más del común, adquirió una importancia sin precedentes, y los colombianos comprendieron la importancia de su función, que por lo general pasaba desapercibida. Ante la pandemia, ellos asumieron funciones y nuevos retos, convirtiéndose en líderes anónimos de la comunidad. En Bogotá, doña Julia, de 70 años, subió escaleras por semanas para llevar huevos y leche; don Salomón, de 62, reaprendió a montar en bicicleta para hacer domicilios en su negocio en Cali; y en Chía, Cundinamarca, doña María invirtió en trajes de bioseguridad para ella y sus empleados.
La acción más común, según un sondeo de Fenaltiendas –que les preguntó a cerca de 2.000 tenderos sobre su situación durante los días de confinamiento–, fue la de garantizar los inventarios y, por ende, evitar el desabastecimiento local. Para esos días de pleno encierro, más del 70 por ciento consideró que podía atender la coyuntura. Esas cifras cobran mayor relevancia si se tiene en cuenta, de acuerdo con el mismo sondeo, que el 97,8 por ciento de las tiendas no cuentan con canales digitales para comercializar sus productos.
“Las tiendas son sinónimo de tradición, confianza, vecindad, compadrazgo”, dice Darío Avellaneda, presidente de Acotenco, gremio que agrupa a cerca de 15.000 tenderos en la costa y los Santanderes. Esa es la razón, según aduce, por la que en medio de la crisis los tenderos mantuvieron como nunca el hábito de fiar. “En esos días, miles de colombianos perdían sus empleos, y la economía del país sufría un revés sin precedentes. Muchas tiendas debieron cerrar, sí, pero la gran mayoría continuó dando crédito, aun a pérdida”, aseguró Avellaneda.
Ese carácter colaborativo de los tenderos se esparció por los barrios y ciudades del país. Gente que perdió su trabajo comenzó con emprendimientos. Unos vendían comida, hacían arreglos florales; otros, ropa o artesanías, que ofrecían en redes. Y aquellos con holgura económica apoyaron esos proyectos y compraron sus productos. Surgió así una economía colaborativa, en la que el voz a voz, las recomendaciones y el ánimo de ayudar fueron la pauta.
Todo este sector de la economía colaborativa merece un reconocimiento, pues sin él lidiar con los estragos de la pandemia hubiera sido más difícil. Gracias a los tenderos, muchos hogares del país pudieron tener tranquilidad.